Nosotros: NOS-14
Toco y me voy
¿A qué hora y qué hay que llevar?
Dibujo de Luis Dlugoszewski

Se nos reconoce, a los hombres, una importante capacidad organizativa para todo lo que sea encuentro, joda, peña o actividad deportiva y, en cambio, escasa o nula participación en las decisiones hogareñas. Y hay también, una constante intervención femenina en esos horarios, queriendo detener, retener, demorar o suspender lo inevitable. A esta nota la organizo en dos patadas...

En general y en particular, en forma directa o al sesgo, gorditos o flacos, jefes o empleados, malos o buenos y cualquiera de las escalas intermedias, los varones tenemos una enorme capacidad para organizar una joda o un encuentro deportivo gastronómico (es un tándem, traccionan juntos y ambos se presuponen), generalmente fuera de nuestro domicilio. Ello implica una salida que escapa a la tenaz e inapelable mirada de la mujer que siempre nos acompaña en este valle de lágrimas.

Ellas sostienen que nosotros somos unos vagos y unos cretinos que esperamos la primera de cambio para rajarnos y evadir responsabilidades cotidianas como el cuidado de los chicos, el cargado del lavarropas o el tendido de ropa, el lavado de los platos, el corte del pasto o el riego de las petunias, por nombrar algunas elementales. Y paralelamante admiten que es una carencia de ellas no poder reunirse con tanta naturalidad y frescura como lo hacemos nosotros.

Por lo mismo, aun sabiendo que esencialmente no hay argumentos para demorar la salida del hombre hacia su inevitable destino, por lo menos enredará esa salida, embarrará la cancha y generará discusiones y charlas de cuestiones de fondo, cinco minutos antes de la partida del caballero, algo así como ponerse a hablar con el piloto de una misión espacial, ya en cuenta regresiva, sobre la importancia de plantar pepinos en Alaska, preservar la selva amazónica o abordar áridos contenidos filosóficos sobre el ser y la nada.

En el fondo, la mujer no tiene el más mínimo problema con la salida de su hombre. En cambio, la pone furiosa pensar que el señor pueda pasarla bien sin ella o que el cretino pueda ser tan ejecutivo para algunas cosas, cuando siempre es un manojo de dudas o un irresoluto que no encara el cambio del cuerito de la canilla que gotea desde hace seis meses.

Ese señor es capaz de analizar y resolver en micrones, decisiones de tamaña importancia como a qué hora hay que estar, qué hay que llevar, ¿tinto?, con o sin pareja, ¿llevan chicos?, ¿chinchulín y tripa gorda?, ¿quién pasa a buscarlo a fulanito?, ¿quién lleva el bolo?, yo me encargo, entre otras.

Las mujeres, nuestras hermosas mujeres (nuestras, sí, ja...), tienen una sana y una malsana envidia por esta capacidad para organizar. Hay vagos, se sabe, que tienen el "kit" peñero listo en el baúl del auto y ni lo bajan para limpiarlo, no vaya a ser que en ese trámite nos olvidemos de volverlo a poner en la rampa de lanzamiento, listo para despegar nuevamente. Platos, cuchillos, vasos, botines, paletas, zapatillas, una campera y hasta carbón en el baúl. Es como estar preparados para la guerra, es un uniforme oficial, un equipo de supervivencia.

Las mujeres intentarán frenar esa organización horaria paralela que escapa a su supervisión (nunca más justa la palabra: una súper visión, una mirada con escaner incluido, capaz de atravesar cuerpos e intenciones), con retardos, discusiones de última, pataletas, enfermedades reales o supuestas propias o del resto de la familia incluyendo mascotas.

Hay muchachos que juegan al bolo los sábados desde que tienen cinco años. Y a los treinta todavía la mujer que lo acompaña (madre, novia, esposa o cualquier otra categoría) le sigue preguntando sábado tras sábado por qué tienen que ir, por qué tiene que ser a tal hora o por qué no puede ir ella o los chicos. O lo que es peor ponen algo familiar o conjunto -un bautismo de una hija, por ejemplo; o algo más difuso como ir a saludar a tía Paquita- en el horario que, saben desde siempre, está estipulado para la salida masculina.

Hay niñas que de golpe, en un ataque de furia o de rebeldía ante nuestra capacidad organizativa exterior, vuelven a tomar las riendas completas de los horarios díscolos y dispersos de la casa y dicen por ejemplo que desde las 16 a las 22 de todos los días ellas tienen reunión de vendedores de productos cosméticos u ollas o encuentro de danzas esquimales o algo y por ende todos los horarios nuestros se caen, como los vuelos internacionales ante un paro del personal aeronáutico: vos tendrás los pasajes, las valijas, las reservas, te esperan; pero, lo siento, no hay viaje.

Nosotros en consecuencia organizamos en minutos las actividades fuera de la banda horaria restringida y así hay fútbol cinco a medianoche o partidos de paddle a las dos de la tarde.

No hay que enojarse por estas reacciones: son un reconocimiento. Además, ellas, las mujeres, han estado hurgando en nuestras orejas y orificios más recónditos desde que nacemos, luego han seguido lavando nuestros calzoncillos -y no diré más-, han mirado con naturalidad nuestra agenda, toman nuestra billetera como si fuera de ella -y no diré más-; somos, en rigor, su propiedad -y no diré más- ¿por qué no habrían de intervenir en nuestros horarios cuando están levemente desbandados y fuera del área de influencia primaria? Y ustedes, hombres del mundo, amigos, no sean tan pollerudos y digan algo, carajo.

Néstor Fenoglio