Entre Brasil y Chile

Momento de decisiones

El resultado electoral tardó un mes en decantar, pero la verdadera respuesta del gobierno sigue siendo una incógnita.

Sergio Serrichio

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La decantación del resultado de las elecciones del 28 de junio y la propia fuerza de los hechos llevó al gobierno a territorios impensados en el apogeo kirchnerista, pero de los que aún cabe hacer reservas.

Una es si se trata de decisiones auténticas o sólo de una pose oportunista, un gesto para engrupir a la tribuna, de modo de ganar (o perder) tiempo. Otra, si alcanzarán para revertir el deterioro de la situación política, económica y social.

En la semana que pasó, hubo dos gestos en ese sentido: la decisión de enviar al Congreso un proyecto para limitar a un máximo del 5 por ciento del presupuesto los “superpoderes” del jefe de Gabinete para reasignar fondos de la llamada “ley de leyes”.

El segundo fue el inicio del diálogo con el sector rural, representado por la Mesa de Enlace agropecuaria, cuyos dirigentes ya habían mostrado la hilacha en una lamentable “asamblea” en la exposición rural de Palermo.

En este país generoso, muchos no sólo no resisten un archivo, sino que son incluso incapaces de mantener la compostura ante las cámaras de TV, en especial si -como le sucedió a la dirigencia rural el lunes pasado- tienen delante una modesta pero embriagadora muchedumbre.

Los dos gestos oficiales pueden leerse en clave de amague. La limitación de los “superpoderes” fija, de hecho, un techo que le permitiría al gobierno seguirse manejando con comodidad en eso de mover decenas de miles de millones de pesos sin dar cuentas al Congreso.

La “limitación” se propone, además, cuando la abundancia presupuestaria pasó a ser cosa del pasado y no hay muchos “excedentes” que reasignar. Pero no deja de ser una respuesta a un reclamo de la oposición.

La reanudación del diálogo con el campo, en tanto, quedó marcado por la jugada oficial de anunciar un día antes un forzado acuerdo con una parte del sector lechero, y se perfeccionó con la ya contumaz costumbre de hacer un show posterior en el que las partes parecen haber salido de reuniones diferentes.

La película seguirá en las próximas semanas, cuando se inicie la actividad legislativa concreta y se definan cifras precisas en la negociación con el campo y con provincias fiscalmente asfixiadas.

COMPARACIONES ODIOSAS

Del mismo modo que el gobierno le echa ahora la culpa de todos los males domésticos a la crisis internacional, en la etapa ascendente, cuando los vientos soplaban inequívocamente a favor, se atribuía enteramente los méritos del crecimiento y soslayaba el hecho de que en el quinquenio 2002-2007 la economía mundial vivió su mayor expansión de los últimos 60 años.

Una forma de evaluar la gestión oficial es compararla a la de gobiernos que pasaron y pasan circunstancias similares. Qué mejor que usar como medida a los gobiernos al otro lado de las fronteras argentinas.

Las informaciones que llegan de Brasil dan cuenta de que, gracias a la rápida respuesta del gobierno de Lula da Silva, la principal economía sudamericana está reaccionando y es, de hecho, una de las principales fuerzas de tracción que podrían facilitar una eventual recuperación argentina.

Un reciente trabajo de la consultora Federico Muñoz & Asociados indica al respecto que en los últimos diez años, mientras Brasil creció a tasas más moderadas, la Argentina lo hizo a “tasas chinas”, pero de modo mucho más errático. Aunque el resultado acumulado parece coincidir, a lo largo del tiempo la trayectoria brasileña implica una mayor creación de riqueza, menor inflación y una mejora más firme y sostenida de los indicadores sociales, sin olvidar que se trata de uno de los países más desiguales del mundo y al que la Argentina le lleva ventajas históricas en cuanto a acceso popular a la educación, a la salud y menor desigualdad “estructural”.

En los años que tuvieron en común las presidencias de Lula y de los Kirchner, Brasil consolidó una victoria gradual contra la inflación, hoy por debajo del 5 por ciento anual, mientras la Argentina, tras la traumática salida de la convertibilidad, recuperó la estabilidad de precios entre 2003 y 2005, pero la volvió a dilapidar y desde principios de 2007, en vez de reconocer el problema y abocarse a resolverlo, el kirchnerismo buscó ocultarlo a través de la intervención del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) mediante una reedición del “fraude patriótico”.

También hubo diferencia en materia fiscal y financiera. Pese a tener una carga de deuda e intereses inferior, producto de la fuerte reducción de la deuda pública tras el “default”, la Argentina tiene un “riesgo-país” (esto es, un costo de acceso al crédito externo) muy superior a Brasil.

Y en materia de competitividad y comercio exterior, mientras a fines de los noventa las exportaciones brasileñas duplicaban a las argentinas, en 2007 las triplicó, pese a que la era kirchnerista estuvo marcada por un “tipo de cambio competitivo”, que al parecer no alcanzó para compensar el lastre de las políticas K de los últimos tres años.

Otra comparación relevante, en especial para la presidenta Cristina Fernández, es con la gestión de la mandataria chilena, Michelle Bachelet, que tras un inicio muy difícil logró consolidarse y goza hoy de niveles de aprobación cercanos al 70 por ciento, más del doble de los de su par de este lado de la cordillera.

Bachelet no hizo de su condición de mujer un cliché de victimización política, modificó de manera sensata y consensuada el sistema jubilatorio, de manera de proteger a millones de excluidos del sistema de jubilación privada, y en los años de viento a favor sostuvo, contra la opinión pública y las tentaciones populistas, la prudencia fiscal de su ministro de Economía, Andrés Velasco, lo que le permitió ahorrar un fondo anticíclico de más de 20.000 millones de dólares con el cual se dedicó, desde la segunda mitad de 2008, a inyectar obras y crédito en la economía y financiar programas sociales, para combatir los efectos de la crisis mundial.

Cualquier diferencia con la Argentina no es pura coincidencia.

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