Mirar desde la altura, para poder mirar

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“Sin título”, de Antón Patiño.

Por Patricia Severín

“Lomas del Mirador” (Diccionario temático de voces), de Luis O. Tedesco. Losada, Buenos Aires, 2006.

¿Poesía? ¿Prosa? ¿Prosa poética? ¿Ensayo? Los géneros se entrecruzan y ya no interesa la forma sino el fondo, la reflexión en sí, la palabra que se eleva para mostrarnos por orden alfabético cómo, desde esa pequeña altura (la Loma), hay un Mirador desde el cual- todo se ve. Desde ese Mirador, el ojo que mira desorganiza, para luego organizar en otra forma.

El abecedario sirve a Tedesco para que en el fluir del pensamiento no se caoticen las ideas que se suceden unas a otras, buscando ser escritas. O que no se suceden, que se agolpan, se amontonan. Entonces, es el narrador el que debe dar prioridad, continuidad, seguimiento.

Tedesco trabaja con imágenes difíciles: bóvedas nicotínicas / destreza caníbal del cerebro / movimiento cívico de su cuello / tetillas fofas / huronear de la codicia / alma que raspa / colon perezoso / la sangre sobrante del paraje democrático. Y es, con estas imágenes, que taladra hacia lo hondo para encontrar el efecto buscado, el cimbronazo preciso, justo, que nos toma por sorpresa para focalizar nuestra atención.

Desde el Mirador de la Loma se atisba el adentro y el afuera y, a veces, ese adentro y ese afuera no tienen una clara frontera. Lomas del Mirador se convierte entonces en el Barrio y en el Mundo, en el Cabecita y en Borges, en el Barro y en el Autorretrato: “Cada uno hace lo que puede, cada generación acude como puede al llamado de la falta, cada siglo retoma y degrada el sigilar del Bien en la manada” (“Barro”). Es la clara conciencia de que para cada cosa hay un lugar, y ese lugar es también el que nos contiene y nos construye.

A medida que el texto avanza se va poblando de voces; el mundo enunciado es vivido y apropiado por estas voces, que muestran diferentes ochavas, matices contrarios y simultáneos: “No soy de Dios y no soy de mí, soy lo que hago y no soy dueño de lo que hago. Sólo el sepulcro, sólo su lengua muerta, sólo sus jadeos que taladran y perforan son algo de mí, algo prisionero que embiste, maniatado, la superficie interior, la degradación ácida de mi aliento, y de él proviene, cuando el licor y el tabaco lo dominan, el humito candente de mi prosa” (“Artepoética (I)”). El lenguaje se estrecha y se ensancha: “No me pidan detalles, las palabras no construyen realidad” (“Espera”). Y así el texto va creando, paradojalmente, intimidad y distancia.

De manera indisoluble estamos maniatados, nosotros también, como lectores, a esas Lomas del Mirador que hurgan en la conciencia para abrirnos la mirada.

Cansancio

 

Por Luis O. Tedesco

Digo de mí: no hubo calle, cortada, potrero, quinta o laguna de Lomas del Mirador, campo arado o campo lugente que mis ojos no hayan visto, que mis pasos no hayan atravesado. Las veredas, las casas y las zanjas posan sobre mí su carga de mímesis y ruina. Soy el receptor de la falta, y soy, en la caja negra de mi ropa, el sonorizador, la senda chueca del barrio en su tardecita de sumisión soleada. Digo palabras, las escribo, puedo disponerlas en orden lógico, puedo abalanzarlas sobre el paraje o someterlas al rigor de su silencio. Estoy para eso, la realidad manda. Soy hombre de Lomas del Mirador, no hay prodigios aquí, todo lo que miro es pugna del cansancio.

Divertimento: diálogos

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(Ilustración: “Intradiálogo”, de Carlos Páez Vilaró)

Los cuentos de Ana María Torres fluctúan entre el deseo y la inquietud. Situaciones cotidianas, marcadas a menudo por el espanto o la aparición de alguna circunstancia singular, se despeñan hacia finales sorpresivos que revelan a la vez todo el devenir de un destino y la huella de esa herida a cuyo corte hemos asistido sin darnos cuenta. Ana María Torres es autora de, entre otros libros de cuentos, “Los revoltosos” y “La empujan para allá”. Transcribimos aquí uno de los cuentos de su último libro “La espera”, editado por Botella al Mar.

Por Ana María Torres

—Todo lo que te dije es mentira, la carta de amor es mentira, puras mentiras.

—Mentira, mentira, me dijo llorando, las horas que pasan ya no volverán.

—¿Me creés?

—Un día me voy a enojar en serio.

—¿Ahora me creés?

—¿Cuándo debo creerte?

—Ahora, ahora te estoy diciendo la pura verdad.

—¿Qué verdad?

—Soy la dueña de la verdad única.

—Hay múltiples verdades. Verdaderas universales, laterales, mentiras piadosas.

—Ahora estoy mintiendo. Soy la dueña de la verdad y las mentiras, de la luz y la oscuridad, del amor y del odio, finjo, miento, en resumen, soy una gran actriz.

—Te amo bella mentirosa, oscura pero hermosa, también odiosa, odiosa.

—También yo te amo, te amo con locura, con odio, con desprecio.

—¿De verdad me amas, hermosa?

—Te miento, te engaño, nunca sabrás si te amo, hombre cruel, en verdad sólo quiero amarte para hacerte sufrir y luego abandonarte.

—¿En verdad, me amas, hermosa?

—Sí, te amo con delirio, hombre feo pero hermoso, te amo con pasión de colegiala, soy tu nenita adorada, te admiro, te idolatro.

—Siempre supe que me amabas, hermosa rosa, pero apenas, apenas, una flor, una rosa, yo te amo como la selva, como los mares, como los cielos, como la vida entera, te amo.

—¿En verdad, así me amas, hermoso?

—Sí, pero... tampoco te lo creas.