La vuelta al mundo

¿Panamá gira a la derecha?

Rogelio Alaniz

El empresario Ricardo Martinelli será presidente de Panamá hasta 2014. Obtuvo más del sesenta por ciento de los votos, una verdadera hazaña electoral para un candidato ajeno a los entremeses de la política. Martinelli compitió contra Balbina Herrera, la candidata del oficialismo. El nuevo presidente es el dueño de la cadena de supermercados más importante de Panamá. Su condición de multimillonario, en lugar de desprestigiarlo, le ha permitido ganar ascendiente social.

Los pobres de Panamá, como suele pasar con los pobres en todas partes, no odian a los ricos, y en más de un caso los respetan, incluso más allá de lo aconsejable para sus propios intereses. En Panamá, el ataque contra los ricos es un tema de los intelectuales y de ciertos sectores de la pequeña y gran burguesía. Se trata de un dato sociológico que nos puede gustar o no, pero que exhibe la consistencia de una piedra.

Martinelli ha dicho en sus discursos que no es de derecha, aunque nunca se privó de atacar a Fidel Castro y Hugo Chávez. Digamos que para Martinelli la derecha no existe, pero sí existe la izquierda, siempre y cuando -claro está- se admita que hoy Chávez y Castro expresan los históricos ideales de la izquierda. Debates académicos al margen, parecería que en el siglo XXI la contradicción derecha-izquierda no ha desaparecido, aunque no es la dominante, si es que alguna vez lo fue.

En Panamá la gente no se guió por estos criterios para emitir el sufragio. A Martinelli no lo votaron por su supuesta condición de derechista, del mismo modo que a Herrera no le negaron el voto por ser de izquierda. Digamos, a modo de síntesis, que ni Martinelli es tan de derecha como lo presentan sus adversarios, ni Herrera es tan de izquierda como en algún momento intentaron mostrarla. Lo que sucede en Panamá no es muy diferente de lo que está pasando en muchos países de América Latina, incluido el nuestro, por supuesto.

En la campaña electoral, Martinelli había dicho que continuaría la obra de su predecesor. Particularmente, se ha comprometido a ampliar las inversiones en el canal, una obra estratégica para el país, ya que por allí circula el cinco por ciento del comercio mundial. Conviene recordar que en los últimos años Panamá creció a un promedio de entre ocho y nueve puntos. La onda de crecimiento coincidió con la gestión de Torrijos, pero se sabe que la coincidencia más provechosa fue con el ciclo expansivo de la economía mundial. En 2009, el crecimiento descendió a menos de cinco puntos, con lo que se podría probar que los llamados “milagros” económicos dependen en gran parte de condiciones objetivas ajenas a las virtudes o los vicios de los gobernantes.

De todos modos, Torrijos, a diferencia de su padre, es un personaje menos controvertido, entre otras cosas porque no le tocó gobernar en tiempos de la Guerra Fría y su poder no dependía del apoyo de las Fuerzas Armadas, sino del voto. Inteligente, prolijo, sensato, Torrijos desarrolló una gestión eficaz en la que no estuvieron ausentes algunos escándalos políticos, nada importante para un país que hasta hace veinte años era considerado como uno de los más corruptos en una región donde la corrupción política está a la orden del día.

La democracia que hoy disfrutan los panameños no es hija del torrijismo, sino de la intervención militar de los EE.UU. Como se recordará, en 1989 este país intervino en Panamá para derrocar y mandar a la cárcel a Manuel Noriega, heredero de Torrijos en todos sus defectos y en ninguna de sus virtudes. Noriega concluyó en la cárcel, acusado de narcotraficante, ladrón y jefe de bandas parapoliciales. Hasta la fecha nadie ha podido desmentir estas acusaciones, por el contrario se han reforzado.

Para fines de la década del noventa, Noriega se perfilaba como un típico dictador bananero, uno de esos personajes despreciables a los que Estados Unidos en los tiempos de la Guerra Fría habría considerado su aliado. Su detención y su traslado a una cárcel de Estados Unidos fueron, sin duda, una violación de la soberanía nacional de Panamá. Sin embargo, los hechos se expresaron de otra manera, y habría que agregar que contaron, además, con el apoyo de amplios sectores de la opinión pública, que por ese camino se vieron liberados de la presencia despótica de un dictador corrupto, ladrón y mafioso.

Aunque los nacionalistas, que abundan en América Latina, pongan el grito en el cielo, hay que decir que para Panamá el derrocamiento de Noriega fue beneficioso y la gestión política mejoró en términos de eficiencia y calidad institucional. La disolución de las Fuerzas Armadas, minadas por la corrupción y pasto del aventurerismo político, fue otro de los beneficios que produjo la intervención norteamericana. Hoy, Costa Rica y Panamá se jactan de no contar con militares. Costa Rica desde hace décadas, Panamá desde hace años. En los dos casos estos países han crecido, han mejorado su calidad institucional y, vanidad de vanidades, por ese camino han afianzado, con bases justas y duraderas, su soberanía nacional.

Desde Noriega a la actualidad, los presidentes han procedido de diferentes extracciones políticas y, de una manera -si se quiere- espontánea, han ido estableciendo una agenda de gobierno que compromete a los futuros mandatarios. Martinelli continuará las obras emprendidas por Torrijos, del mismo modo en que éste continuó con la de Mireya Moscoso.

Por supuesto que entre un gobierno y otro ha habido diferencias, pero en lo fundamental lo que ha predominado es la continuidad, particularmente en el tema estratégico del canal, una fuente de ingresos que nadie puede dejar de lado, mucho menos por razones ideológicas. Desde 1978, es decir, desde el momento en que se firmó el acuerdo Carter-Torrijos, Panamá ha recuperado la soberanía sobre su canal.

También en este tema importa terminar con algunas mitologías populistas que hablan de una maniobra imperialista. Panamá se independizó de España y se incorporó a Colombia en tiempos de Bolívar. La leyenda dice que un siglo después las intrigas yanquis separaron esta provincia para construir el canal. En realidad, la historia de Panamá y su relación con Colombia es la historia de sus reiterados intentos de secesión -diecisiete, para ser más exactos-, el primero en 1830 y el último en 1903.

La constitución de Panamá como país independiente fue una reivindicación permanente de los patriotas panameños. Que Estados Unidos haya aprovechado esa coyuntura para construir el canal. -en realidad, continuar la tarea iniciada por los franceses- es harina de otro costal. Panamá no es un invento yanqui, es una creación heroica de los patriotas panameños, entre los que merece citarse a José Agustín Arango, Ricardo Arias, Manuel Espinosa y Manuel Guerrero.

Por supuesto que el canal fue aprovechado por Estados Unidos. Imposible no hacerlo. Sobre todo en un tiempo en que a esa inversión jamás la habrían podido hacer los panameños. Durante décadas, el reclamo de la soberanía del canal fue una bandera de lucha de todos los dirigentes panameños. El gran mérito de Omar Torrijos fue haber hecho realidad esa consigna. El gran mérito de su hijo fue haber sabido administrarlo de manera eficiente. El gran mérito de Martinelli será persistir en esa línea.

1.jpg

Martinelli. El empresario y flamante presidente hace declaraciones bajo una nube de papelitos y el ondear de la bandera panameña.

Foto: Agencia EFE