Al margen de la crónica

Un cineasta “de buena cepa”

Con el estreno de “El secreto de sus ojos”, Juan José Campanella no solamente otorga renovado prestigio al cine nacional, sino que se afianza como uno de los contadores de historias más dotados de este país. Efectivamente, cada una de las películas que rodó en la última década -con la colaboración de Ricardo Darín- permanecen en la retina del espectador mucho después del final.

Los trabajos delineados por este cineasta tienen una combinación irresistible. En primer lugar, son ostensibles las influencias del cine clásico: la herencia narrativa de autores como John Ford, George Cukor y Frank Capra (quien dirigió en 1946 aquella bienintencionada joya llamada “¡Qué bello es vivir!”), sobrevuelan sus filmes. Pero, con inigualable maestría, adapta a los barrios porteños y a la idiosincracia de sus personajes.

“El mismo amor, la misma lluvia”, “El hijo de la novia” y “Luna de Avellaneda” se adentran en pequeñas gestas cotidianas (recuperar un viejo amor, cumplir el sueño postergado de un ser querido o salvar a un club de barrio de la quiebra) protagonizadas por mínimos héroes suburbanos. En “El secreto de sus ojos” hay un cambio de registro, pero sin perder la esencia de sus trabajos anteriores. Se centra en la historia de un secretario de Juzgado a punto de jubilarse que decide escribir una novela basada en un caso que lo conmovió tres décadas antes. Argumento a todas luces prometedor. Dicen que Federico Fellini manifestó una vez que “un buen vino es como una buena película: dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria; es nuevo en cada sorbo y, como ocurre con las películas, nace y renace en cada saboreador”. Y, siguiendo con la comparación del maestro, se puede decir que Campanella se afirma como un director “de buena cepa”.