De domingo a domingo

Sanata otoñal

Sergio Serrichio

CMI

Durante los próximos tres meses, mientras la pavorosa crisis internacional seguirá haciendo estragos, potenciada en estas playas por el efecto diferido de la acumulación de errores propios, la Argentina asistirá a una campaña electoral recargada por la urgencia, un clima de crispación y violencia latente y una decidida apuesta oficial por escamotear al conocimiento público, la información necesaria para debatir la situación del país y actuar en consecuencia.

El adelantamiento electoral no es negativo per se (aunque gambetear, a la primera de cambio, el Código Nacional Electoral, dista de ser un buen augurio). El proceso fue legalmente inobjetable y la conveniencia del adelantamiento es debatible. Pero la forma debió ser un entendimiento amplio, superior a una suma de votos legislativos, y en el que se hable con la verdad, no con el cálculo y la conveniencia de cada una de las partes.

Para eso, claro está, hacen falta confianza, credibilidad, capacidad de diálogo, mercadería escasa en un país en el que hasta las estadísticas oficiales son un chiste.

No se trata de hacer revisionismo de lo que pasó en las últimas dos semanas, sino de reconocer el punto de partida de los tres meses por venir: insinceridad, oportunismo (tanto del oficialismo nacional como de algunos provinciales), acomodamientos y falsas declamaciones.

En una circunstancia complicada, en la que se necesita acordar bases mínimas y proteger a millones que ya están o pueden quedar pronto a la intemperie, no habrá unidad nacional, sino sanata otoñal. He aquí apenas una muestra.

Todos mienten

El gobierno alega que pasar cuanto antes el “escollo” (presidenta Cristina Fernández de Kirchner dixit) le permitirá concentrarse en la crisis, pero en vez de intentar consensuar algo que concierne al sistema político en su conjunto, toma una decisión unilateral y la hace aprobar contrarreloj por la mayoría circunstancial que podría perder el 28 de junio.

Para peor, lo hace tras sopesar razones políticas y económicas con la vara de su exclusiva conveniencia, plantea un falso plebiscito (éstas son, no debe olvidarse, elecciones legislativas), intenta extorsionar a los votantes con la idea de que si pierde volará todo por los aires y se irá, y, en vez de pacificar el país, fogonea el enfrentamiento. Porque cree que es su mejor estrategia electoral y porque, si pierde, podrá posar como víctima de una conspiración.

La dirigencia y las bases rurales son funcionales al relato oficial. La naturalidad con la que se arrogan el derecho a cortar rutas y decidir quién pasa y quién no, o a qué horas, es pasmosa. La patotera, ilegal y antidemocrática actitud y el desubique ruralista llegan al punto de reclamar la presencia de la Gendarmería, para que garantice la seguridad de los productores, de modo que éstos puedan abocarse sin temores, a pisotear el derecho constitucional de los demás argentinos a transitar y comerciar libremente.

Sin embargo, en este festival de imposturas, los planes oficiales para la Gendarmería son otros: incorporar 1.500 nuevos efectivos (además de 4.000 nuevos policías) para desplegarlos en Buenos Aires y Mendoza, distritos ultrasensibles al tema seguridad y a la piel oficial. En el primero se juega la supervivencia de su “proyecto”, encarnado en la segura candidatura del (¿ex?) presidente Néstor Kirchner, y en el segundo confronta con su enemigo íntimo, el ¿vicepresidente? Julio Cobos.

No es un anuncio electoral, dijo sin sonrojarse el jefe de Gabinete, Sergio Massa. Pero la más exquisita paradoja la aportó la propia presidenta, cuando en el mismo acto en el que anunció el despliegue urgente de gendarmes y policías, la compra de 500 patrulleros, la instalación de 5.000 cámaras de video y el reparto de 21.500 teléfonos móviles para que los vecinos denuncien sospechosos ni bien los vean, pidió que la prensa deje de “atemorizar” a la gente con esa cantinela de la inseguridad.

La oposición política

Del lado de la oposición, el panorama sigue siendo desolador.

Elisa Carrió “confirmó” que no encabezará la lista de candidatos a diputados en Capital Federal, porque buscará “nacionalizar” la elección y porque no quiere antagonizar con su querida amiga, Gabriela Michetti, la vicejefa del gobierno porteño que había prometido servir todo su mandato, pero será candidata nomás.

Uno sospecha, en cambio, que Carrió no será cabeza de lista porteña (aunque sí podría estar más abajo, para “empujar” a Alfonso Prat-Gay, admiten desde la Coalición Cívica), para no exponerse a una derrota que pondría en riesgo sus aspiraciones presidenciales. Y que Michetti competirá no porque Mauricio se lo pidió, sino porque es la única candidata ganadora que tiene en el distrito. Para la clase política argentina, lo importante no es ser elegido, sino la posibilidad de volverlo a ser. El para qué, parece, es lo de menos.

El panorama en otros distritos de peso electoral es también una máquina de despistar.

En Córdoba, el radicalismo persiste en su vocación minimalista, sin por eso reivindicar el principismo, y Luis Juez ratifica que nadie es profeta en su tierra, aunque las apuestas lo favorezcan por lejos.

En Buenos Aires, la “madre de todas las batallas” kirchneristas, Felipe Solá aceptó finalmente secundar a Francisco De Narváez, quien aceitó su candidatura a fuerza de millones y millones de su fortuna personal y así como es hoy aliado de Solá y Macri, fue también “ministro designado” de Carlos Menem, el candidato tránsfuga de 2003, y luego compañero de ruta del ex ministro Roberto Lavagna, hasta que los separó la inflación de egos.

En el mismo distrito, y en Capital Federal, Fernando Pino Solanas encabezará una coalición que correrá “por izquierda” al kirchnerismo, pero dejando la puerta abierta para que éste intente una “colectora” de votos. ¡No hay nada mejor que la familia progre unida!

Serán tres meses, entonces, a pura sanata. ¿La crisis? ¡Que espere!

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