Con sombrías perspectivas sobre “la Caja”

Los Kirchner, entre Bush y Thatcher

Los Kirchner, entre Bush y Thatcher

Kirchner y Cristina Fernández.

Dibujo: Cejas

Mientras se cierran las listas de candidatos, el oficialismo perfecciona su estrategia electoral con una dosis de tatcherismo. Pero después del 28 de junio, el problema no serán los votos, sino la Caja.

Sergio Serrichio

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CMI

En noviembre pasado, luego del triunfo electoral de Barack Obama en Estados Unidos, trazamos aquí un paralelo entre las gestiones de George W. Bush y las de Néstor y Cristina Kirchner.

Consistía en la constatación de que durante la gestión Bush, Estados Unidos creció de modo ininterrumpido, desde una leve recesión a inicios de 2001 hasta la que se desató en el tercer trimestre de 2008, el penúltimo de los 32 en que el cowboy texano estuvo al frente de la Casa Blanca. Entre el inicio y el fin de los ocho años de Bush, precisamos, el PBI de EE.UU. creció 20 por ciento, magnitud más que respetable para una economía desarrollada y de altos ingresos. De hecho, en ese período EE.UU. creció más que Japón, Francia, Italia y Alemania.

Nadie, sin embargo, pensaba entonces -y menos ahora- que Bush hubiera hecho una presidencia ejemplar. Prueba de lo contrario era su herencia: un mundo más violento e incierto y ya adentrado en una recesión económica con potencial de depresión global.

El paralelo se completaba con la observación de que, habiendo presidido la Argentina durante el sexenio (2003-2008) de mayor crecimiento del que se tenga registro, la prueba última de la calidad de gestión kirchnerista sería su sustentabilidad. Ese crecimiento (vale recordarlo, porque al oficialismo siempre se le olvida) ocurrió en el marco de la mayor expansión mundial y regional de los últimos 60 años, pero allí estaba. La cuestión de fondo era la solidez de la construcción política, económica, social e institucional de los Kirchner.

Los propios miembros del matrimonio presidencial parecieron dar una respuesta cuando, en las últimas semanas, dijeron que una derrota electoral oficialista en una simple elección legislativa haría que el país “explote” y pierda “estabilidad institucional”.

A esa política del miedo se agregó en los últimos días una variante thatcherista: la inexistencia de alternativas.

Tina

La cantilena de que la oposición es incapaz de gobernar y/o de que no hay opción decente es un clásico de la política electoral oficialista, aquí y en todos lados. En ninguno, sin embargo, se perfeccionó tanto como en la Inglaterra de Margaret Thatcher, que hace 30 años, en mayo de 1979, se convertía en la primera mujer elegida para ser primera ministra de su país. En los años siguientes, la inevitabilidad con que la “Dama de Hierro” llegó a presentar su política se resumió en cuatro letras: Tina, acrónimo de la frase inglesa: There is no alternative (no hay alternativa).

Entre 1980 y 1982, Thatcher se fue hundiendo en el descrédito y la impopularidad, debido a la impiedad y regresividad de sus políticas, pero fue rescatada por lo que fue tal vez la intervención argentina de mayor consecuencia internacional del siglo XX. La transitoria recuperación de las islas Malvinas por parte de una dictadura asesina y decadente (ejemplo de cómo hasta las mejores causas pueden ser bastardeadas por los inescrupulosos) le dio una oportunidad de oro: guerra triunfal, orgullo británico e imperial restablecido.

La “Dama de Hierro” aprovechó la oportunidad y adelantó todo lo que pudo el siguiente turno electoral. Así, en junio de 1983 obtuvo para el conservadurismo la mayor victoria electoral del siglo. Los “Tories” se quedaron con el 61 por ciento de los escaños en juego y una ventaja de casi 150 votos parlamentarios.

La inevitabilidad es la derrota de la política. Peor aún, es la supresión del debate, de las ideas, de la esperanza. La fatalidad, como principio, invalida desde la búsqueda de sistemas alternativos de organización económica, política y social hasta la construcción diferente dentro de un sistema existente, pasando por la creación artística y el cuestionamiento de los paradigmas científicos hasta llegar a la mismísima idea de superación individual.

El kirchnerismo, sin embargo, recurre al dispositivo del miedo y al Tina thatcherista para esconder la precariedad de su gestión y la vacuidad de un “modelo” que sólo es posible reconocer como amontonamiento de consignas.

En la competencia política, es legítimo cuestionar la integridad, capacidad, antecedentes, consistencia e incluso hasta las intenciones de los adversarios y sus propuestas. Otra cosa, sin embargo, es postular que no hay alternativa.

DESPUÉS DE LAS URNAS

Pasada la elección, el oficialismo seguirá teniendo en sus manos el Ejecutivo (a menos que huya irresponsablemente) y contará, cuanto menos, con la primera minoría en ambas cámaras del Congreso.

La cuestión de la “gobernabilidad”, como hace meses insistimos en esta columna, no pasa por los votos, sino por la solvencia de un dispositivo dinerario-disciplinador (en definitiva, de Poder), conocido como “la Caja” kirchnerista.

Más allá de un alivio gracias al momentáneo repunte del precio de la soja, las señales de deterioro en ese frente se suceden casi día a día. La más grande fue la colocación, por parte del Tesoro, de un bono por 8.450 millones de pesos a la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses), que vence en el año 2016 (así cuida el gobierno el dinero de los jubilados). La más reciente, el canje de monedas acordado el viernes con Brasil, por 1.500 millones de dólares. Y la más ilustrativa es aquélla con la que cerramos esta nota.

Hace poco más de una semana, el ex presidente Néstor Kirchner convocó al ministro de Economía, Carlos Fernández para preguntarle sobre el presente y las perspectivas de “la Caja”. Fernández, un burócrata tan desangelado como aplicado con los números, expuso un panorama sombrío, incluidas las dificultades para suplir, con crédito internacional, los faltantes que surjan (de ahí la urgencia con que se acordaron los canjes con China y Brasil, de naturaleza más precaria).

Kirchner escuchó atentamente y le pidió a Fernández que no le contara esas cosas a la presidenta Cristina Fernández, “para no deprimirla”. Días después, el ministro fue llamado por la presidenta, que le preguntó lo mismo que antes le había preguntado el ex presidente. Fernández le dijo la verdad.

Desde entonces, Néstor Kirchner le retiró el saludo y empezó a evaluar a Ricardo Echegaray, titular de la Administrador Federal de Ingresos Públicos (Afip) y pingüino de pura cepa, como futuro ministro de Economía.

Ésa es hoy la solidez de la economía y la calidad institucional de la Argentina. Más allá (y más acá) de lo que canten las urnas.

La cuestión de la “gobernabilidad” no pasa por los votos, sino por la solvencia de un dispositivo dinerario-disciplinador (en definitiva, de Poder), conocido como “la Caja” kirchnerista.


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ADEMÁS

Crédito contigente por U$S 1.500 millones

Argentina acordó ayer con Brasil un crédito contigente por 1.500 millones de dólares, por el cual, cualquiera de los dos países puede disponer de ese dinero para fortalecer sus reservas.

El ministro de Economía, Carlos Fernández, y su par de Brasil, Guido Mantega, hicieron esta tarde el anuncio a la prensa luego de la reunión que mantuvieron en la sede del Palacio de Hacienda con sus pares de otros cinco países de la región para la conformación del Banco del Sur.

Los 1.500 millones de dólares previsto en el crédito contingente -swap- “son para reforzar las reservas”, dijo Fernández.

Por su parte Mantega explicó que “este dinero es como el crédito que nos entregó (a Brasil) la Reserva Federal” de los Estados Unidos.

Estos fondos “pueden ser mantenidos en reserva, como lo hizo Brasil con lo que recibió de la FED, esto reduce el riesgo país”, agregó el funcionario del vecino país.

El préstamo fue uno de los acuerdos alcanzados el mes pasado, entre la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, y su par brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva.