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“No hay que llorar” se presenta en el Municipal

El espectáculo dirigido por Alberto Serruya será ofrecido en una función que se realizará en la Sala Mayor.

“No hay que llorar” se presenta en el Municipal

La puesta en escena tiene sólidos valores teatrales, en los que se destaca la labor del elenco.

Foto: Archivo El Litoral

 

 

De la redacción de El Litoral

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En su segunda temporada y después de haber sido vista por cerca de 1.000 espectadores, el jueves 23 del corriente, a las 21, subirá al escenario de la Sala Mayor del Teatro Municipal la obra de Roberto Cossa “No hay que llorar”, bajo la dirección de Alberto Serruya. Este espectáculo fue estrenado en el Auditorio de ATE, luego pasó al Foro Cultural Universitario y ahora al coliseo santafesino.

Al aludir al nudo argumental, sus responsables aseguran que puede resumirse así: una fiesta de cumpleaños, los invitados, un secreto bien guardado y un final desopilante.

Conforman el elenco Nidia García, Pascual Pimpinela, Edgardo Saux, Marta Defeis, Marcelo Rebechi y Lucinda Viani. Los distintos rubros técnicos fueron cubiertos por Romina Laurino en escenografía y vestuario; Darío Rojas en iluminación y sonido; Marina Serruya en maquillaje y Cecilia Wilhjelm en producción.

Familia en descomposición.

Bajo el título de “Retrato de una familia en descomposición” El Litoral sostuvo en oportunidad del estreno de esta obra que según la máxima borgeana, un instante resume una vida. Por lo menos una vida digna de ser contada, como la historia de esta familia dibujada con suma precisión por Roberto Cossa en “No hay que llorar” -obra estrenada por el Taller de Teatro de la Mutual de Integrantes del Poder Judicial en el Auditorio de ATE-. Pasaron ya casi treinta años desde su estreno y su actualidad adquiere una fuerza inesperada, demoledora. Y es cierto lo que sostenía Alberto Serruya en declaraciones previas al estreno: a diferencia de “La Nona” (tal vez la obra más ejemplar de Cossa), donde el personaje se comía a la familia, aquí, como en un espejo para nada deformado, la familia se come a la madre, por cierto poco ejemplar, en una dolorosa metáfora.

La obra es una lúcida, cercana, a veces trágica y a veces risible radiografía de la familia argentina que se aprecia en la escena mostrando la pasión, la competencia entre mujeres y la tortuosa relación entre madre e hijos, el acomodamiento y la rutina pero, sobre todo, los modos particulares de ser y hacerse familia de los argentinos. Las de hace treinta años y las de ahora. En el transcurso de la pieza, Cossa ingresa al interior de esa familia para sacar a luz los conflictos que la cruzan, sin abusar del dramatismo y por momentos con un piadoso manto de ternura que de algún modo la absuelve de crímenes y pecados.

Con un estilo propio, Cossa construye una tragicomedia que se desliza por distintos géneros y tonos con suma precisión, una fábula agridulce que entretiene y que, sin apelar a subrayados ni moralejas altisonantes, resulta bastante incisiva respecto del discurso imperante sobre determinado modelo de familia argentina. Desde la dirección general del espectáculo, Alberto Serruya construye una puesta en escena sólida en varios aspectos. Esencialmente, porque muestra cómo la enfermedad de la madre hace estallar en minimalistas conflictos el drama que se esconde, aunque se vislumbra, con los hijos divididos por la misma ansiedad de poder económico. Así, el drama es mechado con algunas dosis de melodrama, para ir después hacia una extraña sensación de desamparo que envuelve por igual a todos los personajes, las nueras incluidas.

Los actores que protagonizan esta obra tienen el empuje necesario para llevar por muy buen camino la responsabilidad de encarar una labor de indudable compromiso con el escenario. Y se consignaba de manera destacada la actuación de Edgardo Saux.