Marea sobre la hierba

Estrella Quinteros

Acaba de publicarse “Secreta memoria”, de María Guadalupe Allassia (Imprenta Lux, Santa Fe, 2008). En la apertura, advierte la autora: “Ésta es una historia real de arena de granito amarillo y secretos, caracolas que se derraman entre las cabelleras de las algas y el mar, quien, con el susurro de intemporalidades infinitas, lleva en sus ramas de espuma las palabras de esta historia secreta, tan secreta como una flor marina, tan íntima como una doncella del mar...”.

Se trata de un nuevo libro de María Guadalupe Allassia, la escritora santafesina cuyo reconocimiento trasciende los límites provinciales. La caracterizan su capacidad de trabajo y su talento, su expresión siempre poética y su emotividad.

Emulando su estilo, podríamos concertar que esta novela suya adquiere una honda percepción vital, una cadencia de hierba en movimiento, con un constante ronroneo sonoro sobre el alma. Y cuánto su decir nos toca la mejilla, la fragancia en la frente, en el regazo de una cuna prometida. Quien comparta estas páginas de milagro, tocará un estado transparente, confiado y venturoso, y el dolor menguante como una luna inacabada.

María Guadalupe ha recreado su más pura esencia, desde una sufrida Polonia inolvidable, presente en su sangre y en su postura frente a la vida. Y ella escribe su vida, su instancia inaugural llena de secretos, de puertas furtivas, del “no” que después será un consagratorio sí.

Recibimos entonces a los protagonistas, en los nombres de: Justyna Slawacky, Hans Bauer, Miss Sally Dabson, Luba. Y también a Eleonora y Salvador. Ellos resultarán queridos, porque fueron los responsables de su hermosa y nutritiva vida.

Toda esta novela es un canto supremo, de palabras convocantes y acertadas. Es un esplendor este viaje, impreso de beatitud, de claridad, de luz bienhechora. Cada frase, cada instancia es un regocijo que seguramente nos purifica y nos solicita lo mejor para la vida. Esa vida que a veces se nos presenta esquiva, impiadosa, como que se nos corre tanta alma. La misma que luego nos pide regresar. Y allí, en ese regreso, se juntan luz y confianza, madeja innegable para seguir fuertes, en franca comunión con las bondades que, a no negarlo, la vida nos confiere.

Como escribiera Francisco Luis Bernárdez: “Porque después de todo he comprobado / que no se goza bien de lo gozado / sino después de haberlo padecido./ Porque después de todo he comprendido / que lo que el árbol tiene de florido / vive de lo que tiene sepultado”.

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