Una tormenta perfecta

Sebastián Canale (*)

Resulta difícil explicar exactamente qué ha llevado al mundo financiero a la situación de caos que vivimos actualmente. Como todo fenómeno tan complejo, su explicación es necesariamente compleja, y obedece a un sinnúmero de factores que confluyeron al mismo tiempo para generar un episodio estilo “tormenta perfecta” pocas veces visto hasta el momento.

El consenso acerca de la génesis de lo que está ocurriendo parecería apuntar al exceso de liquidez (y el consecuente apetito por el riesgo) que experimentaron los mercados financieros globales durante la primera parte de esta década. Este exceso de liquidez fue posibilitado en parte por la decisión del Banco Central de Estados Unidos de mantener las tasas de interés en niveles extremadamente bajos luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 de manera tal de sacar a la economía norteamericana de la recesión (recordemos que los finales de los ‘90 y los comienzos de la actual década se caracterizaron por sucesivos episodios de desestabilización globales, incluyendo crisis de mercados emergentes en Brasil y Rusia, y la caída de un fondo de inversión especulativo, Long Term Capital Management, que hicieron mella en la economía global). Al intentar evitar la recesión en Estados Unidos, el Banco Central de aquel país habría sentado las bases (a través de una política monetaria demasiado expansiva) de los sucesos que estamos viviendo actualmente. El exceso de liquidez que inundó al sistema financiero global durante varios años desencadenó un apetito inusitado de parte de los inversores por activos de dudosa calidad crediticia (particularmente en el mercado inmobiliario, donde se generó una burbuja especulativa de proporciones históricas, tanto en Estados Unidos como en otros países desarrollados, particularmente en Europa occidental). Intentando simplificar la explicación de lo ocurrido, el otorgamiento de créditos hipotecarios a personas de dudosa capacidad de repago en búsqueda de tasas de interés marginalmente más altas, generó una avalancha de incumplimientos cuando las tasas de las hipotecas se reajustaron a la suba durante el 2006/2007, y los valores de los bienes inmuebles comenzaron a bajar. Estos incumplimientos masivos generaron pérdidas históricas (centenares de miles de millones de dólares) en los balances de las instituciones financieras más grandes del mundo, al punto de llevar a la quiebra a varias de ellas, y a un fenómeno de consolidación (es decir, de fusiones y adquisiciones entre diferentes bancos) pocas veces visto.

Lo que comenzó como un fenómeno principalmente financiero, rápidamente infectó a la economía real. Los bancos recortaron fuertemente el crédito (al consumo, hipotecarios, de tarjetas de crédito), y las economías se resintieron debido a la virtual desaparición de este elemento tan valioso para el normal funcionamiento de los mercados. Las empresas vieron caer fuertemente la demanda por sus productos y servicios, y tuvieron que reducir gastos (vía la reducción de personal). El desempleo se disparó y esto, a su vez, generó un proceso perverso de retroalimentación ya que afectó negativamente el consumo, de por sí golpeado. En un país como Estados Unidos el consumo representa aproximadamente las dos terceras partes del producto bruto interno. A la vez que EE.UU. representa aproximadamente un 25% del producto bruto mundial.

Este fenómeno con epicentro en EE.UU. se propagó rápidamente a economías similares a la norteamericana (a otros países desarrollados con una alta preponderancia del consumo interno y del crédito en sus respectivas economías). Vienen a la mente los casos de Gran Bretaña, España, Alemania, los países nórdicos, etcétera. Pronto nos encontramos con un escenario donde los principales países del mundo desarrollado (aproximadamente el75% del producto bruto mundial) se encuentran en recesión. Ante un escenario de caída global en la demanda, los precios de las materias primas (productos agrícolas, petróleo, metales, minerales, etcétera) se desploman. Este fenómeno debería impactar de lleno sobre las economías en desarrollo, que dependen altamente de las exportaciones de estos productos en el comercio internacional. Éste es el mecanismo de “contagio” al mundo emergente vía la economía real. Paralelo a esto, el mundo en desarrollo sufre de la escasez del crédito y de la imposibilidad de refinanciar deudas en los mercados internacionales.

Ante este diagnóstico, el liderazgo para intentar salir de la crisis proviene de la confluencia de políticas monetarias expansivas concertadas a nivel global (vemos periódicamente las bajas de tasas de interés por parte de los bancos centrales de Estados Unidos, Europa, Gran Bretaña, y Asia intentando restablecer la liquidez crediticia), así como también de políticas fiscales cada vez más agresivas en cuanto a incurrir en gasto público adicional para recuperar la demanda. El triunfo de Barack Obama en Estados Unidos deja entrever un incremento importante en el gasto público en tal sentido. Vemos, asimismo, un incremento en el nivel de regulación (llegando a la conclusión de que el mercado no es capaz de autorregularse, y de que es imprescindible que el Estado recupere su rol de supervisor de manera tal de evitar la repetición de los excesos financieros que originaron la debacle).

El impacto sobre los mercados emergentes es doble: tanto a través de una reducción en la demanda de sus bienes exportables, como también por la virtual desaparición del mercado crediticio. Esto generará indefectiblemente un incremento en los déficits fiscales en el mundo en desarrollo, y una imposibilidad de refinanciar vencimientos de deuda. El “contagio” a la economía real será similar al que ya están experimentando las economías industrializadas: vía la retracción en la inversión, en el consumo, y eventualmente una suba en el desempleo.

El escenario de base que prevemos anticipa un proceso de ajuste largo y doloroso que probablemente se extienda hasta el 2010. Vienen tiempos difíciles y es en situaciones como ésta cuando los verdaderos líderes se diferenciarán de los improvisados.

(*) El autor es economista y reside en Nueva York.

Lo que comenzó como un fenómeno principalmente financiero, rápidamente infectó a la economía real.

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La convulsión se inició en el terreno de las finanzas y alteró los rostros de los operadores.

Foto: EFE

Prevemos un proceso de ajuste largo y doloroso, que posiblemente se extienda hasta el año 2010