EDITORIAL

Paros salvajes en los subtes de Buenos Aires

Cientos de miles de personas quedaron sin transporte en la ciudad de Buenos Aires porque la comisión gremial interna de subterráneos decidió de manera sorpresiva paralizar las actividades a raíz de un conflicto con los dirigentes de su sindicato. Las cinco líneas que conforman el servicio de transporte en la capital de la República dejaron de funcionar cuando su comisión interna lo decidió. Lo curioso es que los dirigentes sindicales legitiman su conducta invocando el derecho de huelga, pero esta noción de la reivindicación justa desaparece cuando sabotean el uso de servicios esenciales. Esta conducta de invocar la ley para obtener beneficios, pero ignorarla cuando llega la hora de los deberes, parece ser una constante de la cultura sindical argentina.

Los miembros de la comisión interna dijeron que “les iba la vida” en el conflicto, una verdadera licencia del lenguaje, en tanto se sabe que ninguno de ellos arriesga semejante cosa en estos paros. Lo sorprendente, en todo caso, es que esta vez la medida de fuerza se debió pura y exclusivamente a disputas internas, a una lucha por sillones y fondos sindicales, a una pulseada que no dudó en privar del servicio a un millón de personas. La crudeza del accionar desnuda el valor del otro en una sociedad que poco a poco va perdiendo el derecho a definirse y reconocerse como tal.

En este escenario caótico resaltaron las conductas patoteriles de la comisión gremial interna contra el personal jerárquico que, como establece la ley, se puso a disposición de la empresa para prestar el servicio público que, dicho sea de paso, no puede estar sometido a las vicisitudes de luchas facciosas en un sindicato.

En estos meses, el sistema de transporte subterráneo cumple noventa y cinco años. En su momento, fue el primero y más avanzado de América Latina y uno de los más importantes del mundo. Hoy está lejos de ocupar ese sitio, dato que a nadie le debería llamar la atención porque, desde 1913 hasta la fecha, es muy poco lo que se ha avanzado en la extensión y actualización de la red.

Los beneficios de este tipo de transporte son incontrastables. Nadie ignora que es el recurso ideal para asegurar el rápido traslado de grandes cantidades de personas en los centros urbanos más poblados del mundo. Sin embargo, en la Argentina, este transporte sólo funciona en la ciudad de Buenos Aires, y allí está lejos de cubrir las crecientes demandas del transporte urbano de pasajeros. Los cambios que se intentaron hacer en los últimos años, las inversiones comprometidas para ampliar la red de subterráneos han sido significativas, pero están lejos de satisfacer las necesidades de la sociedad.

A este panorama de crisis se le suma la beligerancia gremial, protagonizada por trabajadores que perciben sueldos importantes. El autoritarismo de sus decisiones, impuestas sin alternativas a la ciudadanía, constituye una agresiva desconsideración que no sólo vulnera las normas vigentes sobre servicios esenciales, sino una convivencia razonablemente civilizada.