Marcelo Acosta, estudiante de Biología y taxidermista

Investigar a nuestras especies

desde un ángulo muy particular

Un joven santotomesino se dedica desde hace muchos años a disecar aves y otros animales. Gracias a la aplicación de distintas técnicas o métodos, fue convirtiendo esta tarea en su verdadero oficio.

Ariel Durán-Sergio Ferrer

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Marcelo Daniel Acosta tiene 22 años de edad, nació en Santa Fe el 10 de diciembre de 1986, pero reside desde muy chico en Santo Tomé, más precisamente en el barrio Adelina Oeste, donde vive con sus padres. Semanas atrás, en el marco de la celebración por el Día de Los Museos, en el Museo Histórico Andrés Roverano de Santo Tomé quedó inaugurada la muestra “Los pájaros de nuestro cielo”, con aves disecadas y taxidermisadas (no embalsamadas) que Marcelo donó al municipio santotomesino, tal cual él mismo lo explicó a Diario El Litoral, “para que no queden como un simple adorno y para que no pierdan su valor científico”.

Para conocer algunas de las técnicas empleadas en la preservación de animales muertos y para profundizar las particularidades de este oficio, nuestro medio dialogó con Acosta, quien en la actualidad es estudiante de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional del Litoral, donde cursa el profesorado de Biología y la licenciatura en Biodiversidad. “Empecé a disecar aves a los 16 años, por gusto y porque me llamó la atención; una vez terminado el secundario seguí disecando y después pude trabajar en el Museo Florentino Ameghino, donde aprendí muchas cosas que luego apliqué con los animales que tenía en casa”, expresó Marcelo, a la vez que resaltó que, como su papá era pajarero y siempre se le moría algún pájaro, no le costó mucho familiarizarse con el mundo animal y la disecación de especies.

Cuestión de práctica

“Un conocido nuestro tenía señuelos disecados listos para utilizar en la caza de pájaros, así que le pregunté como los hacía y empecé por mi cuenta; primero del modo primitivo, inyectando formol, después buscando en bibliografía relacionada; así, aprendiendo lo que es el taxidermismo, pude especializarme en sus diversas técnicas”, siguió contando nuestro entrevistado, para luego aclarar que en este oficio es muy importante encontrar a personas que te puedan enseñar o transmitir el conocimiento que tienen. Por eso, también se esmeró en explicar que la taxidermia -palabra que proviene del griego y significa arreglo o colocación de la piel en su sitio- implica una modalidad poco conocida, que muchas veces se confunde con el embalsamamiento. “Aprenderla es cuestión de práctica, porque no hay una teoría definida al respecto; yo, por ejemplo, a veces leía una cosa, pero en pleno trabajo iban surgiendo nuevas ideas; no hay que olvidar que lo que se conserva es la piel, porque por dentro el animal no tiene nada”, añadió, justamente, para marcar la diferencia básica con el arte de embalsamar.

“Al animal se lo abre y se lo vacía; luego, dependiendo de la finalidad que se quiere dar, puede montarse o puede servir como piel de estudio”, prosiguió Marcelo. “Para montar un animal, por ejemplo, hay un método que es el de simple relleno: se le pasa primero el alambre, luego el relleno de algodón o estopa y finalmente se lo deja parado; entonces se agregan los ojos y se le da la forma o postura que en ese momento se decide que tenga, como en el caso de los pájaros, a los que armás como si estuvieran volando o caminando; por otro lado, la piel se mantiene con formol y bórax, que es como una especie de sal que se utiliza para curtirla”, amplió.

Metodología de trabajo

“El formol se usa por si quedan restos de carne; especialmente en las aves, a veces quedan en los huesos de las extremidades o en el cráneo; lo que hace el líquido es evitar que eso se pudra, y seque bien; es un tratamiento que sirve para mantener el plumaje; por eso, si el trabajo está bien hecho, las plumas no se caen”, redondeó el concepto anterior. “Las denominadas pieles de estudio, por su parte, sirven para que éstas puedan ser almacenadas; son las que usan los investigadores para conservar el estado del ejemplar; simplemente se vacía el animal y se rellena; no se monta ni se le ponen ojos”, aportó luego. “En el caso de los mamíferos, cuando los montás el procedimiento es similar al de las aves; pero cuando hacés la piel, si son grandes, muchas veces optás por dejarla abierta, como si fuera una alfombra”, detalló después Marcelo, quien en su domicilio de 1º de Mayo 4751 cuenta con unas 400 aves, las que sumadas a reptiles, peces y mamíferos totalizan aproximadamente 600 ejemplares.

“Todo está inventariado, con número de ingreso, fecha de disecación y medidas o descripciones del animal”, señaló el taxidermista, para quien -evidentemente- esto está lejos de ser un simple hobby. “No quiero que esto sea una colección personal, porque no tendría sentido; si los animales sólo quedan para adorno pierden su valor científico y lo que pudo haberse investigado no llega a la gente, como material de consulta, que es lo más importante”, manifestó también Marcelo -quien entre sus trabajos cuenta con un tuyango de 0,85 m de altura y un cardenal amarillo, especie en peligro de extinción-, que por ese motivo decidió hacer las donaciones para la citada exposición. Actualmente, como complemento de la carrera que está estudiando, realiza observaciones de campo y saca fotografías que le sirven para el desarrollo de su labor.

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“Yo no mato animales; junto ejemplares muertos o que me da la gente, como los pajareros, cuando se le muere alguno”, aclaró Marcelo Acosta.

Agencia Santo Tomé

/// EL DATO

Escritos

Marcelo Acosta ha plasmado en algunos escritos y catálogos su preocupación por el tema de los animales. Inclusive, siendo pasante del Museo Provincial de Ciencias Naturales Florentino Ameghino e integrante del Gafasf (Grupo Aves Florentino Ameghino Santa Fe), escribió “El tordo renegrido; su vida y su relación con el hombre”, nota publicada por la revista Ecológica. Asimismo, en Eco Ciencia oportunamente le publicaron “Pingüino de Magallanes”, artículo dedicado a dicha especie argentina.