Llegan cartas

Inocente hasta que se demuestre lo contrario

Pbro. Alexis Louvet

D.N.I. 25.157.226

Señores Directores: hacía años que uno no leía un artículo tan gratuitamente venenoso, injusto e irrespetuoso como el último publicado por Natalia Pandolfo sobre Monseñor Storni.

Cuando el periodismo de opinión deja de lado cualquier consideración ética y se revuelca alegremente en los insultos, las frases de doble sentido y las acusaciones infundadas, es entonces cuando se comprende lo que significa el despotismo salvaje de los medios. La feliz impunidad que da tener un espacio en la prensa.

La situación a la que la periodista hace referencia no da lugar al sarcasmo que marca el tono de su artículo, ya que fue y sigue siendo un dolor muy grande para nuestra Iglesia santafesina: mucho hemos sufrido como para que ahora alguien escriba con tanta liviandad. Además de atentar contra un principio básico de la Justicia: considerar inocentes a las personas hasta que se demuestre lo contrario. Pero supongo que la señorita Pandolfo, como muchos, padecen de la superstición de que todo lo que sale en los medios de comunicación es una Verdad Revelada. Lamento decirle que el mundo es infinitamente más complejo y la realidad no puede reducirse a su sistema maniqueo de buenos (entre los que el periodista siempre se incluye) y malos requetemalos (de hecho, el artículo recurre al cuento de Caperucita para explicarse).

Finalmente, uno lamenta que por añadidura haga gala de una ignorancia pedante respecto del derecho canónico y trate de corregir a un experto en la materia como el Licenciado Javier González Grenon, recurriendo al aval del Diccionario de la R.A.E. ¿Desde cuando, señorita Pandolfo, el diccionario es una fuente del derecho? Por favor, si no tiene nada en qué ocuparse, salvo hacer leña del árbol caído, ocúpese de la cultura, que para eso tiene un espacio allí.

Soy conciente de que la reacción corporativista a esta carta será probablemente el silencio de la papelera o la insinuación de que el que suscribe pertenece a la “mafia eclesiástica”. Ahí queda uno a merced de las decisiones editoriales. Pero hay una Justicia que se reserva Dios.