Al margen de la crónica

Las patas de la mentira

Hasta el 28 de junio, gas, luz y transporte eran caros pero accesibles para una buena parte de la gente. Los especialistas en economía consideraban que esos precios eran una ficción, que contaban con enormes subsidios estatales y que las dádivas terminarían con el fin de los comicios. La palabra oficial iba por otros carriles; había que mostrar una conducción ordenada y con buen pronóstico.

En consonancia, los precios de artículos básicos estimados por el Indec, sólo se encontraban en el supermercado de Guillermo Moreno (cuya dirección nadie conoce), el resto de los comercios los tenían, en algunos casos, hasta duplicados.

La distancia entre gobernantes y gobernados, en buena parte de los gobiernos de países como el nuestro, comienza a agrandarse apenas los elegidos asumen. No es tan difícil de explicar si se considera que al ocupar las funciones, quienes comandan tienden a aislarse y a escuchar lo que más les agrada a sus oídos, algunas veces con intención otras, por desidia.

Los argentinos somos presas fáciles de atrapar por las mentiras. Ejemplos sobran: creímos que éramos del primer mundo, que un peso valía igual que un dólar, que íbamos a llegar a Japón en treinta segundos, que éramos derechos y humanos o que nos merecíamos un tren bala. Por eso no debe sorprendernos que hayamos “comprado” un discurso de bonanza hasta hace pocos días y que ahora paguemos cuatro veces más que el período anterior por el mismo consumo de gas. Las arcas públicas están medio vacías, ya no se puede subsidiar la demagogia y el engaño quedó al descubierto.

Como rehenes de una maldición cíclica, algunos volverán a ajustar aún más sus consumos y otros, pasarán a formar la larga fila de pobres e indigentes.

Al mismo tiempo el poder obligará a todos a seguir siendo testigos de sus insistentes desaguisados y sus abundantes maniobras de distracción. ¿Tan difícil sería manejarse con la verdad aunque esa verdad no fuese tan feliz? ¿No será menos mala una verdad a medias que una gran mentira?

Sostener engaños a capa y espada para ganar una elección fue malo y el castigo que la gente le propinó a esa estrategia fue doble.

Habrá que reconocer el adagio de los viejos -que son sabios ni más ni menos que por haber vivido- cuando dicen que no es conveniente mentir, porque las patas de la mentira, siempre son cortas.