Opinión: OPIN-05
La vuelta al mundo
Mc Cain y Obama en la cuenta regresiva
Los candidatos Barack Obama y John McCain durante el último debate público. El próximo 4 de noviembre los norteamericanos definen quién será su presidente. Foto: EFE

Rogelio Alaniz

Los indicios a favor de la victoria de Obama en Estados Unidos son cada vez más consistentes, pero hasta el puntero más modesto de barrio sabe que las elecciones se ganan con votos y no con encuestas. Una lectura de los principales diarios de EE.UU. permite suponer que Obama efectivamente llegará a la Casa Blanca, pero muchos de esos diarios también dijeron que Al Gore y Kerry derrotarían a Bush y las urnas después dijeron otra cosa.

Hay buenas razones para creer que Obama puede ganar, pero los observadores más experimentados prefieren ser prudentes y no anticipar resultados. En las últimas semanas, ha empezado a circular como rumor que Obama puede ser víctima del llamado "efecto Bradley", una designación hecha en homenaje al candidato a gobernador de California, el negro Tom Bradley, que ganaba en todas las encuestas hasta que el día de las elecciones muchos que decían que lo iban a votar a la hora de la verdad eligieron a un blanco.

El "efecto Bradley" pretende demostrar que Estados Unidos jamás votará por un negro. Que algunos vecinos se entusiasmen por un candidato de color o crean que es lo mejor para el país, no quiere decir que llegado el momento, que un conservador criollo calificó como "la encrucijada del cuarto oscuro", terminen votando por un blanco.

La hipótesis es curiosa pero ni siquiera es interesante. El prejuicio racial en Estados Unidos sigue siendo fuerte pero no es el de los tiempos del Ku Ku Klan. La consigna "blanco y protestante" que durante décadas pareció ser la dominante, hace rato que ha perdido eficacia. Los negros y los hispanoamericanos sumados ya son casi una mayoría, al punto que hasta el conservador más recalcitrante sabe que no puede soñar con aspirar a un cargo electoral si no tiene en cuenta a estos sectores. Es más, los tiempos han cambiado con tanta celeridad que hoy tampoco se puede ganar las elecciones si no se tiene un punto de acuerdo con la poderosa e influyente comunidad gay, cuyos integrantes militan en los dos grandes partidos y sus preferencias no circulan por el tradicional esquema liberal o conservador.

Por su parte, los negros en las últimas décadas han ganado poder, influencia y prestigio. Si algo meritorio, o por lo menos digno de ser tenido en cuenta, tiene el sistema norteamericano es esa capacidad de adaptarse a los nuevos tiempos, adaptación que nunca es sencilla, ni rápida pero que constituye uno de los rasgos distintivos del sistema. Recordemos a título de ejemplo que hace apenas cinco décadas una negra llamada Rosa Parks debió protagonizar un escándalo mayúsculo en Atlanta por negarse a cederle el asiento en un colectivo a un blanco. En el 2008, un hombre de color -después veremos hasta dónde Obama es negro- está a punto de llegar a la Casa Blanca.

Los negros desde hace años ocupan puestos de poder en el sistema. Tanto en las gestiones demócratas como republicanas los negros han colaborado con ministros y secretarios de Estado. En numerosas ciudades, la burguesía negra es poderosa y el lobby que es capaz de montar no tiene nada que envidiar al de los grupos tradicionales. Es verdad que a nivel estadístico los negros siguen siendo proporcionalmente los más pobres, las víctimas preferidas de la violencia estatal y paraestatal y los protagonistas más destacados de los episodios delictivos o de violencia, pero ya hace rato que la comunidad negra ha dejado de ser indefensa o alejada del poder.

La candidatura de Obama no debe ser pensada como la imposición de la cultura negra sobre la blanca, sino como la integración definitiva de esta cultura al sistema. Para empezar, digamos que Obama es el negro que hoy los norteamericanos pueden permitirse admitir: es inteligente, culto, bueno mozo, agradable y conciliador. Nada que ver con la imagen del negro combatiente o revolucionario que enfrenta a la cultura blanca y cuestiona todos sus fundamentos. Como lo decía en una nota anterior, Obama está más cerca del negro "cabaña tío Tom" que de los Panteras Negras.

Incluso no es apropiado decir que Obama es negro. Si algo podría decirse sobre su piel es que es mestizo. La misma apreciación podría hacerse de su mujer. Lo que sí es seguro es que no es blanco. Para la extrema derecha yanqui, esta omisión es imperdonable, sobre todo porque al color de la piel Obama le suma algunas propuestas sociales que para ellos son inaceptables, pero esa extrema derecha hoy es una minoría, minoría ruidosa pero sin posibilidades de decidir sobre el futuro de Estados Unidos.

Más que presentarse como un paladín de la causa negra, Obama se presenta como el paradigma de una Nación que asegura la integración y la movilidad social para todos. Sus antecedentes familiares son el testimonio de ese formidable proceso de integración en el que no hay negros y blancos, sino norteamericanos, en la mayoría de los casos mestizos, como lo prueban los propios antecedentes familiares del muy rubio y anglosajón Mc Cain con varios negros en su familia.

Atendiendo a estas consideraciones es razonable suponer que Obama será el presidente número 44 de Estados Unidos. El reciente apoyo de Colin Powell, republicano y también de color, a su candidatura, muestra una tendencia que parece ser irreversible. Este fin de semana el influyente New York Times expresó en su editorial el apoyo a Obama. En el popular mundo del espectáculo y en el campo intelectual estas adhesiones son abrumadoras.

En las trincheras de Mc Cain, por el contrario, reina el desconcierto y las riñas menores y no tan menores. Las impugnaciones a la candidatura de la señora Palin son cada vez más fuertes y consistentes. Mc Cain por su lado se comporta como el candidato perdedor, es decir, se dedica a difamar a su contrincante, acusarlo de ser el autor de hechos horribles, imputaciones que como suele ocurrir en estos casos, no hacen otra cosa que fortalecer a Obama.

Se dice que los días que quedan pueden ser decisivos, pero a mi modesto criterio la campaña electoral fue tan debatida, tan prolongada que hay motivos para suponer que la mayoría de los norteamericanos ya tiene definido su voto. Tal como se distribuyen los intereses regionales, políticos e ideológicos no habría motivos para poner en duda la victoria de Obama. A Mc Cain lo votará la extrema derecha republicana y religiosa, los llamados blancos pobres y resentidos, pero esta suma de apoyos fundados en los prejuicios y el odio no le alcanzarán para llegar a la Casa Banca.

Además, Mc Cain debe remontar con la presidencia de Bush, considerada la más desprestigiada de la historia de Estados Unidos. Mc Cain le ha dicho a Obama en un debate que el no es Bush, pero como muy bien le respondiera el candidato demócrata, Mc Cain no es Bush pero da la casualidad que milita en el mismo partido y en los puntos clave de la política nacional e internacional no sólo que lo ha apoyado sino que además expresa su continuidad. Mc Cain no es Bush pero es lo que más se le parece, lo cual no es poco decir.

Por último, habría que señalar que la crisis financiera también estará presente en estas elecciones. Mc Cain se ha esforzado por tomar distancia de ella, pero lo cierto es que el crack se produjo durante una gestión republicana. Es más, los observadores y los operadores económicos estiman que la posibilidad más seria de empezar a remontar la crisis pasa porque Obama llegue a la Casa Blanca y le otorgue a un poder desgastado y desprestigiado, un nivel de legitimidad y consenso que le permita convencer a los operadores que es posible pensar en una salida más o menos ordenada y más o menos previsible y razonable.