Informe del horror en cuestión

Por Diego E. Suárez

“La mujer en cuestión”, de María Teresa Andruetto. De Bolsillo/Random House-Mondadori, Buenos Aires, 2009.

En 1987, la revista Fierro publicó una admirable adaptación de “Operación masacre”, dibujada por Solano López, con guión de Omar Panosetti. La introducción, firmada por Ricardo Piglia, comienza con una frase de Bertolt Brecht, que parafrasea a Theodor Adorno: “La novela política tal cual la conocemos es imposible después de Auschwitz”. ¿Se puede usar la ficción para narrar el horror sociopolítico? Según las citas de Piglia, Rodolfo Walsh creía que no, que “la denuncia traducida al arte de la novela se vuelve inofensiva”. Sin embargo, componer una obra partiendo de documentos y testimonios no deja de ser, para Walsh, una tarea poética, pues “en el montaje, en la compaginación, en la selección, en el trabajo de investigación se abren inmensas posibilidades artísticas”. Pero, ¿qué sucedería si el material fuera ficticio y el relato tomara el aspecto de un informe confidencial? Con “La mujer en cuestión”, María Teresa Andruetto desarticula preconceptos como los de Walsh por medio de un complejo y polifónico simulacro (no se puede afirmar que su narración está basada en un “caso real”, pero tampoco es posible negarlo, ya que el “caso real” nos involucra a todos).

La nouvelle gira entorno a Eva Mondino, ex prisionera de un centro clandestino de detención en Campo de la Ribera, Córdoba. La mujer en cuestión consiguió salir en libertad gracias a que tuvo relaciones sexuales con un torturador, no sin antes haber “desembuchado” (“... eso que usted o la gente llama colaborar... eso no es exactamente así...”). Luego de pasar una temporada en ese infierno, perder a su primer esposo (desaparecido), a su único hijo (nacido en cautiverio) y tras un segundo matrimonio malogrado con un “psicopatón” arribista y seductor, vive una existencia retirada en su pueblo natal, entre la espada malediciente de la chusma (“puta comunista”, primero; años después, “botona”) y la pared de una soledad adusta y derrotista.

El procedimiento narrativo empleado por Andruetto intensifica la perturbación provocada por la diegésis. Como ya lo señalara la catedrática cordobesa Pampa Arán, todo el relato aparece organizado como un informe redactado con retórica aséptica por un investigador privado, es decir, un documento presuntamente objetivo, “una sucesión de entre-vistas, testimonios orales que sólo permiten entre-ver no tanto lo que está en las palabras, sino lo que se oculta, lo no dicho, lo que está, estuvo o sigue estando (...) en otra parte, una parte negada de la historia, personal y colectiva”.

Lo inacabado del informe (el investigador concluye “con unas pocas certezas”) amplía el aislamiento de Eva hasta hacer doler la mirada: ¿qué habrá sido del esposo y del hijo?, ¿qué será de ella y sus amigas?, etc. Para colmo, el investigador anónimo no sabe para quién redacta ese informe, ni para qué. La sensación de vacío y la incertidumbre son desgarradoras.

“Tuvimos que pasar lo que no está escrito”, declara Eva. El mérito de la autora que le dio vida radica en haber configurado un mundo horrorosamente verosímil, con testimonios y documentos aportados por el viento.