110º Peregrinación a Guadalupe

Tradición familiar

 

La realización de la 110º Peregrinación Arquidiocesana a la Basílica implicó este año el trabajo de unas trescientas personas que llegaron desde diferentes grupos y parroquias para ayudar. En los laterales del templo, la confesión y la unción de los enfermos fue una demanda respondida, de manera ininterrumpida, que atendieron todos y cada uno de los ochenta sacerdotes -entre ellos el arzobispo, monseñor José María Arancedo-, de toda la arquidiócesis.

Atareado en las diligencias propias de la realización de la fiesta el párroco, presbítero Olidio Panigo, expresó que, a sus ojos, “Guadalupe no es sólo una tradición eclesial, sino una tradición familiar. Muchos comenzamos a venir con nuestros padres, y lo que se recibe de chico se mantiene como un valor. Es difícil que quien ha participado deje de venir, por la experiencia de comunidad que encuentra y porque el hecho de participar de una fiesta de estas características, que convoca a tanta gente e implica tanto esfuerzo para su realización, nos enriquece”.

En los rostros cansados, angustiados y felices, este sacerdote encuentra “en cada uno de los peregrinos realidades que nos redimen, desde la presencia de los enfermos y los ancianos, que muchas veces vienen con miedo de no poder regresar, a servidores que ayudan a personas discapacitadas para que puedan acercarse a la Virgen. Hay quienes no pueden subir al camarín, por eso al finalizar todas las misas se da vuelta la imagen de la Virgen, para que puedan verla desde donde estén. A la gente le ayuda mucho ese momento, uno ve que se emociona y brota un aplauso espontáneo que se repite en todas las misas, al girar la imagen... La fiesta de Guadalupe convoca a todos por igual”.