Editorial

Por Rosario en un Rolls Royce

Mario Segovia no es ningún perejil”, disparó el juez federal de Campana, Federico Faggionatto Márquez, al referirse al rosarino que fue detenido en el curso de las investigaciones por el caso de la efedrina.

El caso no deja de sorprender. Parece una grosería y hasta una burla al sentido común el hecho de que las fuerzas de seguridad -nacionales y provinciales- no hayan detectado antes a este hombre, quien no se privó de realizar la más burda ostentación de sus riquezas mal habidas.

Mario Segovia -o como se llame- se paseaba por la ciudad de Rosario en un Rolls Royce modelo 2008, mientras su esposa conducía un Hummer 2007 y otro de 2006. Ante semejante desparpajo, poco parecen importar la camioneta Land Rover y el resto de los vehículos propiedad de este matrimonio.

Pero esto no fue todo. Segovia se tomó el atrevimiento de exportar droga utilizando un documento falso, bajo el nombre de un delincuente que se encuentra preso en una cárcel de la provincia de Buenos Aires. ¿Ni siquiera el nombre y el apellido de un presidiario lograron despertar sospechas en los organismos encargados del control?

Aún hay más. Frente a la casa de este matrimonio en el barrio rosarino de Fisherton, colgaba un cartel en el que se advertía a los transeúntes que estaba prohibido filmar o fotografiar la propiedad. ¿Es que a nadie le había llamado la atención dicha advertencia?, ¿acaso es un hecho común que una familia no permita registrar imágenes de su vivienda?, ¿qué es lo que tenían que ocultar?

Pocas horas después de la detención de Segovia, el gobierno provincial se apresuró en distribuir un comunicado de prensa en el que aclaraba que el control sobre precursores químicos depende de la Nación, e informaba sobre la realización de gestiones para que se le permitiera colaborar en este asunto a las fuerzas de seguridad locales.

Si bien es cierto que el control sobre la compra y venta de precursores químicos está en manos de la Nación, resulta difícil comprender cómo fue posible que los organismos de seguridad e inteligencia de la provincia no hayan sospechado e investigado a un individuo con semejantes exteriorizaciones de riqueza rápida.

¿Cuántos rosarinos se pasean en un Rolls Royce último modelo?, ¿cómo se logra ganar -en nuestro país-, dentro de la legalidad y en poco tiempo, tanto dinero?

Cuando un delincuente -en este caso la Justicia deberá probar que infringió la ley- hace semejante ostentación de riquezas, es comprensible que surjan sospechas sobre actividades, complicidades, protecciones e impunidad.

En el ámbito nacional, tanto la Sedronar, la Afip, la Aduana, las fuerzas de seguridad y la Side, deberán explicar cómo fue posible que durante dos años este rosarino haya podido comercializar ocho toneladas de efedrina, ganar tantos millones de dólares y comprar semejante cantidad de bienes suntuosos sin que nadie se diera cuenta.

Una vez que la Justicia devele los detalles que todavía no se conocen de esta historia, serán muchos los que deberán dar explicaciones ante una sociedad descreída y abatida por la sospecha permanente.