Los bárbaros están llegando

María Luisa Miretti

“Profesores competentes, desde sus cátedras, miden en los silencios de sus alumnos las ruinas que ha dejado a su paso una horda a la que, de hecho, nadie ha logrado, sin embargo, ver” (Alessandro Baricco).

En estos momentos de crisis malhabida, de bombardeos ecológicos, políticos y de pánico sanitario ¿no habría que repensar cada una de las huellas que vamos dejando al pasar? ¿No tendríamos que “ensimismarnos” un momento, intentando analizar y comprobar lo que aportamos para estos espacios de tránsito?

Mientras el tiempo discurre afanoso, seguimos distrayéndonos con liviandades o derivando nuestra queja hacia otros receptáculos, buscando culpas afuera o deslindando responsabilidades. Siempre aparece alguien en escena que nos seduce y luego nos engaña, o nos sorprende con una nueva cepa, o nos hace creer en las bondades del mercado si cooperamos, o se da el gusto de hacernos sentir parte de la caída estrepitosa de la industria automotriz o de la banca internacional, que -sin piedad después de haberse edulcorado por años con superávit sucesivos- despiden sin consideración a quienes supieron sostenerlos desde empleos no siempre bien remunerados.

Mientras tanto, la nave va y asistimos pasivos y atónitos a ese caudal informativo que unas veces subraya los hechos como catástrofe y en otras, los minimiza.

Tantas veces nos mintieron (“Tantas veces me borraron, tantas desaparecí, a mi propio entierro fui sola y llorando”) que sumado a la problemática- no sabemos si dar credibilidad a los titulares, pensando qué mezquinas intenciones puede haber detrás.

Y la nave va. Los niños se hacen grandes, los afectos se multiplican, otros se evaporan o perecen y los espacios quedan vacíos o con propuestas vanas, huecas, mediocres. Criticamos los disvalores, la falta de compromiso, de ética profesional, de competencias en todos los órdenes, categorías y sistemas. ¿Qué nos está sucediendo? ¿Nostalgia por tiempos idos? ¿Miedo a lo por venir? ¿Cómo abonamos el presente de cada día?

Nadie habla de libros, de autores, de temas provocados por tal o cual lectura, de los efectos generados por la última saga de Cornelia Funke, o la reacción del público ante los articuentos de Millás, la nueva antología sugerida por Adela Basch, las mentiras de Rosa Montero, los dislates de Skármeta, las reflexiones de Marsé al recibir el Cervantes, o las peripecias del deseo de Jesús Ferrero en su premio Anagrama de Ensayo, como tampoco las posibles incursiones de los internautas en la Era Digital, con tantas incontables posibilidades de comunicación y de expresión.

La frivolidad amerita otros capítulos, pero no requiere de una porción neuronal mayor que la de la simple expectación, en la que además es posible que a más de uno se le deslice una gota de envidia al ver lo que otros pueden, merced a la ingenua voluntad de mantener un botón que favorece el rating de propuestas huecas y vacías, convirtiéndolo así en los vectores de las próximas pandemias.

Toda esa parafernalia tan bien orquestada en nuestro entorno genera mucho ruido, tanto que nos opaca la visión y hasta los horizontes se nos desdibujan, haciéndonos perder o torcer el rumbo hasta caer en emboscadas, que atentan contra la conciencia frágil o incauta de niños, jóvenes y adultos.

Dado que cada uno apunta a su logro personal, mirándose el ombligo sin levantar la vista para visualizar otras opciones, ¿no sería aconsejable reitero- ensimismarnos, hacer un paréntesis y volvernos un poquito hacia adentro para pensar en alguna propuesta edificante para compartir?

¿Será que los bárbaros están llegando?, ¿o estamos protagonizando los primeros borradores de nuevos paradigmas? De ser esto último en el mejor de los casos- sería interesante observar el trazado de los nuevos bosquejos, optimizando lo mejor que haya podido quedar de cada uno. ¿Por qué no lo intentamos? Mientras tanto, la nave va.