Crónica política

Un año difícil

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En busca. Luego de haber promovido la transversalidad, primero, y la concertación plural, después, la presidenta y su marido se refugiaron en el justicialismo histórico y se aferraron a sus símbolos.

foto: agencia dyn

Rogelio Alaniz

Los buenos modales y las convenciones enseñan que cuando un año se inicia se impone la exigencia de ser optimistas. En la Argentina, el inicio del año coincide -en la mayoría de los casos- con las vacaciones y, en ese clima, nadie está con ganas de escuchar malas noticias. En consecuencia, estamos obligados a creer que, por un camino u otro, la Argentina va a estar mejor.

Desde ya que no hay ninguna razón objetiva para alentar estos auspicios. El fin del año es una verdad de almanaque y la cronología de una nación no se maneja con los tiempos del almanaque sino con un tiempo histórico. Puede que el clima pagano de las fiestas de fin del año o las temporadas de vacaciones que se inician alienten las buenas nuevas, pero se sabe que los feriados, en el mejor de las casos, disimulan o postergan los problemas, nunca los resuelven.

Si esto vale para el mundo privado, vale más para el universo político. Por lo tanto podría decirse que, si bien tenemos la exigencia moral de ser optimistas, en la Argentina también debemos hacernos cargo -en nombre de la responsabilidad- de la exigencia intelectual de ser pesimistas, sobre todo si atendemos los problemas combinados que nos plantean las crisis del mundo y de nuestro sistema político.

Sobre el crack financiero que en estos momentos impacta en los mercados internacionales no sabemos gran cosa, pero si de algo debemos estar seguros es que la crisis a la Argentina le va a llegar. Puede demorar, pero tarde o temprano va a llegar. Nuestro relativo aislamiento de las finanzas mundiales y la baja bancarización tal vez posterguen el arribo, pero no nos hagamos ilusiones sobre la excepcionalidad criolla practicando la treta del avestruz, que supone que todo se arregla con cerrar los ojos y meter la cabeza bajo tierra.

Pero el problema más serio no es la llegada de la crisis, sino lo mal preparados que estamos para asumirla. Cuando en tiempos de bonanza se le decía al gobierno nacional que los aprovechara preparándose para las horas difíciles, el oficialismo se cebaba en sus triunfos, pensaba que la vida era color de rosa y que todas las malas noticias que se pronosticaban eran producto de la mala fe de los opositores.

El gobierno se jacta de su identidad keynesiana. En este, como en tantos otros temas, los Kirchner están más preocupados por la imagen, por la espuma, que por la consistencia real de los problemas. Su frivolidad intelectual y su soberbia política se dan la mano para provocar el peor de los resultados. Ser keynesiano e ignorar que la economía capitalista se desenvuelve a través de ciclos expansivos y depresivos es desconocer el abc de John Maynard Keynes y el abc de cualquier diagnóstico que se pretenda hacer del capitalismo contemporáneo, incluso en clave marxista.

Un ciclo corto auspicioso, con buenos precios en el mercado mundial los convenció a los peronistas de que los buenos tiempos se quedarían para siempre. Se pensaba que los alimentos, incluida la demonizada soja -a la que le deben su luna de miel política-, se iban a vender cada vez más a mejores precios. En lugar de aprovechar los beneficios del presente, fortaleciendo las instituciones y preparándose para el ciclo de vacas flacas, los muchachos se dedicaron a despilfarrar recursos alegremente con la exclusiva preocupación de hacer buenos negocios privados y prolongarse indefinidamente en el poder.

A este error básico de cálculo le sumaron sus propias alienaciones ideológicas. Mal que le pese a la derecha militar, los Kirchner no son de izquierda. A esta verdad ya la ha aprendido -tal vez un poco tarde- la supuesta izquierda kirchnerista que vio en ellos a los redentores de la fracasada patria socialista de los años setenta. Por patrimonio personal, por concepción del poder y tradición ideológica, los Kirchner pertenecen a la derecha conservadora más rancia y populista. Los toques progresistas en materia de derechos humanos obedecen más a motivaciones inspiradas en un crudo oportunismo que en una preocupación seria por el respeto de los derechos y garantías en una república democrática. En los circuitos del poder oficial se sabe que hasta un día antes de asumir el poder Kirchner no tenía la menor idea de qué hacer con los derechos humanos.

El poder de los Kirchner es, desde el punto de vista de su retórica política, un fraude intelectual. Los Kirchner hablan de un proyecto económico apuntalado por una burguesía nacional y en los hechos a la única burguesía que han favorecido es la de sus amigos. La diferencia entre capitalismo nacional y capitalismo de amigos es una sutileza que la pareja no entiende. Los populistas suponen que al privilegiar el rol del Estado por sobre el mercado son keynesianos, progresistas y populares. En realidad, se puede ser de derecha y sostener los mismos principios. Es más, los grandes caudillos totalitarios del siglo veinte fueron estatistas.

Lo que la experiencia enseña es que entre mercado y Estado debe existir una relación que a veces es tensa, a veces es armoniosa, pero que en todos los casos debe preservarse. Por el contrario, los Kirchner confunden fortalecer las instituciones del Estado con fortalecer su propio esquema de poder. Se sabe que ciertos estatistas nacionalizan un servicio invocando los intereses populares cuando en realidad lo que les interesa es disponer de más poder, incluido el poder de designar amigos y votantes en los servicios nacionalizados. A estos estatistas les gusta presentar a las nacionalizaciones como conquistas populares, pero en la vida real de lo que se trata es de organizar negocios, manejar cajas con amplios recursos y disfrutar de la potestad que otorga saber que muchas vidas apremiadas por la necesidad de un empleo, de un sueldo o un subsidio dependen de ellos.

Por lo tanto, el año será nuevo, pero la política oficial es vieja, demasiado vieja. Los tiempos que se vienen son difíciles porque el mundo está pasando por un momento complicado, pero sobre todo, porque no tenemos un gobierno nacional que sepa estar a la altura de las circunstancias. El año que se inicia será electoral, pero también será el año del poskirchnerismo. El modelo de dominación política desarrollado por esta singular pareja ha llegado a su fin. Lo que importa no es el destino de un matrimonio que en estos años se ha preocupado por asegurarse un futuro económico venturoso, sino el destino de casi 40 millones de argentinos. El poskirchnerismo ha llegado, pero su rostro definitivo aún no lo conocemos. Darle forma, otorgarle imagen y hacerlo vivir es la gran tarea y la gran oportunidad que se le presenta a los demócratas argentinos en el 2009.