Árboles históricos en la UNL

La savia de una historia viva

Un retoño rebelde de los naranjos de Derecho fue elegido años atrás para reemplazar al que se hubiera perdido en la década del 70. Otro retoño -de la higuera de Sarmiento- vela por la formación de la Ciudad Universitaria.

Ignacio Andrés Amarillo

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Los principios de la década del 70 eran tiempos signados por decisiones extremas, a distintos niveles. En ese clima, en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales se gestó la idea de talar los añejos naranjos que poblaban los patios laterales, cercando sendas fuentes -proveedoras de una paz espiritual que tal vez no estaba en sintonía con la violencia que iba creciendo (y que iba a alcanzar su cota máxima en los años venideros)-.

La idea no se concretó, ante la presión de la comunidad universitaria, pero esa marcha atrás no alcanzó a salvar a uno de los árboles del patio este. Así, durante años, el círculo en el piso quedó vacío, un silencio visual en ese espacio de naturaleza. El edificio, que se había concluido en 1942 por la Dirección General de Arquitectura de la Nación, bajo la responsabilidad del arquitecto Manuel Tomás Armengol, había perdido uno de los elementos naturales originales (plantado en los orígenes de la construcción).

Varias décadas después, en el marco de la renovación celebratoria de los 80 años, la historia cambió. Las autoridades de la casa de estudios (Mariano Candioti era el decano, Julio de Olazábal el vice y José Luis Pivetta el subsecretario general) tomaron como un desafío las palabras del Dr. Gustavo José Vittori en el libro “Santa Fe en clave”, donde denunciaba el estado de abandono de esos añosos patios, llenos de inscripciones políticas de otros tiempos y con un notorio deterioro en la parte edilicia y forestal.

Así, mientras se realizaban las tareas de puesta en valor, alguien descubrió un hecho inusual: de alguna semilla perdida había crecido un pequeño brote de naranjo, abandonado a su sino en una grieta entre el suelo y la pared; condenado a quedarse pequeño hasta secarse, dado el equivocado lugar donde la suerte lo hizo florecer.

Pero el destino le tenía reservada una vida mejor: de tal modo, ese retoño de los naranjos originales fue elegido para reemplazar al faltante y, en agosto de 1999, fue entronizado en el sitial vacío como una joven esperanza entre sus añosos pares.

Hoy, nueve años después, aquel brote es un lozano arbolito que busca la altura de sus compañeros de patio, esperando ser un protagonista de los festejos por los 90 años, a celebrarse en el anuario que está pronto a comenzar. Tal vez para ese entonces las fuentes (que fueron recuperadas en el 99 y actualmente están nuevamente fuera de servicio) vuelvan a reflejar las verdes hojas y las pardas ramas, insuflando paz espiritual con la intemporal música del agua.

Símbolo de la educación

También por esos tiempos la facultad recibió desde San Juan un retoño -certificado- de la renacida higuera de la casa materna de Domingo Faustino Sarmiento. De inmediato el consejo directivo decidió donarlo a las facultades de Humanidades y Ciencias y de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, que recientemente habían inaugurado sus nuevos edificios, junto con el patio que hoy linda con el Predio UNL-ATE.

Allí se produjo un doble homenaje a Sarmiento: por un lado, a su militancia por la educación pública; por el otro, al hecho de que fue durante su presidencia, que se confeccionó el Catálogo de la Flora Autóctona Argentina, en el cual se le dio al Palo Santo, el nombre científico de Bulnesia Sarmienti, en su honor.

La higuera cuyana es también un retoño crecido, ya que la original, bajo la cual tejía doña Paula Albarracín, fue derribada en sus tiempos. Así describió el sanjuanino la caída de aquel árbol, hoy mítico, en “Recuerdos de provincia”: “(...) después del estrado y los santos, las miradas cayeron en mala hora sobre aquella higuera viviendo en medio del patio, descolorida y nudosa en fuerza de la sequedad y los años. Mirada por este lado la cuestión, la higuera estaba perdida en el concepto público; pecaba contra todas las reglas del decoro y de la decencia; pero, para mi madre, era una cuestión económica, a la par que afectaba su corazón profundamente. (...) Querían separarla de aquella su compañera en el albor de la vida y el ensayo primero de sus fuerzas. (...) La sentencia de la vieja higuera fue discutida dos años; y cuando su defensor, cansado de la eterna lucha, la abandonaba a su suerte, al aprestarse los preparativos de la ejecución, los sentimientos comprimidos en el corazón de mi madre estallaban con nueva fuerza, y se negaba obstinadamente a permitir la desaparición de aquel testigo y de aquella compañera de sus trabajos. Un día, empero, cuando las revocaciones del permiso dado habían perdido todo prestigio, oyóse el golpe mate del hacha en el tronco añoso del árbol, y el temblor de las hojas sacudidas por el choque, como los gemidos lastimeros de la víctima. (...) Los golpes del hacha higuericida sacudieron también el corazón de mi madre, las lágrimas asomaron a sus ojos, como la savia del árbol que se derramaba por la herida, y sus llantos respondieron al estremecimiento de las hojas; cada nuevo golpe traía un nuevo estallido de dolor, y mis hermanas y yo, arrepentidos de haber causado pena tan sentida, nos deshicimos en llanto, única reparación posible del daño comenzado. (...) Dos horas después la higuera yacía por tierra enseñando su copa blanquecina, a medida que las hojas, marchitándose, dejaban ver la armazón nudosa de aquella estructura que por tantos años había prestado su parte de protección a la familia”.

Quizás restaría una puesta en valor de ese patio, que destaque a este heredero del histórico árbol, de tal manera que su presencia sea notada y disfrutada por la comunidad de la Ciudad Universitaria.

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El nuevo naranjo, en agosto de 1999, cuando se alzaba tímidamente del suelo, en su flamante emplazamiento.

Foto: Gentileza UNL/Jorge Anichini

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El naranjo hoy, buscando alcanzar la altura de sus mayores, a nueve años de ser plantado.

Foto: Flavio Raina

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Nueve años después de ser plantada, la higuera sarmientina se yergue oronda junto a la Facultad de Humanidades y Ciencias, alcanzando gran altura.

Foto: Flavio Raina