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Los poemas de Cortázar

La edición definitiva de “Salvo el crepúsculo” reúne los poemas de Julio Cortázar, editado por primera vez en 1984, poco después de su muerte. Ahora se han cotejado los manuscritos y corregidos errores presentes en todas las ediciones hechas anteriormente. En la primera página el propio autor nos advierte que no hay orden cronológico ni topográfico que ordene estos textos que fluctúan entre todos (los muchos) temas que les eran caros.

Una cita de Clarice Lispector que le gustaba a Cortázar es atinente para acercarse a su poética y al proceso de escritura que él elegía (o que lo guiaba): “Entonces escribir es el modo de quien tiene la palabra como cebo: la palabra pescando lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra -la entrelínea- muerde el cebo, algo ha sido escrito. Una vez que se pesca la entrelínea, sería posible expulsar con alivio la palabra. Pero ahí se detiene la analogía: la no-palabra al morder el cebo, lo ha incorporado. Lo que salva, entonces, es escribir distraídamente”.

Pero también es importante tener en cuenta que tal distracción no significaba falta de rigor. En “Ley del poema”, Cortázar escribe: “Amargo precio del poema,/ las nueve sílabas del verso,/ una de más o una de menos/ lo alzan al aire o lo condenan.// Somos el ajedrez de un río/ el naipe siempre entre dos lumbres;/ caen las caras y las cruces/ a cada curva del camino”.

La historia, el humor, la efusión amorosa, el jazz y el tango, las calles de Buenos Aires y de París, la política, el arte que legaron los griegos y los romanos y los renacentistas se suceden en las páginas líricas del volumen, en el que se filtra hasta un capítulo desechado del “Libro de Manuel”.

La Argentina está presente no sólo en las referencias explícitas sino también en la música y el habla de estos textos. Más allá de narraciones puntuales como ésta: “Desembarqué en un Buenos Aires del que volvería a salir dos años después, incapaz de soportar desengaños consecutivos que iban desde los sentimientos hasta un estilo de vida que las calles del nuevo Buenos Aires peronista me negaban. ¿Pero para qué hablar de eso en poemas que demasiado lo contenían sin decirlo? La ironía, una ternura amarga, tantas imágenes de escape eran como un testamento argentino de alguien que no se sentía ni se sentiría jamás tránsfuga pero sí dueño de vender hasta el último libro y el último disco para alejarse sin rencor, educadamente, despedido en el puerto por familia y amigos que jamás habían leído ni leerían ese testamento”. Publicó Alfaguara.

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