Exitosa experiencia en San Javier

Ya no hay límites para el arroz

Ya no hay límites para el arroz

Pequeños productores cosecharon las primeras parcelas experimentales y se preparan para la próxima campaña. Con técnicas tradicionales y amigables para el medio ambiente, piensan arrancar con media hectárea cada uno.
 

Juan Manuel Fernández

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Armar un campo para cultivar arroz es casi como encarar una obra civil: se necesita maquinaria pesada para hacer movimientos de suelo; hay que estudiar el terreno y determinar las curvas de nivel sobre las cuales se montarán las taipas; es preciso excavar grandes canales o valetones, más otros secundarios, por los que se traslada el agua; y también instalar enormes bombas a la orilla del río para poder regar el cultivo. Estas y otras tareas significan un importantísimo desembolso de dinero, razón más que obvia para entender por qué los pequeños productores de la costa santafesina se mantienen al margen de la actividad.

Sin embargo las cosas empiezan a cambiar. Gracias a un proyecto conjunto del que participan la Nación, el gobierno provincial y entidades intermedias, un grupo de familias campesinas de San Javier ya cosecharon sus primeros granos en lotes experimentales y así se garantizaron semilla para encarar con todo la campaña 2009/2010. Cada uno piensa arrancar con media hectárea, con mano de obra propia y costo cero de insumos, con lo que aspiran no sólo a producir para el autoconsumo sino a generar un excedente que pueda venderse en el mercado tradicional.

Todo un descubrimiento

“Es la primera vez que hago arroz y la verdad que me gustó muchísimo; sobre todo porque se adapta a mi modo de trabajar”, se entusiasma Néstor José Leones, presidente de la Asociación de Pequeños Productores “Las Tres Colonias” (Asopepro), que agrupa a unas 40 familias de Colonia Francesa, Colonia Indígena y Colonia Criolla.

Durante meses, él y otros cuatro pequeños productores, junto a sus esposas e hijos, se arremangaron los pantalones para meterse en el barro una y otra vez. Primero para preparar el terreno; luego para sembrar los plantines y finalmente para levantar la cosecha. Y todo en forma artesanal, con palas de punta, plantando a mano y segando las plantas con una hoz.

Igual que Leones, Lucía Gaitán no sabía nada de arroz. Si hasta se sorprendió cuando vio que donde había sembrado un grano crecieron muchas plantas juntas, por lo que pensó “a alguien se le escapó un puñado de semillas acá”. Más tarde aprendió que las plantas macollan, generando varios tallos de un mismo ejemplar.

Lucía vive junto a su madre, 5 hijos y 3 nietos en dos hectáreas ubicadas en Colonia Criolla. Los ingresos, y la comida, surgen de su huerta, de la venta de pan casero y de los dulces que elabora con frutas autóctonas como el Ñangapirí (igualmente conocida como Pitanga o Cereza de Cayena). También cría 3 lecheras y un toro, pero piensa en reducir el rodeo para agrandar el espacio de los frutales “porque el dulce se vende bien, principalmente a los turistas”.

Lucía ya se asoció con una compañera que le ofreció trabajar media hectárea de arroz entre las dos. “Este año sembramos para semilla, pero estamos viendo —por los resultados— que vamos a tener que elaborar algo; además tiene muy buen precio, así que vamos a sacar nuestro dinerillo”, se entusiasma, mientras deposita las espigas recién cortadas en camas de lona para que se sequen al sol antes de trillarlas.

Amigo del medioambiente

La iniciativa se conoció el año pasado como “arroz agroecológico”, aunque Leones prefiere denominarlo “biodinámico” porque así se comprende mejor que el objetivo es producir en armonía con el medio ambiente. Remo Vénica y la Subsecretaría de Desarrollo Rural y Agricultura Familiar les proveyeron las semillas de 5 variedades que llegaron desde Brasil: dos de secano —que ya se cosecharon—, una aromática, uno japonés y otro denominado “Formosa”. Pensaban sembrar 600 metros cuadrados pero al final hicieron 1.000. “Y con sólo venir a la tarde”, interviene Lucía.

Lógicamente, el proyecto se plantea a largo plazo. Por el momento transitan la etapa de reproducción de semilla, que a su vez es también de aprendizaje en el manejo artesanal del cultivo. El objetivo “es tratar de meter entre los productores la idea de que se puede sembrar arroz, porque hay métodos apropiados para cada uno”, precisó el titular de Asopepro.

El tipo de laboreo, a pesar de ser rústico, “da muy buenos resultados” y con costos muy bajos. Quizás un desafío sea la inundación, que requiere infraestructura “pero es solucionable”, sobre todo porque hay ventajas, como la red eléctrica para el funcionamiento de las bombas. Al menos así lo entiende el director técnico de la experiencia y titular de la delegación local del Ministerio de la Producción, Rodolfo Vicino.

Como la idea es no utilizar agroquímicos, la fertilización se resolvió utilizando un fermento de melilotus y aromo. Y para controlar las malezas, basta con un adecuado manejo de la inundación.

Asimismo, la genética también hace su aporte. “Esos genes antiguos le están dando una sanidad que no la tenemos en las variedades modernas”, confiesa Vicino. A su entender, las especies tradicionales responden bien a la inundación aunque también tienen aspectos que mejorar, sobre todo los tallos largos y delgados que son susceptibles al vuelco.

Con otro valor

De los 6.000 o 7.000 kilos que puede rendir una hectárea, se obtienen 4.000 kilos de arroz elaborado, suficiente para abastecer a varias familias durante el año, ya que el consumo promedio percápita en el país oscila entre 7 y 8 kilos anuales. “Y si podemos elaborar ese arroz con molinos propios, o con una descascaradora casera, se lo puede tener acopiado en cáscara para ir elaborándolo a medida que lo necesitan para el consumo”, aportó Vicino. A su vez, como los pequeños productores hacen feria podrían trocar el excedente por otros productos o bien comercializarlo en forma tradicional como arroz integral.

Ya que la propuesta es producir a pequeña escala, con la premisa del autoconsumo, al momento de buscar mercados el especialista resalta la características diferenciales del producto: la no utilización de agroquímicos e incluso las propiedades de algunas variedades, como la aromática, que se distingue por la fragancia a canela que despide el grano una vez cocido.

Sin embargo los pequeños productores tienen otra forma de pensar el concepto de “valor agregado”. Entre las familias campesinas de Asopepro, todas las actividades se hacen para consumo propio y se comercializan sólo si hay excedentes. “Por lo tanto vendemos cosas de alto valor, porque lo hacemos para comer nosotros”, se enorgullecen.

 

De los 6.000 o 7.000 kilos que puede rendir una hectárea, se obtienen 4.000 kilos de arroz elaborado, suficiente para abastecer a varias familias durante el año

 

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EL DATO

Un nueva variedad se asoma

Desde hace 5 años, en el marco del Programa de Mejoramiento Genético, el ingeniero Rodolfo Vicino viene desarrollando una nueva variedad de arroz en las parcelas del vivero municipal. En la próxima campaña habrá semilla suficiente para probar a campo entre 40 y 50 hectáreas gracias a que la variedad ya está estabilizada.

El profesional explicó que apunta a ser una variedad de alto rendimiento, con menor consumo de fertilizante por mayor captación de radicación solar; y con un grano de excelencia culinaria.

Para encontrar el nombre más apropiado para bautizarlo, se está realizando una encuesta entre los alumnos de las escuelas locales. “A mi me gustaría que identifique a San Javier como productora de arroz y de conocimiento”, propuso su creador.

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A puro músculo. El manejo del agua se hace a mano con una pala de punta.

Foto: Juan Manuel Fernández

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Entre todos. Una vez cortadas, Lucía Gaitán traslada el mazo de espigas para secarlas al sol.

Foto: Juan Manuel Fernández

 
 
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Una buena sociedad. Néstor José Leones, titular de Asopepro, nunca había cultivado el cereal. El ingeniero Vicino es uno de los mayores expertos en la zona.

Foto: Juan Manuel Fernández

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Vieja usanza. La hoz es la herramienta que se usa para levantar la cosecha.

Foto: Juan Manuel Fernández

 

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Generando conocimiento

En cuanto a los desafíos, el ingeniero Rodolfo Vicino planteó la posibilidad de obtener una máquina para transplantar los plantines en forma mecánica para “aligerar el proceso y conseguir más eficiencia”. Y para evitar el uso de herbicidas planteó la utilidad de inundar el cultivo durante 15/20 días y recién después drenar el terreno “para que la planta se afiance más, se ancle en el terreno y ya la cantidad de maleza va a ser mínima”.

En cuanto al bombeo, enumeró distintas posibilidades: en la forma tradicional sobre lotes pegados al río; bombeando desde la napa; o, en lugares con pendiente, hacer represas para almacenar el agua de lluvia “y, en la primavera, poder regar algún terreno cercano”. Otra experiencia, que desarrollan en San Antonio de Obligado, cerca de Reconquista, consiste en represar un arroyo para regar los lotes.

Incluso, para expandir la media hectárea que se plantea como arranque hasta 2 o 3, podría hacerse una siembra al voleo con una máquina muy simple y luego controlar las malezas por inundación.

“La idea es que esto sea una masa crítica de conocimiento que se genere en San Javier y se difunda por todo el Noreste”, propone el especialista.

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