Al margen de la crónica

Cultura, política y sobreactuaciones

Desde que las actuales autoridades nacionales decidieron desacralizar el Salón Blanco de la Casa Rosada y convertirlo en un escenario popular, una especie de fiebre “culturizadora” acaparó a todos los estamentos gubernamentales del país. Es que la cultura se ha perfilado cada vez más como “producto” y ha creado un amplio “mercado” en el que la política incursiona cada vez más.

Por mucho tiempo, el mundo de la “cultura” estuvo reservado a una élite y la sola mención del término remitía a un hecho solemne que limitaba su pertenencia a unas pocas manifestaciones como por ejemplo, literatura, música clásica y pintura y estaba dirigido hacia un grupo selecto de “entendidos”.

Para la RAE, cultura es el conjunto de modos de vida, costumbres, conocimientos y grados de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o en un grupo social. Diferencia a la cultura popular, extendiendo los límites al conjunto de manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo. Por esa razón, cronológicamente, la nación cultural es anterior al Estado.

Según sociólogos, la cultura es un recurso estratégico, que trae beneficios económicos y políticos muy importantes para quienes la puedan explotar y de eso, el Estado es conciente y se ha probado, en el transcurso de la historia, que puede ser usada como un eficaz mecanismo de control.

Cualquier espectáculo es parte de la cultura pero no todos ayudan en la educación o en la formación de las personas, algunos son sólo diversión. Si la Mona Giménez actúa en el Salón Blanco de Casa de Gobierno, ¿es espectáculo o es cultura? ¿Es igual que en el mismo ámbito se presente el ballet del Colón? Ninguno de los eventos es inferior ni superior al otro, pero los ámbitos marcan diferencias: la Mona Giménez en el estadio de River y el ballet en el Colón. Muchas veces en el afán de hacer accesible la “cultura” al pueblo, se olvida que la cultura es del pueblo. Pero hay sitios que están reservados para determinados eventos, porque los saberes, exigencias y tradiciones que los configuran también son manifestaciones culturales.

El tema, en suma, es complicado, pero todo se vuelve más difícil de encuadrar cuando entran en escena las manipulaciones de la política, sus cálculos y sobreactuaciones, que agregan elementos extraños al terreno complejo del quehacer genuinamente cultural.