Una farmacia muy cerca del Cielo

Carmen Postigo

EFE

Elixir de hierbas de anís, agua de colonia, quina o “ungüentos crecepelo” son elaborados aún por los hermanos de San Juan de Dios que regentan la Farmacia Vaticana, una de las mejor surtidas del mundo, y quienes desde 1874 son los enfermeros de los papas.

No es tarea fácil acceder a la botica del Vaticano, los guardias suizos atajan la entrada a cualquier ciudadano no residente en el país más pequeño del mundo, al que se le exige una receta médica y un carné de identidad.

La farmacia nada tiene que ver con las antiguas boticas decimonónicas, el Palazzo de Belvedere alberga desde el siglo XIX un establecimiento de medicamentos ahora de alta gama, productos de belleza y homeopáticos. Hoy muchos italianos acuden a en busca de fórmulas químicas que no se venden en el país.

En el establecimiento trabajan 50 personas, entre ellos, los cinco hermanos de San Juan de Dios. “Cada día vienen aquí entre 1.000 a 1.200 personas, parte residentes del Vaticano y sus familiares que tienen su propia seguridad social y el resto, italianos”, explica el hermano Cenizo.

Y es que la botica expide productos que no se encuentran en Italia y basta con que estén autorizados en Estados Unidos o Suiza para que sean puestos a la venta.

Huele a limpio y a recoleta austeridad religiosa; una humilde capilla recoge a las siete de la mañana a los cinco hermanos vestidos con hábito que luego cambian por impolutas batas blancas.

Al hermano Miguel Ángel Muccina, un hombretón de 50 años y natural de Buenos Aires, cuando se le pregunta qué producto es el más demandado por monjas, obispos y cardenales no duda en responder: “Desde luego, las cremas de protección solar”.