apicultura en alto verde

La miel endulza la isla

Gracias al aporte del Programa Cambio Rural del INTA, un grupo de apicultores desarrolla la actividad en la zona de islas. Apuntan a consolidarse juntos y a que se reconozca el valor agregado a su producto.


 

LA miel endulza la isla

Federico Aguer

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“Si tenés cachorro, con punta de lanza marcale la frente, con ala “e paloma y a miel de panales cruzale la boca, los oídos y el pecho diciendo: hijo mío...” (Julio Migno).

La isla “Banco Largo” tiene algo más de 100 hectáreas. Está ubicada en el extremo este de Alto Verde, (frente al arroyo que une la laguna con el canal de derivación), y desde hace dos años es transitada por un creciente número de nuevos habitantes: las abejas.

Unas 250 colmenas decoran con sus inquietas moradoras esta lengua de tierra que, a tan sólo 10 minutos de la ciudad de Santa Fe, presenta una oportunidad única para el desarrollo de una miel especial.

La idea surgió de Abel Marsó, hombre nacido en Sauce Viejo, quien se tuvo que “dar maña” en la vida para salir adelante aprendiendo con soltura la más variada gama de oficios, que van desde la pesca, tractorista en Entre Ríos, técnico operador de radio, hasta bobinador de motores.

La otra pata de la iniciativa fue el interés por desarrollar la actividad apícola en la isla por parte del Ing. Agr. Oscar Sibilín del Ministerio de la Producción y de Susana Fonseca, responsable del Programa Cambio Rural del INTA Rafaela. El resto, lo hizo la isla. Y las abejas.

La abeja enseña

“A los 13 años tuve que “entrar’ a la isla, hasta los 20”, dice Abel Marsó. “Entrar”, para él, es algo así como retirarse del mundo, abstraerse del ritmo vertiginoso de la ciudad y sus exigencias para empezar a convivir con el río y aprender lentamente a descubrir sus lenguajes, sus secretos. Su padre, un referente en Sauce Viejo, le inculcó el amor por las abejas, claro que él las manejaba de otra manera, dejándolas a su libre albedrío.

“Mi padre siempre tuvo abejas, y yo tenía mi taller de bobinado. Ellos (Sibilín y Fonseca) me explicaron cómo funciona esta producción; son como dos padres para mí”, agrega.

“Me vendieron 20 colmenas y actualmente tengo unas 250. Es una linda actividad porque la abeja te enseña y genera una entrada más para el hogar”, le cuenta a Campolitoral.

Abel se vino entonces a vivir a Alto Verde, un distrito en el que no sobran las ofertas laborales ni las oportunidades. Sin embargo, supo transformar la crisis en oportunidad, intercalando las abejas con la pesca que acopia y vende.

Gracias a la continua capacitación, su producción aumentó en una escala brusca, pese a la última creciente que le hizo replantear la actividad.

“Decidí apostar por las abejas y no me defraudaron, me fue muy bien con la última cosecha. Cambié la lancha y compré unos materiales, una pequeña batea y ahora no me queda otra que seguir aumentando la escala”, se entusiasma. Para Abel, no hay muchos -como él- que toman a la apicultura como una forma de vivir. De hecho, hay quienes tienen un buen pasar económico pero no conocen el manejo. “Yo les presto servicio y les mantengo las colmenas. Esto me genera una entrada extra, que no precisa que estés continuamente “encima’.

Fases

Actualmente, Marsó está terminando la cosecha, guardando el material bajo ácido acético para evitar plagas y polillas. En noviembre volverá a cosechar, y hasta entonces se diagrama un trabajo de mantenimiento de las colmenas para hacer más núcleos y más abejas. “Ese trabajo me demanda estar en la isla una o dos veces por semana, y gracias a que mantengo esta rutina sencilla, en total serán tres meses al año de trabajo, el resto es el pasatiempo que implica venir a verlas” admite.

Ganas de trabajar

Susana Fonseca, referente del Programa Cambio Rural “Santo Tomé” del INTA Rafaela, agradeció al Gobierno provincial por ceder esta isla para el Programa Apícola Provincial. “Estos productores sufrieron muchos percances”, recordó. Es que cuando se quemó toda la isla se perdieron colmenas, y algunos abandonaron la actividad. Todos se replantearon la continuidad, gracias a lo cual se concientizaron de la importancia de preservar el medio para seguir produciendo. Luego tuvieron las inundaciones, y el 80 % de los productores perdió el 90 % de las colmenas, y si bien recibieron un subsidio, el mismo no alcanza para cubrir el lucro cesante.

“Muchos hicieron un impasse, pero al ver que gracias a la continua capacitación estaban logrando un producto de mejor calidad y en mayor cantidad que los otros, decidieron seguir adelante. Para ello, debían aumentar la escala de producción”, recuerda.

El programa designa a un representante o líder para desarrollar las actividades. “Es importante que el representante sea respetado en la zona y tenga ganas de trabajar”, agrega. “El nuestro (Abel) trabaja para muchos apicultores y les resuelve el manejo con las colmenas”. De esta manera solucionan uno de los problemas más difíciles: encontrar mano de obra capacitada.

“Si un operario te deja una colmena destapada se produce pillaje y se pierde todo el trabajo y la inversión. El daño económico puede ser irreversible”, finaliza. La apicultura, pese a ser un trabajo artesanal, requiere de mano de obra capacitada.

Para Oscar Sibilín, más de 30 años como inspector del Ministerio le confieren un conocimiento del terreno como pocos. “Abel ya es como un hijo para nosotros, y creemos que la apicultura en esta zona tiene un enorme potencial”, dice.

Un cable a tierra

El éxito del programa reside en que la gente responde a la coordinación regional del INTA, con la que incluso están trabajando la idea de fomentar el turismo rural, gracias a una iniciativa del especialista Javier Dellamónica.

El funcionamiento del mismo se diagrama periódicamente desde el INTA Rafaela. Se realiza una visita mensual, y si ven algo interesante en las colmenas, organizan una visita del grupo.

Para Abel Marsó, Susana y Oscar ya son como sus padres. Han forjado una relación muy especial, fundada en la admiración por este noble insecto y por su producto.

“Mi objetivo es seguir a las abejas. Hace 4 años que estoy en esto y ellas son mi cable a tierra, me desenchufa estar con ellas”, admite. Y agrega una reflexión que se lleva la correntada y que queda resonando entre los sauces: “Si en este país todos fuéramos como las abejas, ¿sabés que país tendríamos?”

 

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en números

70.000

abejas viven en una colmena

110 hectáreas tiene la isla Banco Largo. 10 productores integran la Asociación para el desarrollo de la apicultura en islas. $ 25 por colmena recibieron de subsidio oficial para el que tiene más de 200 colmenas.

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El catay. Principal fruto del que se nutren las abejas para lograr esta miel tan particular.

Fotos:Federico Aguer

en imágenes

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Metas La idea que tienen con otros productores de la zona es formar una cooperativa y salir a pelear por un mejor precio. “Creemos que vamos a lograr algo, porque a muchos la actividad les gusta, pero los precios son malos. Mi objetivo es llegar a las 500 colmenas y una sala de extracción”, dice Abel.

 

El éxito del programa reside en que la gente responde a la coordinación regional del INTA, con la que incluso están trabajando la idea de fomentar el turismo rural

 

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en relación

Dulce, oscura y natural

Esta miel estaba muy menospreciada. El mercado está acostumbrado a la miel clara, de pradera. El común de la gente no conoce la miel de la isla, que es un poco más oscura, pero está producida en un medio ambiente libre de contaminación, sin agregados químicos, sin insecticidas, en medio de un verdadero paraíso costero, a 10 minutos de la ciudad de Santa Fe.

“Por eso queremos darle un valor agregado a esta miel, ya que tiene mejores propiedades, y dura más de un año sin cristalizarse, según los análisis que realiza el área apícola del INTA Rafaela”, dicen orgullosos.

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