Llegan cartas

Una lección de vida

Cristina Ceresole

L.C. 5.961.072.

Señores directores: Días atrás, de casualidad y por esas cosas que nunca pensamos cuando abrimos los ojos para levantarnos e ir a nuestros trabajos, tuve la oportunidad de asistir, en el salón de ATE, de calle San Luis, a un acto de fin de año, de un grupo de niños especiales de la Escuela Nº 2083.

Quiero contarles que con 60 años, 3 hijos y 6 nietas maravillosas, y si bien la vida aún me sigue sorprendiendo en muchas cosas, lo de ese día me llegó al fondo de mis entrañas. Les aseguro que fue una hora que, por su valor espiritual y su calidad de bien, significó más para mí que mis propios años vividos, que no son pocos.

La felicidad que esos niños reflejaban en sus caras, la “polenta” que ponían aun con sus limitaciones, la sonrisa dibujada en sus cuerpos, mostraban a lo lejos, y en una forma impresionante, el amor, la ternura, la pasión, de un ramillete de maestras dedicadas día a día, durante su corta o larga carrera, a conseguir logros grandes como un desierto, o pequeños como un granito de arena. Para ellas, los dos valen lo mismo, porque la diferencia son los niños, que la suplen con su amor.

Fueron invitadas autoridades. No vi a nadie, claro, ¿a quién le interesa perder una hora de su vida y de su siesta para observar una realidad que nos golpea tan de cerca?, ¿quién resiste saber que tanto dinero fue gastado en cosas superfluas o lo que es peor, ser el firmante del cheque que se ocupó para ello? ¿Quién se anima a sostener las miradas llenas de lágrimas de alegría de esos papis, abuelos, tíos y hermanitos que hicieron 50 cuadras a pie, con sol, lluvia, frío, según la circunstancia, para ir a aplaudir a su niño, para abrazar a esa “seño” que logró, con mucho amor, que su bebé le dijera “te amo”? No importan los años que pasaron y que no haya una autoridad, ni los que pasarán. Sé que no van a lograr que las señoritas bajen sus brazos; al contrario, cada una de esas ausencias las compromete más, las hace más fuertes, porque su vocación es verdadera y de alma. Ni siquiera las pueden culpar de que van por una remuneración, si todos sabemos que más de una tiene dos trabajos, esposo, hijos y también la mayoría de los días vienen a pie... Pero ¿saben otra una cosa?: a través de sus rostros comprobé que todas son millonarias y que sus acciones no cotizan en ninguna Bolsa del mundo, sino en el corazón, en el alma. Y su valor se multiplica día a día.

Una vez más, quiero destacar y agradecer al cuerpo de docentes; a los profesionales involucrados; a los porteros, administrativos. Perdón si se me escapa alguien. Y qué decirles a estas escuelas milagrosas, que en forma anónima repiten una historia de amor a lo largo de su carrera, todos los días. Gracias por lo que me hicieron sentir, por cómo curaron mi alma, aunque aún me duelan las manos de tanto aplaudir y se me escape un lagrimón de alegría. A las autoridades no puedo pedirles partidas millonarias, no soy nadie; solamente les ruego que algún día cualquiera tomen 5 minutos de sus cargos, y sin avisar (como lo hacen con otras visitas, para que les junten gente que las aplauda) entren en una de esas escuelas y, aunque sea a un solo docente, díganles gracias por tanto esfuerzo y pídanles esa maravillosa fórmula para hallar la felicidad.