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análisis

¿En San Roque ha quedado el rock?

Gabriela Redero

Los rockeros de pura cepa no dudan en afirmar que el verdadero espíritu del rock ha muerto. Que lo que permanece es una vaga expresión de ese grito rebelde que anima la cultura rockera, hoy ganada por el mercantilismo y las conductas masificadas. El rock es, en este siglo XXI, un género musical que ha encontrado un lugar de privilegio en las bateas, que circula con la naturalidad de un río por el caótico mundo de Internet, que exhibe un poderoso desarrollo en los “alrededores” de la música, como el marketing, pero que ve debilitada la fuerza de su denuncia, la potencia de su rebeldía, el “salvajismo” de su cuestionamiento al orden establecido.

El mercado ha ganado la pulseada, y hoy no sólo multiplica sus arcas desde las modas y los hábitos de consumo, sino en el comportamiento “domesticado” de las distintas tribus rockeras. Y esa impronta se respira en el Cosquín Rock. El mayor festival rockero de la Argentina carece del movimiento inherente al rock. Si bien en las distintas ediciones el público varía por el natural paso del tiempo -la abrumadora mayoría está constituida por chicos de entre 14 y 20 años-, la repetición es una característica que no sólo se observa claramente en la programación, sino en la propuesta de las bandas, lo que puede restar deseos de volver. Falta renovación en el rock, a pesar la gran cantidad de bandas que siguen naciendo en los garajes urbanos.

Aquel movimiento que dio origen al rock, con el encuentro de culturas tan antagónicas -como la negra marginal y rítmica, y la anglosajona blanca y armoniosa-, no encuentra hoy una síntesis tan rica como un rockero ávido de constante renovación desearía.

Aún así, el Cosquín Rock es un interesante espacio de convivencia. Allí acuden los pibes que saben lo que van a escuchar, que hacen un gran esfuerzo para llegarse hasta Córdoba desde todo el país para “encontrarse”con su banda favorita. Hasta allí, llegan los padres para quedarse todo un día bajo la lluvia con tal de hacerle el aguante a sus hijos. Familias enteras se mezclan en el campo, al pie de la montaña, con una manada de pibes, para vivir una fiesta del rock contemporáneo.

Mientras todo eso sucede bajo el cielo serrano, Luca Prodan observa desde una remera con su sonrisa lúcida y eterna.¿Qué hubiera sido -se pregunta un rockero nostálgico- si él estuviera para lanzar aquel grito que destila rock?...

Pero Luca no está... Y en San Roque llueve sin parar...