Llegan cartas

La banca legislativa

Juan J. Micheletti.

Señores directores: Un tema añejo, que se actualiza en forma frecuente, es el interrogante que se formula el ciudadano común con respecto a quién pertenece la banca del legislador, esto es, si al representante elegido por el voto popular o al partido que lo impulsó. Y la pregunta viene a cuento desde un lado como del otro sin que para muchos satisfaga plenamente, de allí la discusión a favor o en contra.

Aquello de “esta banca es mía porque el pueblo me votó” no es tan así, porque una vez electo éste deberá adecuarse a las normas y medidas de disciplina que llegan desde el jefe de la bancada para su comportamiento futuro. Para conocer, sin que quienes compiten se arroguen exclusividad, la Constitución y a través de ésta las leyes son las que en definitiva establecen el sistema de representación que otorga el mandato.

El conflicto con el campo produjo una bisagra al dividir en forma elocuente la interpretación que se hizo del tema. Según la ley, las representaciones se canalizan a través de los partidos políticos, y consecuentemente la incorporación se produce conforme a los votos alcanzados proporcionalmente por cada una de las agrupaciones inscriptas. Por tanto, la banca corresponderá al sector que incluyó —tras asambleas internas— al miembro interviniente que la alcance.

Resulta entonces una verdad de Perogrullo expresar la tenencia de un escaño como propio, porque el soberano no la otorga en forma personal sino al partido político que lo legitima. Lograda su incorporación al parlamento, pasa a convertirse en pieza inviolable, situación que sólo se altera por vía del desafuero, dado que ambas cámaras integran el régimen institucional que goza de poder.

En el conflicto mencionado, la discusión subió de tono a punto tal, de dividir las aguas, dando como resultado una paridad que debió desempatar por la negativa el titular del cuerpo, es decir, contra el mismo Poder Ejecutivo que integra. Esto había producido previamente un violento enfrentamiento de protagonistas, escrachando a quienes se pronunciaron a favor del proyecto, llegando la intimidación a través de ruidosas huelgas, cortes de ruta, desabastecimiento; con impacto en la economía nacional.

Si se encuadra a quienes se apartan en legisladores díscolos que desobedecen las directivas, es pasible de indisciplina manifiesta, pudiendo corresponderle sanciones, dado que eventualmente traicionan la verticalidad que su partido sostuvo para debates en forma explícita. Quien después de haber sido electo se muestra a contramano de los códigos que no desconoce, incurre en deslealtad, pudiendo merecer sanciones políticas y reproches de la sociedad.

Perón decía que hay dos clases de lealtades que debe asumirse en política: una hacia arriba y otra hacia abajo. “Debemos ser leales con nuestros dirigentes y con nuestra masa. La lealtad para con la masa engendra la lealtad hacia el dirigente que la practica”.

La referencia es hacia la conducta observada por los legisladores respecto al conflicto que soportó el país y su juzgamiento corresponderá por lo tanto al estamento que corresponde, y al pueblo que lo votó.