“La casa Alba...”

No son malas, son mujeres sin hombres

Roberto Schneider

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En “La casa Alba o la otra orilla del mar” -la obra presentada por Grupo Gente de Teatro de la Capital Federal en el ciclo Viernes en el Rosa organizado por el Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia en el Museo Rosa Galisteo de Rodríguez- la premisa básica ha sido la actualización del original “La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca, en una sesuda adaptación de Edgardo Dib, a quien sin duda le interesó qué le dice hoy a la gente ese texto emblemático en la literatura dramática del bardo granadino. Hoy estamos inmersos en un sistema social aparentemente no represivo y por eso su interés de centrar su historia en el interior de la casa -mejor, en el simbólico círculo de sal del que sólo una sola de las hijas de Bernarda saldrá- y en la situación de las hijas. ¿Por qué no salen, qué razones las lleva a no tomar esa decisión? Dib hurga en lo profundo del texto, lo respeta en todo su valor poético e indaga en la idea que hay que incidir en el miedo a lo desconocido, en el temor que siente el ser humano a su propia imaginación para encontrar soluciones.

Desde la dirección general del espectáculo, Edgardo Dib ratifica con verdadero instinto teatral la indagación en otros caminos relevantes. Sobre todo, su capacidad para la dirección de sus actrices. Se trata de que sean los personajes, a través de la acción, en un espacio y una luz no privados de estilizaciones significativas quienes, dentro de la más absoluta entrega, conduzcan la acción dramática y sea ésta, y sólo ésta, la que nos lleve a la reflexión crítica.

El grito inútil

La confrontación de este montaje con las versiones que guardamos en la memoria es evidente. Así, si las voces finales de Bernarda reclamando a sus hijas y su criada el silencio y la ocultación del suicidio de Adela parecían, en otras puestas, la decisión autoritaria e implacable que refirmaba el carácter carcelario de aquella casa y aquella vida, en este montaje adquiere la significación del grito inútil, de la tiranía que, más pronto o más tarde, será vencida por la realidad. Una realidad dura, áspera, ominosa. Para adquirir dimensión trágica en varios momentos, como cuando Poncia, la criada, dice de las hijas de Bernarda que “no son malas, son mujeres sin hombres”.

Podríamos seguir escribiendo sobre muchos aspectos de esta versión seria, rigurosa, fresca, distinta. Esencialmente, debemos hacer referencia al excelente desempeño del elenco de actrices. Stella Brandolin es la perfecta y dominante Bernarda: nada se le escapa, todo lo controla menos la pasión de Adela. La actriz realiza una labor comprometida. Está fantásticamente acompañada por Sandra Grandinetti, una Angustias para retener en la memoria a partir de una entrega sin fisuras y una voz que recordaremos por mucho tiempo y Erica Spósito, una Martirio que ofrece uno de los momentos más conmovedores del espectáculo. Son muy buenas las interpretaciones de Julieta Guillermina Vigo, Liana Müller, Araceli Haberland, Marta Montero y Mariana Gutiérrez, la conmovedora Adela que no duda en desnudar su alma y su cuerpo en aras del amor. El espacio escénico del mismo Dib es lo suficientemente mágico para albergar el espíritu de estas mujeres, y está iluminado de manera igualmente mágica a partir de las dramáticas luces de Leandra Rodríguez. La totalidad otorga al poeta la dimensión a la que tiene derecho. Chapeau.

No son malas, son mujeres sin hombres

Altos valores estéticos en la magnífica puesta en escena del santafesino Edgardo Dib.

Foto: Gentileza producción