etcétera. toco y me voy

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Mis datos, mis datos...

Hoy todo el mundo te estudia, te cataloga, te pone en una lista, te estandariza. Lo hacen los bancos, las grandes empresas, los aparatos partidarios o los partidarios aparatos, los telemarketers de las distintas compañías, los choros, la Afip y hasta el club del barrio. Todos quieren tus datos. Yo me llamo...TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected]

Y tanto es así que ahora hasta hay empresas que estudian la basura, la clasifican y desde allí segmentan y tabulan todo lo que consumiste. En mi caso y casa, pueden enterarse que consumimos dos yogures diarios, una o dos bananas u otras frutas, mucho mate -los clasificadores, lo sé, odian el mate, porque les embarra la cancha y les ensucia todo lo que tienen que “estudiar”- y que viajan arrugados y con bronca los sobres de los distintos impuestos. Si una compañía de este tipo trabaja en Santa Fe y en mi barrio, les aclaro que deberán competir por la basura con las distintas variantes de cirujas (desde el tradicional de tracción a sangre propia o animal, hasta el tecnificado; desde el cazador solitario hasta organizaciones colectivas) y sobre todo con los perros callejeros, que tienen un entrenamiento superior y una forma de clasificación automática envidiable. Estaría bueno que capaciten a esos animales, que les darían datos ya resueltos a los estudiosos...

La mitad de los llamados telefónicos en tu casa es de gente de voz cálida y optimista que quiere que te cambies de compañía, o intenta convencerte que ganaste un viaje o algo (en Argentina uno pierde seguido o casi siempre, y por ahí está bueno ser ganador de algo) o quiere venderte un seguro. Ante el mínimo atisbo de interés (uno no siempre tiene la presencia o la ausencia de ánimo como para cortar de una y que le duela), zas, tus datos. ¿Usted sería tan amable de decirme su nombre completo? Néstor Luis Fenoglio. Mi tatarabuelo se llamaba Luis, por Luigi, vio, viene de Pinerolo, Piamonte puro (somos tacaños por naturaleza) y tengo como todo el mundo una tía en Paiva.

Y desde allí, desde esa privilegiada posición en que flaqueaste y abriste tu mente y tu corazón, los tipos trabajan directamente sobre la yugular y no paran hasta obtener el número del chaleco multicolor de tu mascota. ¿Por qué tanto interés, tanta energía perdida en algo tan sencillo como saber quién sos y qué -más o menos- hacés?

Porque hay gente que vive de eso, consume eso y pasás a engrosar alguna categoría de cliente o usuario de algo, quieren conocer tu pensamiento y comportamiento para sesgar a su vez productos, votos, revólveres amartillados, folletos de no sé qué, advertencias apocalípticas, salvaciones y otras bellezas: te convertís en receptor liso y llano de lo que ellos emiten, ya se trate de placer o miedo, cohersión o chantaje...

Hay gente que estudia, por ejemplo, la música que comprás y desde allí presuponen con cierto viso de seriedad qué otras cosas consumís. En mi barrio estarían confundidos: tenemos cumbia, cuarteto, clásica, candombe, tango, rap, rock, reguetón, todo en una sola cuadra. Armar un patrón de consumo desde ahí les va a costar un poco. Igualmente, lo harán, lo harán.

Los bancos y las tarjetas quieren que pagues los impuestos y todo desde su propia organización, con lo cual tienen un minucioso estudio de lo que te ingresa y egresa. A esta gente no le importa tanto lo sexual o intelectual o religioso o espiritual. Sos un número: ganás tanto, consumís tanto, entrás en esta categoría y para ella tenés estos productos.

Y después tenés los aviesos, los jodidos y los choros. Por internet, o por teléfono, o boca a boca, o de pasada y de reojo, te estudian para ver qué pueden sacarte.

Después de un tiempo, te das cuenta que sos para mucha gente solo una ínfima y anónima parte de una base de datos. Y lo único que te tranquiliza es que esa fotografía y monitoreo coyuntural de tu realidad y tus gustos queda congelada por un tiempo y en el medio uno sigue cambiando, yendo, viniendo, probando. Y nos vamos. Adjunto a este artículo va un pequeño formulario -cuya información es estrictamente confidencial- que debe completar con sus datos (los suyos, no los míos). Apunta a los lectores del Toco y me voy porque queremos hacer una base de datos, porque, nada, todo bien, de onda nomás. Y sorteamos una yogurtera que tengo sin usar desde 1987. ¡Manden sus datos!