Opinión: OPIN-06
La vuelta al mundo
Israel y el caso Olmert

Rogelio Alaniz

La renuncia del ex primer ministro de Israel, Ehud Olmert era previsible y en algún punto deseada por un sector importante de la opinión pública. Los reparos de ciertos analistas respecto de la conveniencia de remover al sucesor de Sharon que de alguna manera fuera el artífice de las actuales tratativas de paz, chocaron contra el realismo descarnado de las imputaciones judiciales en su contra en un sistema político en el que el Estado de Derecho funciona y la división de poderes se respeta al pie de la letra.

Sectores progresistas de Israel que nunca votaron a Olmert, admitían que sus irregularidades eran evidentes, aunque señalaban que había que ser cuidadoso a la hora de promover su renuncia porque su sucesor no sería un laborista o un pacifista judío sino Benjamín Netanyahu, el dirigente del Likud, considerado un halcón en lo militar y un ultraliberal en lo económico.

Ninguna de estas consideraciones fundadas en el sentido común ni la especulación política de signo progresista lograron impedir que la Justicia de Israel actúe atendiendo a las denuncias y las pruebas correspondientes. El propio Olmert admitió estar orgulloso de ser "el primer ministro de un país que investiga a sus primeros ministros". Estas declaraciones las hizo cuando sabía que su destino político estaba sellado. No fueron las palabras de un demagogo o de alguien que quería eludir la acción de la justicia. Todo lo contrario.

A principios de año, Olmert debió hacerse cargo del informe de una comisión investigadora que indagó sobre su responsabilidad en la guerra del Líbano del 2006. Yo estaba en Israel cuando la llamada Comisión Vinegrud informó en detalle sobre lo sucedido en esas semanas y determinó las responsabilidades políticas y militares de los principales protagonistas. Entre los sectores progresistas, hubo un suspiro de alivio al enterarse de que a pesar de la dureza del informe no se promovía su separación del cargo. No obstante, las críticas al ministro de Defensa, Peretez y al general a cargo del operativo militar, Halutz, fueron demoledoras.

En Israel, nadie se sorprendió por el resultado de las investigaciones. Con orgullo, un amigo residente en Israel me recordaba que cada vez que hay una crisis importante, incluida la guerra, se constituye a continuación una comisión investigadora. En 1973, después de la guerra del Yom Kippur, se creó una comisión investigadora que no sólo obligó a renunciar al comandante en jefe de entonces, David Elizer, sino que luego promovió la renuncia de dos mitos sagrados de los judíos hasta el día de hoy: Moshe Dayan y Golda Meier. Está claro que estos contratiempos no los tienen los muchachos de Hezbolá y mucho menos los jefes de las dictaduras teocráticas que pululan en Medio Oriente.

En Israel, sin duda que hay corrupción política y éste es un dato de la realidad que la opinión pública judía mira con preocupación. Para los mayores, parecen muy lejanos los tiempos de los padres fundadores que vivían modestamente y su exclusiva riqueza era su sabiduría y su entrega a la causa de fundar un Estado democrático y progresista. Tuve la oportunidad de conocer las casa de Gurión y Golda Meier. Casas sencillas, modestas, absolutamente en las antípodas de la imagen que se tienen por estos pagos de los funcionarios del poder. Golda Meier vivía en un departamento que en la Argentina, sin exageraciones, sería considerado un Fonavi. La casa de Gurión tenía algunas comodidades más, pero no dejaba de ser el hogar sencillo de un hombre sencillo. Beguin, el histórico líder de la derecha de Israel, el duro entre los duros, siempre vivió modestamente y hasta sus enemigos políticos internos admitían su austeridad, su decencia personal, su coraje civil. Rabin, el mártir de la paz, el héroe de la guerra de liberación, el político cuya memoria es colocada al nivel de los grandes próceres, debió renunciar en su momento porque no pudo justificar una cuenta bancaria a nombre de su esposa.

Hoy, los tiempos han cambiado e Israel no es la excepción. La corrupción política existe, pero la diferencia con Argentina, por ejemplo, es que los Menem, los Uberti o los Kirchner de allá Äque los hayÄ están presos, mientras que aquí están libres y en más de un caso son poder. También existen en Israel serios problemas para financiar el estado de bienestar, uno de los más avanzados del mundo. Estas dificultades son, en general, las dificultades que se le presentan a los capitalismos democráticos del mundo avanzado. Lo que sucede en Israel también ocurre en Europa, incluso en sus democracias sociales más reconocidas.

No obstante ello, y esto es lo que importa destacar, el sistema funciona y en sus líneas centrales funciona bien. La investigación a Olmert así lo confirma. En Israel, puede haber corrupción pero no hay impunidad: los políticos ladrones terminan en la cárcel o en el llano. Algo parecido les pasa a los donjuanes: un jefe militar, presidente del Estado debió renunciar cuando se le probó que había intentado hacerse el galán con una señorita.

El caso Olmert merece analizarse. Se trata de un político de primera línea formado al lado de Sharon y que durante casi una década fue el intendente de Jerusalén, una gestión que se recuerda como una de las mejores de las últimas décadas. Con una trayectoria política y militar impecable, Olmert se rebeló como el primer ministro capaz de transformarse en el interlocutor de los palestinos y de los principales jefes de los Estados árabes.

Olmert estaba imputado por diferentes causas, pero la que más lo complicó, es la denuncia que prueba que las millas aéreas previstas para sus viajes oficiales se las entregó a su esposa para que se vaya de vacaciones. Así como suena: el primer ministro de Israel pierde el poder porque entregó las millas de sus viajes oficiales a su mujer.

En homenaje al humor, podría decirse que más de un marido estaría dispuesto a cometer esa falta con tal de que la esposa lo libere algunos días, sobre todo en el caso de Olmert, cuya esposa e hija son furiosas militantes pacifistas de la izquierda israelí, pero lo cierto es que las vacaciones de la esposa le costaron el poder al marido. Parece una broma, en la Argentina sin duda que sería un chiste mal contado, pero en Israel no lo es. Leo en los diarios de estos días que la familia presidencial dirige una consultora financiera o que compran tierras públicas a precio vil y luego la venden a precio millonario y entonces pienso en la distancia que hay entre una sociedad donde los controles funcionan y otra en que los controles no existen.

Consideraciones políticas al margen, hay un punto en que la experiencia de Israel merece destacarse como ejemplar y es el siguiente: los hombres del poder son investigados y son investigados mientras ejercen el poder. Este último detalle es importante. En las repúblicas sudamericanas, incluida la nuestra, los hombres del poder a veces son investigados, pero lo son cuando perdieron el poder, no antes. En estos casos, más que una investigación, el proceso se parece a una persecución política. La diferencia de Israel con Argentina, consiste en que sus ministros deben soportar a los jueces cuando son gobierno. Esa diferencia es la que distingue a un Estado de Derecho de una republiqueta bananera.

Que estos escrúpulos morales tengan lugar en un país en guerra, en un país que dispone del triste privilegio de ser la única nación en el mundo cuya existencia material está amenazada por potencias que están a punto de disponer de armas atómicas, hace más admirable la experiencia iniciada hace sesenta años por un puñado de pioneros que se propusieron crear una nación en el desierto y que hoy es, más allá de sus problemas, una de las grandes experiencias sociales y políticas del siglo veinte.