Voces en diálogo

Distinto brilla el sol en cada baldosa

Por Roberto Daniel Malatesta

“La verdad se mueve”, de Javier Adúriz. Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2008.

Apenas abrimos el libro un proverbio zen, tal como el título, nos anuncia “La verdad se mueve”. ¿Qué ocurre con esa movilidad? Ya en “La canción del Samurai” libro anterior de Javier Adúriz, una polifonía de voces ascendía una por poema, voces que cantaban su verdad, y acaso, preanunciado este nuevo libro, un poema “Protesta del faquir” dejaba oír, en una, dos voces; una la del faquir que “encarnará”, valga el oxímoron, a nuestro prototipo de jubilado y la otra, la del muchachito malcriado que no aparece sino subrepticia en las replicas del fakir, ambas dan como resultado una oposición grave entre la distancia en edad y posicionamiento social del niño de mala educación y nuestro desventurado y argentino faquir.

Decíamos que este último poema mencionado puede ser punto de partida para el nuevo libro de Adúriz, en el cual los diálogos son casi la materia misma del libro, ya sean poemas que se subdividen en dos partes, como es el caso de “Piercing”, donde la parte 1 no es más que la voz que habla al Hijo: “Lo nuestro fue más ensoñado siempre/opinar fue la forma de ser libres” y la parte 2, la voz que se direcciona al Viejo: “Viejo, siempre en estado de pancarta/¿No ves que eso de ser libre/ Brilla sólo en tu baldosa” de tal forma que ambas voces, viejo e hijo exponen su verdad y esta “se mueve” entre ambos sitios, al parecer sin pretender un estado de relativismo dónde todo pueda dar lo mismo y apenas sí barnices de cambiantes “depende de quien” den su enfoque desapasionado, sino más bien puntos sumamente fuertes que defienden lo suyo con poética razón.

Otro ejemplo de estas voces que construyen su visión, lo tenemos en hagamos fuego, dónde en el mismo poema se alternan dos voces: el señor andante, seguramente, y su compañero de travesías, el señor que vive en las palabras y el otro que no, el señor maestro en desmesuras: “el campo es todo nuestro/ El firmamento en ascuas/ habla por nosotros/”; El humilde: “Sire, hagamos fuego/ así al menos se vean las palabras”. De tal modo se entroncan dos voces en el mismo texto y la verdad pasa de un sitio a otro.

Una tercera opción es la voz única que, de todas formas, nos hace llegar otra voz como una parte oculta, una voz más propia del lector que del que escribe. Ejemplo es ese callado Gregorio del poema “No tengas miedo” al que su hermana luego de tirarle dos manzanas le dirá “No tengas miedo, Gregorio,/ la imaginación es buena compañera”. La voz del metamorfoseado será siempre la nuestra, lector, constituyendo esa resonancia al que el texto convoca.

Tampoco se agota el libro en la virtud que los diálogos abarcan, no deja de abundar la poesía ancha como, para mencionar ejemplos, esa descripción del sonido de un río de montaña: “Son como cascotitos limpiándose/ con la corriente, algo múltiple” del poema “¿Oís el río? o aquella del mismo ya mencionado “Piercing”, un alejandrino que, para mayor respeto, pronunciaremos con aguardentosa voz tanguera “esta turra injusticia que nos ahoga a todos”.

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De la serie “Coloquios perdidos”.

Foto: Miguel Grattier