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Cuando abrís la boca
Dime cómo hablas y te diré... Ser del "interior" y vivir en la capital. Una de las situaciones que a diario se suceden es tener que "explicar" algunas expresiones que utilizamos naturalmente, pero que a los habitantes de la gran ciudad les sorprenden cuando las escuchas...y hasta les resuenan como un idioma propio. textos de María A. Allemandi.

Soy santafesina. Y hablo como santafesina. No importa en qué lugar del mapa esté. Lo que soy va conmigo a todas partes. Eso es la identidad. Y yo nací en una ciudad que cabe en una bota y miro el mundo desde la ventana de la casa en la que crecí, parada en el cordón de la calle por la que anduve en bicicleta, sentada en el banco de la plaza donde me sorprendió la adolescencia. Soy las palabras que escuché, las comidas que degusté, los paisajes cotidianos que nunca me cansé de ver.

Por esas cosas de la vida que algunos llaman destino, desde hace un par de años vivo en Capital Federal y si bien uno aprende a pasar los días de un modo diferente en una gran ciudad, se siente en todos lados un santafesino neto y termina extrañando hasta la humedad.

La ciudad es vertiginosa y al principio aturde un poco. El edificio donde vivo tiene la misma cantidad de casas que todo el barrio en el que me crié. Las calles tienen hasta seis carrilles y aún así quedan chicas para los millones de autos que las transitan a diario. Hay tantos taxis como mosquitos en Santa Fe. Los colectivos y los trenes trasladan gente como ganado. Las personas caminan apuradas porque están llegando siempre tarde a todos lados. Las bocinas son la cortina musical de las seis de la tarde. El teléfono de mi casa suena con frecuencia y del otro lado de la línea alguien (a quien llaman telemarketer) te quiere vender algo. Parece una vida de locos, pero uno se acostumbra y termina corriendo a la par del resto.

Es verdad que cada cual está en su mundo, eso habilita la diversidad maravillosa que existe en la capital del país. Los que venimos del interior pasamos desapercibidos entre la multitud que gana el asfalto, pero siempre algo nos delata.

En mis pagos hablamos así

Uno abre la boca y lo descubren. La afirmación se disfraza de pregunta y, como en paracaídas, siempre llega: ¿vos no sos de acá? -Yo soy de Santa Fe. El hecho de no pronunciar la "s" al final de las palabras nos caracteriza. Pero uno no se da cuenta hasta que se encuentra rodeado de gente nacida en Buenos Aires y escucha el sonido intermitente de la ese. Una ese que suena clara, fuerte y que al principio molesta en los oídos.

El artículo delante de los nombres también es propio de nuestro modo de hablar. "Me vino a visitar la Paola", "esta noche vamos del Javi", "la Meli cumple años mañana" es como una garrapata difícil de sacar. Es un modo que tenemos incorporado. Y así, una larga lista de expresiones que cada vez que las decimos nos vemos en la necesidad de explicar.

En el lugar donde trabajo, mi vocabulario se ganó un lugar en el pizarrón de las novedades. Dentro de la lista, el primer puesto lo tiene "boleando cachilo". La primera vez que esas palabras salieron de mi boca provocaron carcajadas. En Santa Fe cualquiera sabe que cuando uno dice que está boleando cachilo es porque está distraído o desorientado. En Buenos Aires busqué un sinónimo: "papando moscas".

Otra palabra que me trajo problemas fue "chanta" porque, por lo general, a este lunfardo lo usamos cuando nos referimos a alguien que es irresponsable, que no es de confianza o que finge ser algo que no es. Pero, además, nosotros lo utilizamos para referirnos a que un plan salió como queríamos o a que algo nos calzó bien. Una vez en una tienda, después de medirme una prenda, la empleada me preguntó cómo me había quedado. Le respondí "chanta" con mi mejor sonrisa y cuando vi la expresión de su cara, aclaré que era otra forma de decir "como anillo al dedo".

Solemos decir también "estoy alambrando" y no es que uno está cercando con alambre el terreno, sino que se siente al límite de una situación. Traducido sería como estar haciendo fuerza para que algo se de.

A diario usamos expresiones "de la abuela" difíciles de "traducir" o explicar. No sé porqué solemos preguntar si una embarazada ya "compró", pero todos sabemos que hacemos referencia a si ya dio a luz.

Tienen gollete...

Los santafesinos, sobre todos los nacidos en el interior de la provincia, también tenemos la costumbre de llamar masitas a las galletitas. Y le decimos cara sucia a lo que otros llaman torta negra. El escurridor es el secador. Nuestra plantera es la maseta. Los carlitos que comemos en el bar son los tostados. Y cuando uno pide porrón en Santa Fe le venden la botella de un litro, mientras que en Buenos Aires le ofrecen cualquier recipiente que contenga cerveza. No hay que pedir un kilo de costeletas en la carnicería porque no conocen con ese nombre al citado corte de carne. Achicoria es difícil de encontrar en la verdulería, pero no falta la radicheta.

Así hablamos los santafesinos. Uno descubre ese lenguaje tan propio cuando se aleja del entorno y los otros se asombran, se divierten y fruncen el seño ante algunas de nuestras expresiones.

Este modo de hablar no implica utilizar mal el idioma, sino que tiene que ver -simplemente- con la variedad de formas de comunicarse en forma oral, según la tradición y las costumbres de cada lugar. El lenguaje hace a la identidad de los pueblos porque se entreteje en las relaciones sociales de los hablantes que interactúan, que comparten la memoria colectiva, que forjan la historia, que conocen su pasado, que se saben únicos.

Aunque los "porteños" -como los llamamos los santafesinos- tanto como los ciudadanos de otras provincias, a veces no entiendan nuestras expresiones, todas ellas tienen gollete... Y hacen honor a la diversidad.