La ciudad fragmentada

Arq. Mariano Busaniche

Las grandes ciudades se dinamizan históricamente bajo las direcciones del desarrollo económico y tecnológico. Es así como en el siglo XX, puntualmente desde los ‘80, las transformaciones globales (de la mano de ideologías liberales en las que el capitalismo dominó la escena internacional) incrementaron las disociaciones en estructuras espaciales y sociales.

Vimos en escala cómo una gran cantidad de ciudades experimentaban ciertos crecimientos y se auguraban vías de desarrollo sostenido, lo que abría tácitamente el abanico de oportunidades sociales. Pero los años demostraron una realidad adversa, y muchas promesas se diluyeron.

En los grandes centros de desarrollo, crecieron las villas miseria. En los ‘90 se continuaron ensanchando las brechas entre los que más y menos tenían, y se acentuaron las migraciones a las ciudades centrales en busca de mejores oportunidades. En estos sitios, la desocupación y exclusión social se proyectaron a porcentajes extremadamente elevados, dándose (como cíclicamente sucede) un aumento creciente en cuanto al número de habitantes y la consecuente ampliación de límites urbanos sin una planificación integral precisa.

Este crecimiento incide en cómo viven, interactúan y se relacionan quienes conforman el complejo tejido social que es la ciudad misma. La ocupación territorial y los modos de coexistir y diferenciarse devienen, históricamente, semejantes y reiterativos, estructuras de segregación en las que las divisiones se establecen de acuerdo con las clases sociales, límites territoriales y culturales (entendiendo aquí, cultura en cuanto a modo de pensar y obrar en consecuencia), que si no estamos atentos y solidarios, involucionan, declinan, y nos hacen humana y cívicamente menos íntegros.

Estas afecciones sociales sin resolver, se traducen mal justificadas, se erigen ignorantes, se materializan en ladrillos y hormigón armado, con terminaciones de rejas y decoraciones con púas.

Murallas...

¿Cuántas ciudades de Sudamérica son calificadas como “ciudades pobres”?

Aun aquellas que se hallan en pleno desarrollo, excepcionalmente escapan a quedar presas en círculos viciosos, donde los “actores” que salen a escena con las desventajas de exclusión y desigualdad de oportunidades, no tienen las mejores expectativas de progreso. Así se es “reincidente” en estancamientos insoslayables, este “no poder acceder” que afecta a tantos, la carencia de planeamientos efectivos y sostenidos en el tiempo, más allá de los gobiernos de turno, en los que se definan medidas serias respecto de cuestiones estructurales, que articulen y promuevan salidas seguras, hace caminar en círculos a estos actores relegados.

Las ciudades resultan más populosas, con mayores índices de pobreza, exclusión y miseria.

En este contexto se genera una situación de “centro-periferia”, donde se eleva drásticamente la densidad habitacional hacia los centros, y una masa considerable y creciente de habitantes se asienta en áreas vacantes y exógenas, casi siempre zonas marginales desprovistas de infraestructuras, incrementando aun más las situaciones de desmedro en las que se vive.

En un país con índices tan elevados de desigualdad social y económica, se diferencian los lugares de residencia de modo cada vez más dramático y evidente. Iniciativas dirigenciales de escasa lucidez, resuelven cada vez con mayor asiduidad soluciones en relación con la problemática de la seguridad: “construir muros”.

¡Cuánta limitación! Qué ceguera. ¿Acaso no es claro que tales medidas generan resentimientos, celos, trastornos de todo tipo, más exclusión y segregación?

Toda ciudad conlleva discriminación, ¿por qué alimentar esos fuegos? ¿Cómo entender la instalación de una muralla? ¿Detener la delincuencia, o exponer una muestra clara de discriminación hacia la clase económicamente pobre?

Estas decisiones determinan procesos de estigmatización hacia los estratos sociales más deteriorados y dividen a la comunidad. Se instala “la cultura del contraste”, que decreta a los barrios empobrecidos como zonas de riesgo, “lejanas”, espacios ocultos y bárbaros que aumentan la desconfianza a “lo desconocido” y lo transforman en amenaza.

Esta visión, cierta o no, es la que se impregna en el imaginario colectivo del resto de la sociedad, y se torna difícil romper con el estigma que asimila la pobreza con la delincuencia, motivo central de las murallas.

Y si bien existe cierta relación entre carencia y delito, no es verdad ni es justo establecer una identificación. Sabemos que en las barriadas marginales coexisten algunos delincuentes con numerosos trabajadores dignos y decentes. De nada sirve, por lo tanto, la construcción de muros medievales.

Todos deseamos y necesitamos seguridad, la reclamamos, pero aun sabiéndola imprescindible, debemos manifestarnos en contra de actitudes autocráticas, nocivas desde todo análisis.

No caigamos en el error de pensar que amurallados estaremos más seguros, ya sirve de espejo la singular escenografía expuesta en los cotizados barrios privados, con sus “muros románicos”, sus guardianes armados, y la “agradable vida intramuros” que se ofrece. Este fenómeno en auge, demanda en sí mismo un extenso análisis que excede este escrito, pero cabe estudiarlo con detallada profundidad, por cuanto representa nuevas tipologías urbanas y un abanico de relaciones sociales con identidades propias dentro del conjunto.

La realidad indica que de diferentes modos, sea con barrios cerrados, sea con la proliferación de rejas, o levantando altos muros divisorios, las ciudades y sus relaciones se van fragmentando, las vivencias reconocibles y de alguna forma tradicionales mutan sin certidumbres, ¿resta sólo adaptarnos y tratar de resolver lo inmediato? ¿es ése el modelo de la ciudad de aquí en adelante? ¿será que aceptar la inoperancia o el desinterés estadual por lograr planeamientos efectivos para estos aspectos trascendentes -lo urbano y lo social-, es irreversible? ¿estaremos adiestrándonos para ver ciudades expuestas como sitios “medievalizados”, aunque equipados con altas tecnologías, donde todo vale en busca de una seguridad cada vez más lejana? ¿dónde quedaron las ideas históricas de ciudades ideales?

Existieron propuestas y acciones que, utópicas o no, profundizaron intelectualmente el estudio de una ciudad mejor. Y mas allá de juicios de valoración en las diversas ideas pasadas, ciudad jardín, lineal, concéntrica, las diseñadas por Leonardo Benévolo, o Frank L. Wright entre tantos, la pregunta es: ¿qué ciudad estamos proponiendo hoy?

¿cuáles son los debates actuales y en qué foros se dan?

La ciudad es un organismo vivo, complejo, cuya dinámica interna exige replanteos constantes; hay que pensarla y repensarla en busca de evoluciones que se traduzcan en beneficios sociales.

Es preciso crear conciencia desde todo nivel. Abrir nuevas discusiones hacia intereses comunes que propicien condiciones para contribuir a una mejor calidad de vida urbana y social. Las posibilidades siempre aguardan ser descubiertas. Siempre... Sólo resta decidir y aceptar los costos de hallarlas.

La ciudad fragmentada

Perfil de Santa Fe. Desde la avenida de Circunvalación Oeste, la imagen muestra en primer plano la realización de trabajos en un reservorio; detrás, las casas precarias que lo contornean y, al fondo, las siluetas de los edificios de altura que pueblan la zona céntrica.

Foto: Luis Cetraro