Al margen de la crónica

La crisis desafía a la familia

Karl Marx se murió sin resolver qué pasaba con el motor de la historia una vez alcanzado el ideal socialista. Sin clases no hay luchas, sin luchas no hay motor, pero la historia no se detiene. Mao Tse Tung ensayó una teoría que “internalizaba” la dialéctica dentro de la familia.

Lejos de la utópica evolución, las crisis económicas son igualaciones involutivas. Sociólogos y sicólogos (devenidos en los Mao de esta inversión) advirtieron a fines de 2001 que la crisis pondría a prueba a las familias, que se convertirían en receptáculos de frustraciones por despidos o quebrantos de los jefes de familia.

Aquél dramático epílogo de los “90 estrelló la ilusión de los viajes estelares con la cruel realidad, y encontró las singularidades de las novedosas familias ensambladas. Hijos adolescentes convivían con las nuevas parejas de sus progenitores que, a falta de actividad, cultivaban depresiones en el sofá, frente a un televisor que nunca dejó de pagar el abono de la TV por cable.

Cultor de la felicidad fatal, el poder renovó promesas; el tren bala fue más modesto que el vuelo estratosférico, pero igualmente se estrelló con la realidad. Y la nueva crisis vuelve a desafiar a la estructura familiar como soporte último de angustias y frustraciones.

Excepto que ahora la familia volvió a ser la de antes; no por un rebrote tradicionalista sino por la imposibilidad de los cónyuges de separarse, por la incapacidad de pagar abogados y dos viviendas para consumar el disgusto. Así que muchas parejas que están juntas, que no dialogan ni se estimulan, que no tienen perspectivas o intereses en común, deberán soportarse y soportar. Y todo está como era entonces.

Las crisis perfeccionan su perfidia. La historia se repite, pero no se detiene.