Opinión: OPIN-01 Cuando se avecinan tiempos difíciles

La crisis financiera ya es un dato objetivo de la realidad, como lo confirmó la propia presidenta de la Nación admitiendo que sus consecuencias habrán de repercutir en la economía nacional. Han quedado atrás las bravuconadas acerca de la solvencia del llamado modelo kirchnerista o los consejos zumbones a las autoridades económicas de EE.UU. Ahora, el sentido común y el miedo a un derrumbe imponen otro tipo de conducta, más sensata, más realista, menos expuesta al papelón.

Las informaciones sobre el impacto de la crisis en las finanzas de Brasil terminaron de convencer a los Kirchner de que el tema era serio y que lo conveniente era aceptar que se venían momentos difíciles. Las propias declaraciones de Néstor Kirchner convocando a un acuerdo nacional para enfrentar la crisis fueron la primera señal de que el olfato político del ex presidente todavía sigue funcionando.

Tres interrogantes se suscitan a continuación de estos anuncios: ¿quiénes son los convocados para forjar este gobierno de unidad nacional?, ¿qué grados de credibilidad dispone este gobierno para proponerse una convocatoria de esta magnitud? y ¿cuáles serán los puntos programáticos de esa convocatoria?

Hasta el momento, los Kirchner no han dicho una palabra al respecto. La presidenta admitió oficialmente que la crisis existe, pero no se conocen las decisiones que se van a tomar para reducir sus efectos al mínimo. Una crisis de esta magnitud pone a prueba los liderazgos políticos, y según sea la respuesta que se le dé puede ser el anticipo de la gloria o de la derrota política.

Los tiempos que se avecinan son borrascosos y el gobierno deberá recurrir a su talento para pilotear esta nave que se llama Nación Argentina. La responsabilidad es de los Kirchner sin lugar a dudas, pero se extiende al peronismo en su conjunto, a la oposición y a la propia sociedad civil. Sin un liderazgo creíble será muy difícil superar esta crisis con costos bajos, pero sin una sociedad decidida a acompañar en los sacrificios a los rigores de la coyuntura, tampoco será posible salir.

Las crisis financieras como la que ahora se ha desatado afectan el consumo y como consecuencia generan desocupación, caída de salarios, servicios sociales y, según sean las circunstancias, una creciente conflictividad social que, en algunos casos, puede llegar a generar situaciones revolucionarias y en otros, una profunda depresión económica y moral, de esas que habilitan los peores experimentos políticos.

Los reclamos sociales se modifican porque las situaciones que se definen son otras. Si en tiempos de bonanza las demandas por mejores salarios crecen, en tiempos de crisis los trabajadores se conforman con mantener el empleo aunque los sueldos no sean los óptimos.

No se equivoca Kirchner cuando sugiere la necesidad de un gobierno de unidad nacional. En estos casos, no sólo es necesario sino que además es indispensable. La unidad se impone para asegurar programas económicos de emergencia; entendimientos con los grupos económicos y los sectores corporativos; legitimidad para movilizar a la sociedad detrás de estos objetivos, en más de un caso modestos, pero de difícil realización. El problema de fondo es si el actual gobierno está preparado para llevar adelante una misión política de esta envergadura.