Historias verdaderas

Los templos de Colca, baúl de

tesoros, leyendas y crímenes

Las historias que rodean a cada una de sus iglesias, y son muchas, están condimentadas con un poco de realidad, mucho de superstición y una pizca de picardía que las hace creíbles.

Javier Otazu

Agencia EFE

El Valle del Colca, en el sur del Perú, se ha hecho famoso por su profundo cañón y su colonia de majestuosos cóndores, pero alberga además un incomparable conjunto de iglesias coloniales que esconden tesoros, leyendas y crímenes.

Las iglesias tienen un particular estilo en el que se mezcla la arquitectura renacentista o barroca con los elementos genuinamente indígenas, como las efigies de los santos con sabor campestre, pues van adornadas con collares de limones y ajíes de verdad.

Estos templos, construidos entre los siglos XVI y XVIII, han sufrido en demasiadas ocasiones la ira de la tierra, pues la falla geológica sobre la que se asienta el valle lo hacen un terreno propicio para los seísmos, que han sido abundantes y con frecuencia han derrumbado techos y muros enteros de las iglesias.

Tras los terremotos llegaban con frecuencia los amigos de lo ajeno, y son innumerables las historias de saqueos en casi todos los templos: a veces se contentaban con cálices o imágenes fáciles de transportar, en otras ocasiones el botín ha consistido en enormes lienzos arrancados de los retablos y hoy tristemente reemplazados por fotografías.

La Agencia Española de Coooperación Internacional y el Desarrollo (Aecid) ha hecho mucho por frenar el deterioro y el saqueo, al encargarse de la recuperación total o parcial de los 17 templos tras haber formado en escuelas-taller a los propios habitantes del valle, hoy convertidos en artesanos y restauradores.

Hoy puede admirarse el resultado en varias de las iglesias, entre ellas las dos joyas del valle: la llamada “catedral” de Lari, de estilo neoclásico, y los particulares retablos barrocos de Maca, donde las vírgenes y los santos lucen inquietantes melenas de pelo natural, pues en el valle es creencia que donar penachos de pelo humano para vestir a los santos trae buena suerte.

Basta tirar de la lengua a los guardianes, los monaguillos o los lugareños para escuchar historias de escondrijos incas de tesoros aún por descubrir o de curas despeñados por los barrancos por haberse amancebado.

En Coporaque, un recoleto pueblito con una plaza dominada por la Iglesia de Santiago, la más antigua del valle, construida en 1569 y que cuenta con campanas “de 9 quintales” de 1641, un obrero restaurador llamado Elvis afirma que tras el retablo barroco se esconde el tesoro de los incas que los españoles no pudieron saquear.

Asegura que por las noches se pueden ver destellos despedidos por el tesoro inca, pero los pobladores que han intentado buscarlo por los recónditos túneles han desaparecido y sus almas vagan ahora sin descanso. Otra historia que aún estremece a los aldeanos del valle, pero esta verídica, es la del cura que fue asesinado en 1979 por una turba que quería castigar sus amoríos con una mujer casada.

El escenario del crimen se llama hoy “Mirador de la Cruz del Cura”, un barranco desde el cual el párroco, su amante y su automóvil, en este orden, fueron arrojados por las espeluznantes paredes que encajonan al río Colca.

Cuenta el Hermano Néstor, de la vecina iglesia de Cabanaconde, que el idilio del párroco era vox populi, y el Obispado de Arequipa nunca quiso denunciar ni emprender una investigación del escabroso incidente. Tanto es así que el crimen perpetrado por una multitud de manos anónimas quedó impune.

El Hermano Néstor no niega el delito del cura, pero asegura que cuando la policía encontró los cuerpos, al cabo de dos semanas, el cadáver de la mujer adúltera estaba comido por las fieras, pero el del párroco estaba extrañamente incorrupto.

La parroquia fue cerrada durante un año porque ningún sacerdote quería ocuparse de aquellos levantiscos feligreses, y tuvo que ser un argentino el que se ofreciera a pastorear las almas huérfanas.

Hoy en día otro cura argentino, el padre Adrián, se encarga de la parroquia de Cabanaconde y de varias más del valle. No sólo no está amancebado sino que incluso desconoce la lengua local, el quechua, y necesita de los servicios del Hermano Néstor para una peculiar tarea: hacer de traductor en el confesionario.

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Una región particular

La provincia de Caylloma, designada genéricamente como “Colca”, forma parte del departamento de Arequipa y está ubicada en el extremo noreste de esta región. La provincia tiene como escenario principal el cañón del Colca y es en su entorno que se han asentado las poblaciones que la identifican.

Caylloma, cuyo nombre proviene de uno de los pueblos del lugar, tiene una superficie de 11.990,24 km2 y limita con el departamento del Cuzco por el norte, con las provincias de Camaná y Arequipa por el sur, con el departamento de Puno por el este, con la provincia de Castilla por el oeste y con la provincia de Condesuyos por el noroeste

El valle del Colca ha sido sujeto a una serie de procesos que han modelado su fisiografía hasta llegar a formar su paisaje actual; diversos agentes han actuado, ocasionando el desgaste y la modificación del Valle del Colca a través de las diversas eras geológicas. Este valle interandino longitudinal tuvo su formación relacionada con procesos de falla ocurridos en las etapas finales del Levantamiento Andino.

Los templos de Colca, baúl de tesoros, leyendas y crímenes

En el templo de Lari, llamada la “catedral” del valle de de Colca, el coro, compuesto por descendientes de indígenas, interpreta los cánticos religiosos en quechua.

Foto: Agencia EFE

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La belleza del cañón del Colca es de tal magnitud que está entre los más votados para convertirse en una de las nuevas maravillas naturales del mundo.

Foto: Agencia EFE