Al margen de la crónica

1989

Es la pared que más capas de pintura debe tener en toda la ciudad. Como mínimo recibe una o dos manos por semana, sobre todo cuando hay partidos de fútbol. Dice apenas 1989, en muy fuertes rojo y blanco. Pero con eso dice todo.

Cada fin de semana sufre un enchastre de tachaduras y letras B, que con una paciencia y constancia -sólo comparables con la fuerza irrefutable del mensaje- se disimulan al día siguiente de cada agresión. Y entonces 1989 vuelve a aparecer, sin manchas, magníficamente sintético, debidamente cruel, contundente. El muro dice 1989, nada más. Es que 1989 habla de un hecho, y como tal, irreversible, que en la capital provincial no requiere explicaciones... Como también es cierto que las letras B son verdaderas, aunque no pueden tapar al hito.

El sencillo mural tiene apenas cuatro caracteres, pero es el que más dice en toda la ciudad. Y a juzgar por las reacciones y tachones que provoca, el que más debates debe causar. Está en la esquina de las calles Francia y Suipacha, en el muro de la ochava del noreste. Alguien (seguramente es un grupo de jóvenes que tiene pintura y horas de más) cuida su particular homenaje permanente al más importante suceso en los partidos clásicos del fútbol de la ciudad, que ahora cumple 20 años.

Sin dudas, fueron los dos cotejos sobresalientes de la historia de ese deporte a nivel local. Y se jugaron ese año, primero el 22 y luego el 29 de julio de 1989.

El muro más pintado de Santa Fe contiene un talismán imbatible. Un argumento incomparable. Tanto que -aun en los más ruines momentos de quienes celebran cada año al terminar julio- la sola mención “del “89” les resulta como el ancho de espadas para el truco, un envido con 33 de mano, poker de ases, jaque mate, y ¡gol de Madelón! para cualquier discusión futbolera.