EDITORIAL

La tensa relación entre el poder y el periodismo

Voceros del oficialismo han manifestado su disgusto por las declaraciones de Adepa acerca del deterioro de la libertad de prensa. Si bien en la Argentina contemporánea no existe la censura previa ni los ataques a la prensa son parecidos a los que, por ejemplo, llegó a practicar el peronismo a mediados del siglo XX, no por eso puede decirse que las condiciones en las que se desempeña la actividad periodística en general sean propicias.

En primer lugar, por circunstancias históricas ajenas a los designios de este gobierno, los ataques a la prensa ya no se manifiestan como en los tiempos de los regímenes totalitarios. En el mundo no hay ahora equivalentes a Hitler o Stalin, pero los embates a las sociedades abiertas y las maniobras para impedir que la prensa ejerza su rol de foro ciudadano, espacio para el ejercicio de la crítica y factor de control de la acción de gobierno, se renuevan en otras condiciones.

En este sentido, el actual gobierno no sólo embiste a los medios en cada ocasión que se le presenta, sino que pretende organizar una prensa adicta costeada con los recursos de los contribuyentes. Fiel a su principio de constituir el espacio social en términos de amigo-enemigo, los Kirchner reparten premios y castigos a través de la publicidad oficial o presionando a empresarios para que no coloquen avisos publicitarios en los medios “enemigos”. También se ha sugerido el apartamiento de periodistas que no aplauden las políticas oficiales.

La estrategia de la Casa Rosada pretende incluir en esta línea a gobiernos provinciales y municipales. A decir verdad, los resultados no han sido favorables, pero ello se debe no a la buena voluntad del poder, sino al hecho de que los empresarios de los medios saben, como los periodistas, que es más importante la credibilidad que adormecerse bajo el arrullo del calor oficial.

Periódicamente, la presidente y su consorte hablan de una conspiración golpista dirigida por los medios. Algo parecido dice Chávez y denuncian Morales y Ortega. Los autoritarios se parecen entre sí, más allá de la geografía y los afeites ideológicos. Al gobierno de los Kirchner le cuesta entender que la libertad de prensa no es una concesión del poder, sino un derecho. Por eso trata de domesticar a la prensa. De allí, por ejemplo, el proyecto de ley de Radiodifusión que, al margen de ampliar la participación de grupos y sectores -lo que está bien-, busca generar la inestabilidad de los concesionarios como base de la manipulación, o crear un Observatorio de medios, o activar persecuciones fiscales a través de la Afip.

El tema es serio y la declaración de Adepa ha sido fuerte pero prudente, pese a lo que digan los funcionarios del gobierno. Numerosos diarios tradicionales del interior están atravesando por momentos económicos muy difíciles y más de uno está al borde de la quiebra. Pero el problema mayor no reside en el agobio económico o el cambio tecnológico, sino en el autoritarismo del poder.