llegan cartas

Enfermeras

 

Prof. Rubén Elbio Battión

DNI. 2.398.162.

Señores directores: En las batallas de la guerra o de la sanidad, son los jefes a los que usan los narradores para entregar sus nombres al devenir de la historia. Es lo natural y sintético. Las figuras secundarias o de masa no pueden llevar sus infinitos nombres a la categoría pública. Aunque sus papeles sean necesarios y relevantes, pero quedan en el anonimato de las sombras. Es lo que ocurre con los soldados y las enfermeras.

En el orden sanitario suelen publicarse los reconocimientos agradecidos a los médicos que han obrado con exitosa profesionalidad; y se dan sus nombres como una justa condecoración pública. Las enfermeras quedan en el aire de tradicional anonimato. Pero todos —enfermeras, enfermeros, hermanas de caridad— siempre asumen la responsabilidad de una vocación cordial y permanente. Y que merece señalarse.

Las enfermeras son los primeros ángeles que el enfermo ve y recibe al despertarse en la mañana. Las que traen la presencia maternal que el paciente reclama con ansiedad estimulante. Son ellas las que saludan con el optimismo que su mano pone en la frente del sediento; que serena el dolor de una inyección punzante o que limpia y cura los desórdenes de alguna herida. Todo con la mejor voluntad y con un fecundo trasiego optimista. Son ellas las que higienizan los trances duros del cuerpo enfermo y cambian los apósitos con delicada suavidad. Las que atienden las inmediatas necesidades del enfermo, incluyendo una feliz renovación espiritual.

También son las últimas que el enfermo ve al declinar la noche, recibiendo el deseo de un restablecimiento seguro y feliz.

También son las que velan las noches interminables y están al lado de la cama para proteger insomnios y dolores y trastornos de necesidades inmediatas.

Es justicia social y política que se reconozca pública y oficialmente la noble función de la enfermera que, además, no tiene la asignación presupuestaria que su ocupación merece.

Por ello es necesario que una estatua o, al menos, un busto, materialice una razón innegable.

Una ubicación natural podría ser una plaza, o parque o avenida.

Sin olvidar que la plaza Pueyrredón tiene un adefesio que algunos salvajes han mutilado en repetidas ocasiones y que representa a un dios de la mitología griega: Baco. Ni San Pablo ni Aristóteles ni tantos héroes de la historia argentina, capitán Luis Piedra Buena, Dr. Esteban Maradona, ni siquiera un indígena regional: no; es una estatua para el dios del vino.

Pero hay que retornar: la enfermera requiere un justo reconocimiento. Y ya.