Nosotros: NOS-09
DE RAÍCES Y ABUELOS
Recuerdos de Cabal y un añejo paraíso
Historias regionales. Desde Llambí Campbell, un asiduo lector de nuestra sección De Raíces y Abuelos envió un escrito en donde combina recuerdos y reflexiones sobre un antiguo árbol que crece en nuestro suelo y su relación con los inmigrantes. textos de Elio Reinares.

Paraíso: nombre que nos recuerda el Paraíso Terrenal, la dulzura, el placer simple y sin rebusques de la paz. El que recordamos hoy es el árbol que -siendo originario de Asia- se adentró en nuestro suelo para ser aclimatado, acompañando a los inmigrantes que comenzaron a poblar esta tierra, hoy llamada Cabal, en las proximidades de Llambí Campbell.

Seguramente que un puñado de semillas resultaron tan pródigas que se multiplicaron hasta colmar las necesidades que el ingenio adaptó para su servicio. El tiempo también terminó por extinguirlos cuando, por efectos de las continuas podas, su tronco fue presa de su pudrición y muchos ejemplares fueron ocupados para leña.

A los primeros paraísos los implantaron los colonizadores para demarcar su propiedad, de tal suerte que colocados a 10 metros de distancia, les servían para sostener los alambrados y los que fueron emplazados cerca de la vivienda, para contar con abundante sombra. Hoy todavía quedan algunas taperas con algunos que otros paraísos para sombra de la hacienda.

Antiguamente, en la época de la langosta -hasta mediados de 1940- uno de los pocos árboles que era respetado por la plaga era el paraíso. Muchos colonos utilizaban sus hojas para combatirlas, para lo cual las hervían y rociaban con ese caldo a las demás plantas a manera de protección contra los ataques de la langosta.

La norma de los productores era contar con los paraísos para asegurarse leña todo el año. En invierno eran deshojados y se aprovechaba la poda de las hileras de uno de los costados de su predio para tener esa abundante leña. Así, cada cuatro años, hacían esa rotación.

La leña -almacenada en prolijas pilas o estibas- surtía las necesidades de la cocina, el horno para el pan y los braceros para mitigar los crudos inviernos. Toda la familia compartía el esfuerzo en esta tarea: unos hachando o serrando y otros apilando.

Hoy, queremos rescatar un ejemplar de paraíso entre los que todavía podemos contar. La foto que ilustra esta nota nos muestra a uno de estos árboles, que fuera plantado por los primeros colonizadores de la zona de Cabal en el año 1870.

Se encuentra a un kilómetro al sur -antes de llegar a estación Cabal- y a tres kilómetros de la ruta 11 hacia el este, sobre uno de los alambrados del campo propiedad de Daniel Strada, nieto de uno de los primeros colonos gringos de la zona, don Humberto Strada.

Historia de un ejemplar centenario

Según lo que recuerdan los viejos pobladores, por el año 1970 -cuando conocí a este árbol- ya era considerado centenario.

El 25 de setiembre de 1992, con un amigo nos tomamos el trabajo de hacerle las mediciones y las fotos. Provistos de una vara de 3 metros, la cinta métrica y la plomada para aplomar la estaca y medir su sombra, también tomamos su altura: acusó entonces 22,20 metros y un ancho del follaje de igual medida. Tomamos la circunferencia a su tronco y acusó 4,38 metros.

Entonces tenía la particularidad de no haber recibido ninguna poda de sus ramas, de ahí su vitalidad y sanidad. Han pasado 16 años desde entonces y es muy poco lo que se puede apreciar en forma aparente acerca de las posibles modificaciones sufridas. Lo que sí resulta visible es que, al haber arrancado los árboles y arbustos para ensanchar el camino -los ejemplares que nacieron del lado sur de la calle que linda con el establecimiento Los Leones- que le servían de protección para desviar los vientos, una tormenta quebró un par de sus ramas.

El augurio que le espera a este añejo paraíso está un tanto comprometido por el uso de los herbicidas que se están aplicando en toda la zona. El "progreso", con el uso de fumigaciones que procuran liberar de malezas al suelo, no contempla salvar al árbol que tan generosamente regaló su sombra durante tantos años. Confiemos en que sea sólo un alerta que nos permita seguir disfrutando de su prestancia.

De tocarle ser abatido -como desearía este ejemplar decirle al hombre, que no obstante su enorme y grotesco desarrollo- y si hubiera una sierra que lo pudiera transformar en tablas, su madera tan noble y buena quisiera ser convertida en una mesa con 12 sillas; en un guardarropas; una cómoda y repisa para libros de estudiante y para alguno de los bisnietos de aquel inmigrante que un día de 1870 con la mayor de sus esperanzas lo plantó.

También querría ser un cofre teñido en brillante marrón oscuro, donde pudiera dormir la eternidad. Si aún hubiera un resto convertido en varilla, con cuánto orgullo desearía que -quitadas las cuatro esquinas- la conviertan en una pirámide octogonal, para que bien lustrada la madera al natural, la transformen en asta para la bandera nacional.