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El arte de limpiarse las orejas

Hay gente que en su vida se limpió las orejas. Hay otros que lo hacen constante e impunemente en privado o en público; otros que lo requieren y que lo hacen con la asistencia médica. Me parece que este es el típico caso de una nota profunda y con muchas vueltas... TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

He escuchado, con los oídos bien atentos, que no hay meterse dentro de la oreja nada más pequeño que el codo. Esto es así porque está la costumbre inveterada de “hurguetear” (que es la suma de hurgar y corretear; es más que hurgar: es escarbar, buscar, tocar, jugar, limpiar y otros ar) con un dedo dentro del pabellón y escarbar buscando cera, tierra o algo. Hay gente que lo hace incluso como un tic o un hobby: nariz, boca, oído son explorados por un chancho dedo, en una suerte de turismo interior con neto carácter recreativo...

Los médicos, los especialistas del área -que tienen ese difícil nombre de otorrinolaringólogos, que no es ningún animal raro en vías de extinción, sino la posesión de todo el territorio que maneja: oto-oído, rino-nariz, laringo-laringe...- son celosos custodios de las intervenciones vocacionales y advierten con razón que el oído es muy delicado.

Desde el vamos el primer rival de los otorrinoetcéteras es la madre de cada uno de nosotros, de ellos también. La madre, se sabe, es una cosa psicológica híper presente, omnisciente, de poder absoluto sobre la vida de los que viven en su casa. Tiene por lo mismo no sólo pleno derecho de inspección sobre los cuerpos de hijos y pareja, sino clara vocación por hurgar en cada recoveco. No hay oposición posible ante ese impulso porque también desde el vamos, es ella la que se encarga de limpiarte la cola, la nariz tapada, sacarte los piojos si los hubiera, limpiarte el ombligo y los espacios entre los dedos de los pies, una delicadeza... Y si hace todo eso, ¿quién puede negarle jurisprudencia sobre tus oídos?

Es la misma impronta que luego hará que te mire los mailes, los mensajes de texto, la billetera y cualquier recoveco que vos creés privado y tuyo: ese concepto no existe en la casa de una madre-madre.

Así que desde tu más tierna infancia, tu madre te escarba el oído y hay desde el fondo de los tiempos una inútil resistencia a ese trabajo: tu vieja pone amorosamente la cabeza infantil sobre su falda (todo es materia de análisis posterior para los psicólogos) y luego te inmoviliza con una doble llave de lucha griega o libre (tu vieja domina varias técnicas) y comienza a trabajar sobre la oreja libre, que está como en una mesa de operaciones. Vos podés gritar, patalear, desgañitarte pero pronto comprobarás que no podés hacer nada y que más vale que empieces a entender el concepto de “resina”, tan similar al de la cera: “resinación”. Resignate, hermano, entregate, rendite, no luches, no hay nada que hacer...

Ahora están los finos y delicados cotonetes (que vienen del algodonoso e inglés cotton) pero por entonces tu vieja o tu abuela (tienen la misma matriz, son lo mismo con más o menos años de sádica práctica maternal) usaban un invisible de los de antes: un doble pedazo de alambre duro e incorruptible que a lo sumo era envuelto con un borde del pañuelo o de un trapo.

Y los cotonetes que te venden con tanta inocencia, atentan también contra la práctica directa del profesional médico, carajo, y se suma a la larga tendencia mediante la cual los laboratorios y multinacionales o nacionales se saltean al doctor y te llegan directamente a vos con la automedicación.

Y tenés diversas calidades: en los uno-dos-tres (que bien ya podrían llamarse cinco-diez-veinte; el único que no registra la inflación es el Indec) te venden unos cotonetes de calidad berreta y a los que se le sale la punta del algodón dentro mismo de tu oído, con lo que tenés el doble trabajo de extraer la cera y el tapón de algodón que quedó allá en el fondo...

Ustedes hagan lo que quieran, mis chiquitos. Yo, por mi parte, les puedo sugerir en qué rima consonente pueden meterse el cotonete y me voy nomás porque no quiero ni escuchar sus quejas. Lo que se dice, hacer oídos sordos.

Así que desde tu más tierna infancia, tu madre te escarba el oído y hay desde el fondo de los tiempos una inútil resistencia a ese trabajo.