Vampirismo

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Bela Lugosi, el inolvidable vampiro del film de Ted Browning.

Luis Guillermo Blanco

En el año 1610, la condesa Erzbét de Báthory comenzó a matar metódicamente al menos a 610 doncellas, en su castillo de Csejh (Transilvania). Creía que bañándose en su sangre, nunca envejecería. Denunciada por una prisionera que logró huir, sus cuatro cómplices fueron decapitados y “la condesa sangrienta” murió confinada en una habitación de su antro, en 1614. No se trató de un caso de vampirismo, sino de una homicida psicótica. Otro asesino loco -entre ellos varios hematófagos-, ahorcado en 1949, fue el londinense John G. Haigh, quién confesó que bebía la sangre de sus víctimas.

Los relatos ancestrales de vampiros estaban influenciados por los ritos de muerte y sangre que se practicaban en muchas culturas, ya sea como ofrenda a los dioses o porque para varios pueblos, la sangre era el alma y por medio de ella uno se podía conectar con los muertos y los espíritus, sino empleada como un elixir para prolongar la vida eternamente.

Si bien las leyendas de vampiros -seres sobrenaturales que atacan a los humanos para beber su sangre- acompañaron siempre a muy diversas culturas (vg., antiguo Oriente, Egipto, Grecia, Roma, la India, la cultura azteca y aún la hebrea: Lilith, presente en algunos textos apócrifos del Génesis y en ciertas versiones del libro de Isaías), en rigor, el vampiro era considerado en Occidente como un criminal humano que mataba para ingerir la sangre de sus víctimas. Recién entre los siglos XVII y XVIII en Europa oriental, los Cárpatos y los Balcanes, se los consideró como “muertos vivos” dotados de colmillos, que para conservar su inmortalidad, debían alimentarse de sangre humana.

Los temas básicos que estructuran el mito son el miedo a los muertos que regresan y la creencia en el poder vital de la sangre. Más allá de algunos hechos incomprensibles (los “berbalangs” de las islas Cagayan Jolo, investigados por el antropólogo inglés Ethelbert Forbes Skertchley en 1890), se trató de explicar científicamente la cuestión, atendiendo al clima frío y a las cualidades de la tierra de algunas partes de Europa (que conserva a los cadáveres en buen estado, pálidos y con los labios rojos), a la catalepsia (un estado de muerte aparente, que lleva a creer que el afectado ha fallecido y a sepultarlo vivo) y a enfermos de rabia que el pueblo tomó como vampiros.

La literatura vampírica es cuantiosa. Vg., Goethe aludió al vampiro en su balada “La Novia de Corinto” (1797) y a partir del cuento “El vampiro” de John W. Polidori (1819) se asentó la figura del vampiro aristocrático, seductor, calculador, cruel y frío, que luego apareció en otros relatos y que Bram Stoker elevó a su máxima expresión en “Drácula” (1898). Y frente a este Lord Satánico, también apareció la figura de la Vampiresa, como en las obras “Vampirismo” de E.T.A. Hoffmann (1821), “La dama pálida” de Alejandro Dumas (1849) y “Thanatopía” de Rubén Darío (1893). Desde “Nosferatu” (1922), pasando por las películas protagonizadas por Bela Lugosi y Christopher Lee sin olvidar al majestuoso “Drácula” de Frank Langella (1979), el “Drácula” de Francis Ford Coppola (1992) y la versión fílmica de la novela de Anne Rice “Entrevista con un vampiro” (1994), las producciones cinematográficas son abundantes.

Pero también cabe sumar al vampiro psíquico de “El Parásito” de Sir Arthur Conan Doyle (1892), donde éste describe la angustia y el terror de un científico víctima de un proceso de vampirismo espiritual, por parte de una mujer que se le ha instalado, depauperándolo en su mente. Fuera de “La Novena Revelación” (James Redfield) que relata las manipulaciones para controlar la energía de otros a fin de obtener aliento psicológico y de los “vampiros emocionales” descriptos por el psicólogo Albert Bernstein (seres inmaduros e incapaces de dar, que se pasan la vida demandando emociones, tiempo y energía de los demás), y dado que la neurofisióloga Valerie Hunt demostró la existencia de la bioenergía humana (el aura), el Dr. Harold Burr lo llamó “campo electrodinámico” y que ha sido medida, estudiada y retratada (electrofotografía) con aplicaciones clínicas, puede plantearse si existe el “vampirismo energético” (Joe H. Slate) como forma de absorber la bioenergía (si no la energía psíquica libidinal, en términos freudianos) del otro, trátese de una conducta deliberada y planificada, inconsciente u ocasional. Esas personas con las cuales, por caso, tras mantener una discusión, uno queda con una extraña sensación de agotamiento y debilidad, sin explicación alguna. Vg., los efectos del proceder de algunos miembros de familias disfuncionales y los amores raquíticos, sin contrapartida en lo afectivo, parecen confirmarlo.

Según el mito, a los vampiros se los aniquila clavándoles una estaca en el corazón, con cruces, agua bendita, objetos de plata o exponiéndolos al sol. En la versión más romántica, la tristeza, el amor y la melancolía, que no pueden soportar, los lleva a su autodestrucción, aún dejándose atrapar, como en Drácula, el Musical de Pepe Cibrián Campoy y Ángel Mahler. Pero a esos “vampiros energético-libidinales” no se los elimina así, sino más allá de las formas de protección de tinte esotérico, alejándose de ellos. Pues se trata de preservar la propia salud y la mejor energía que existe: el amor. Que es ajeno a ellos.