etcétera. toco y me voy

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Viajando con los niños

Otro de los clásicos de vacaciones es la posibilidad de viajar en familia. Tenemos este bucólico (porque con las horas te puede dar, nomás, un cólico) cuadro: los padres adelante y los niños detrás, todos compartiendo ese espacio común que es el habitáculo del auto. ¡¡¡¡¡Ahhhhhh!!!! TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. ILUSTRACIÓN. LUIS DLUGOZEWSKI.

Tus chicos son amorosos, buenos nenes, pero en general y en particular no están acostumbrados a andar muchas horas en auto. Pueden, sí, en la ciudad, hacer pequeños trayectos hasta la casa de los abuelos, por ejemplo, o acompañarte a una reunión con amigos, o a un cumpleaños. Sucede que tampoco los padres están acostumbrados a viajar muchas horas con sus hijos. Y entonces la experiencia puede ser enriquecedora, sobre todo los primeros veinte kilómetro. Después sólo queremos sobrevivir y a la vez no cometer ningún asesinato, agravado por el vínculo.

Y eso que ahora hay una multiplicidad de propuestas y objetos, de tecnología inclusive, que mejoran los viajes y hacen que la convivencia a veces conflictiva en una casa, que es más grande y desparrama actores y actos en varios metros cuadrados- sea más armoniosa y tolerable.

Pero lo cierto es que al rato nomás, los pibes están demandando cosas, a uno le duele algo, el otro tira sopapos a diestra y siniestra, un tercero pega patadas al asiento del conductor del vehículo. Apenas salimos de casa, carajo, y ya tenés que andar a los gritos y vos encima imposibilitado de moverte, girar la cabeza o amenazar de modo más creíble a esos guachos.Conforme pasan los kilómetros, los vaguitos ya te tomaron el tiempo: saben que estás limitado y que los retos y las amenazas son estrictamente virtuales. Por ahí, riesgosamente, uno estira una mano hacia atrás la derecha- y pellizca o sopapea al azar, pues de todas maneras esa masa movediza que responde al nombre genérico de “mis hijos” es colectivamente responsable y cualquiera sea la pierna damnificada, pues lo tiene merecido.

En otras épocas, cuando nosotros mismos estábamos atrás y éramos hijos, nos entretenían tontamente con eso de adivinar el último número de la patente de los autos que venían de frente. Ahora, no joden a nadie con eso. Tus pibes saben que los de enfrente vienen a 180 kilómetros por hora y apenas les distinguís el color. Y no vamos a estar cien kilómetros adivinando los colores de los autos que vienen, ¿verdad? Ni las letras con que empieza la rauda patente. Así que, viejo, intentá otra cosa.

Otra variación tiene que ver con la provisión general de vituallas: ahora en los autos hay hasta heladeritas con todo tipo de alimentos y golosinas. Antes, con suerte, pan o galletas de agua. La única refrigeración existente era la ventanilla abierta y el aire que entraba a la altura de Charata o Clorinda, digamos, no era precisamente antártico.... Así que las criaturas ahora se atiborran con alimentos varios. Y a alguno, en algún momento, esos alimentos les caerán mal. Y no diré más porque de sólo pensarlo me dan ganas de no manejar más y de volver, literalmente.

También, hay tecnología disponible. Vienen ahora hasta pequeñas lectoras de DVD que permiten que tus chicos vean películas ahí atrás, con lo que los tenés un poco más domesticados pero sin noción del viaje ni disfrute alguno del paisaje. Y si se trata de videojuegos, la adrenalina y la tensión termina inundando la cabina del auto y hay unos nervios generales que no parecen adecuarse a la idea normal de vacaciones, descanso y placer, máxime cuando en medio del ataque de las naves de extraterrestres, tu hijo te agasaja con rítmicas patadas a la altura del riñón. Jodido, tu chico.

Algunos tienen la enorme suerte de contar con niños de sueño fácil: es sabido el carácter sedativo del auto (sobre todo es sedativo el sedán: cuac; aunque en él tus chicos se dan, recontracuac, con todo) pero en general están alertas y despiertos.

Hay muchas posibilidades de pasarla bien, en efecto, con tus chicos en el auto. Pero después de varios kilómetros, después de amenazar en vano, frenar en serio y advertir que los bajás ahí mismo en el medio de la nada (y la primera vez esa estratagema burda te da un bonus de veinte kilómetros plácidos y tranquilos; pero después no los jodés más...), después de suplicar, gritar, seducir y cualquiera de las cosas que hacés, te das cuenta que las vacaciones con ellos no son sinónimo directo de descanso y que seguís trabajando de papá y esta vez de tiempo completo.

Te jurás que para las próximas vacaciones tomás decisiones drásticas, a saber:

a) atás a esos atorrantes que portan tu apellido so pretexto de brindarles más seguridad (aunque eso no explica la cinta de embalar en la boca de cada uno de ellos) en el traslado.

b) vas nomás de tu suegra adorada y le dejás los nietos por dos semanitas, que pasan volando, mientras acelerás antes de que se arrepienta. Y buen viaje.