De domingo a domingo

Mucho alarde y muy mal año para el matrimonio presidencial

Hugo E. Grimaldi

(DyN)

Néstor Kirchner ya no es rubio ni tiene ojos celestes. Como un mánager casi siempre al borde de la mala praxis, más por sus reacciones viscerales que por sus acciones heterodoxas, el actual CEO del gobierno nacional ha condicionado durante el último año el futuro económico del país y ha puesto al andamiaje político que le dio sustento al borde de la quiebra: las encuestas han dejado de favorecerlo, muchos dirigentes comenzaron a correrse de su espacio y los empresarios ya no se afelpudan a su paso.

Más allá de que el viento de cola que lo empujó avance y a toda vela, durante su presidencia ha virado a nivel global y que ahora le pega de frente y hasta parece que le nubla la visión, el ex presidente ha sido, sin dudas, el gran perdedor del año que se cierra en materia de decisiones internas, con la preocupante secuela, para la salud de la democracia, de que su propia gestión ha condicionado de manera decisiva la calificación que la ciudadanía le otorga a la tarea de su esposa, la presidenta Cristina Fernández.

Pero ni el matrimonio presidencial ni el resto del reducidísimo equipo gerencial que hoy lidera Kirchner desde Olivos sienten que esta descripción les alcance, ya que consideran que todo se trata de una descalificación política y que las cosas se han manejado más que bien durante el último año.

Creen en lo suyo y en su microclima, el kirchnerismo de elite piensa que las críticas y la eventual falta de apoyo hacia sus políticas tienen que ver con el ánimo “destituyente” de cierta prensa que tiende a ver todo mal y con las ambiciones de los dirigentes, por lo que nada de lo que ha sido hecho debería cambiarse. En este análisis que hoy se hace en el cenáculo del poder tiene mucho que ver que, durante el último trimestre, se ha notado en las encuestas algún repunte para la gestión gubernamental (30 %), aunque hay que considerar que, ante el extremo descenso (20/22 %) en el que había caído el gobierno en plena crisis con el campo, era lógico que se diera alguna recuperación.

Por aquellos días, cuando se firmaron las retenciones móviles que castigaban esencialmente a la soja, la opinión pública ya estaba sacudida por el caso de Guido Antonini Wilson y su valija con 800 mil dólares con fondos para la campaña oficial y con la difusión permanente de índices inflacionarios que resultaban mes a mes una burla para el bolsillo. Pero a juicio de los analistas, el punto de menor popularidad del año no sólo tuvo que ver con estos temas y con la mayor presión impositiva que cayó sobre los chacareros, sino que, en paralelo, el gobierno echó mano a lo peor de lo peor en cuanto a agresividad discursiva.

No sólo mucha clase media urbana se espantó con algunas definiciones de la presidenta (“los piquetes de la abundancia”) o con algunos gritos de atril de Kirchner, sino que la presencia de Luis D’Elía, su verba y sus agresiones, le pusieron los pelos de punta a opositores y aún a quienes todavía acompañaban esperanzados el proyecto kirchnerista.

Fueron cuatro meses de desgaste constante para el gobierno en el campo y en las grandes ciudades y un casi knock-out para los Kirchner, si se atiende como verosímil aquella historia que no se ha desmentido ni formal ni informalmente nunca, sobre el “nos vamos” que le habría dicho Néstor a su esposa en Olivos, en la madrugada del voto no positivo del vicepresidente Julio Cobos, con algún funcionario como testigo.

Este episodio tan traumático para la imagen del matrimonio que terminó con el no del Congreso, le dejó, no obstante, al gobierno una enseñanza. En otros casos posteriores, en los que se jugaron cuestiones económicas destinadas a conseguir volumen de caja para afrontar 2009 y aunque en algunos casos se afectó el bolsillo de la gente, las leyes avanzaron en el trámite legislativo con algunas dificultades, pero sin tanto barullo.

En la segunda parte del año, a pedido del Ejecutivo, el Congreso estatizó los fondos previsionales que los jubilados tenían a su nombre en las AFJP, ratificó los llamados superpoderes, prorrogó una vez más la emergencia económica y el impuesto al cheque, no redistribuyó fondos de la coparticipación, reestatizó Aerolíneas Argentinas, le compró al país un juicio en el Ciadi, y mató por unanimidad la tablita de Machinea.

Los traspiés más claros de evaluación de la gestión de Kirchner han sido subproductos también de la crisis con el campo, aunque complicados por la situación internacional. Después está todo el aspecto social de la gestión, algo que arranca con el pie izquierdo, si se considera que los índices de pobreza y de indigencia se elaboran a partir de las canastas que son armadas con los precios que difunde el Indec.

También la recesión ya comienza a preocupar a la ciudadanía, a partir de despidos y suspensiones que han desplazado primero a los empleados informales, algo que el gobierno ha intentado atacar con medidas destinadas a generar demanda en sectores medios y altos, sobre todo en el rubro automóviles, electrodomésticos y turismo, fogoneada por líneas de crédito con fondos de los jubilados, de dudosa instrumentación todavía.

Con respecto a las últimas medidas, ya ha quedado en claro que aunque la propaganda oficial diga que se agotaron las heladeras baratas, esto ha sido en función de las muy pocas que fueron entregadas a los comercios y en cuanto a los autos, lo único que se han verificado hasta el momento son señas sobre futuros planes que, quizás, estarán operativos entre febrero y marzo.

Otro elemento que no puede faltar en un resumen del año que se va es el aumento de la inseguridad como factor derivado del desmadre de la situación de carencia de mucha gente, pero también como ruptura de todos los canales de autoridad que se observan en la sociedad. En este punto, que ha vuelto al podio de la consideración en las encuestas, se manifiesta una lucha entre los tres poderes por ver quién se hace cargo de pensar cómo se encarrilla la situación, pero lo más notorio que ninguno de ellos toma el toro por las astas ni ayuda a trazar una política de Estado, al menos para acotar sus efectos.

En este punto y en tantos otros de importancia central, y también como asignatura pendiente bien importante del año que se cierra, está el hecho de que a la oposición hasta ahora sólo parece unirla el espanto por los Kirchner y que aún no ha tomado conciencia de que se viene un 2009 muy difícil en materia de actividad económica. Sólo parecen preocupados por limar al gobierno, antes que por hacer propuestas en común. También es una frase hecha en Olivos, lo que los alienta de algún modo a seguir con cierto autismo en su propia senda, que “la oposición no existe”.

Y no le falta razón al matrimonio presidencial, ya que a ninguno de los opositores se le han caído todavía ideas concretas y de peso, instrumentadas orgánicamente ante la sociedad, para ver qué cosas pueden aportar en conjunto en los temas clave que la gente requiere para que la crisis no se coma lo mucho o lo poco que se ha podido recuperar durante los últimos años.

La gente no sólo se espantó con algunas definiciones de la presidenta o con algunos gritos de atril de Kirchner, sino que la presencia de Luis D’Elía, su verba y agresiones pusieron los pelos de punta aun a quienes todavía acompañaban esperanzados el proyecto kirchnerista.

Fueron cuatro meses de desgaste constante para el gobierno en el campo y en las grandes ciudades y un casi knock-out para los Kirchner, si se atiende al “nos vamos” que le habría dicho Néstor a su esposa en la madrugada del voto no positivo del vicepresidente Julio Cobos.