Al margen de la crónica

El hormiguero despertó en sonrisas

Un día volvieron las clases. La obligada y extensa siesta a la que debió rendirse la ciudad durante las semanas anteriores produjo cambios en los hábitos más internalizados por la mayoría de sus habitantes. La rutina diaria que se despliega casi mecánicamente durante gran parte del año, de pronto, fue interrumpida sin posibilidad de negación (la gripe A estaba entre nosotros), y nuevas prácticas debieron sustituirla. Así, la imaginación se estimuló en los hogares, necesarios anfitriones de inesperados huéspedes, mientras el silencio se apoderaba de las calles, principalmente en esos horarios donde son los guardapolvos blancos los dueños de la geografía urbana.

Muchas veces no se valora lo que se tiene... hasta que se pierde. La enseñanza popular cobra validez cuando ya es tarde (¿quién le presta demasiada atención a un consejo antes de que le suceda lo referido?) y muchos recién habrán recuperado la importancia de la escuela como uno de los vitales centros de la actividad ciudadana con su ausencia durante el mes de julio.

Es que, más allá de la obvia referencia a su principal función de formadora de niños, jóvenes y también adultos, la escuela como institución social es un punto medular en el movimiento de la urbe. Cuántas ramas comerciales vinculan directamente su prosperidad al dinamismo que les imprimen los diversos turnos escolares, sumados al tráfico de los propios padres, de los maestros y no docentes, en síntesis, de la multiplicidad de actores que participan de la diaria ceremonia de concurrir a clases. Cuántos habrán despotricado contra esta inesperada circunstancia, que duplicó las vacaciones invernales, pero confinando forzosamente a los chicos en sus casas.

Pero un día anhelado, la gripe cedió un poco con su sombra y el desierto recuperó a sus fantasmas blancos, que volvieron a esparcir sus sonrisas y murmullos por calles y aulas. Así, la ciudad se restableció de su pulso debilitado. Y todos respiramos con alivio.