ascenso al cotopaxi

Se abrió la montaña

Dijo el poeta Henry Michaux cuando llegó a ese increíble país: “La primera impresión es terrible e inmediata, aquél que no ama las nubes, que no vaya a Ecuador”.

 

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Por

Ricardo Solari

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El Cotopaxi es un gran estratovolcán activo, uno de los 3 más altos del mundo. Está ubicado sobre la Cordillera Real de los Andes de Ecuador y posee un importante casquete glaciar que comienza a partir de los 4600 msnm, originado por los vientos húmedos que provienen del Amazonas.

Un fuerte viento nos recibió cuando llegamos a Chilcabamba, la pequeña y bonita hostería desde donde el Cotopaxi suele verse como el amo absoluto del lugar. A cambio de eso, solo se veían nubes.

Durante los 2 días que permanecimos en ese lugar, aprovechamos para hacer cabalgatas hasta el angosto y torrentoso río Pita que nace en los glaciares del Cotopaxi y llega hasta Quito. En su recorrido era posible ver colinas y miles de rocas dispersas por toda la superficie. Son el resultado de las avalanchas de derrumbes y los flujos piroclásticos ocurridos durante sus erupciones.

clima negado

Comunicándonos con amigos de Quito, llegaba la información que el tiempo no cambiaría en los próximos días; era inútil cualquier intento de ascenso.

Rápidamente cambiamos el rumbo y los planes. Ahora viajaríamos hacia el Sureste, a la localidad de Baños, que se encuentra al pie del segundo volcán más activo del país, el Tungurahua, que en 1999 entró repentinamente en erupción expulsando nubes de vapor con cenizas, formando columnas de varios kilómetros de altura mientras cascadas de lava bajaban por las laderas, lo que obligó a las autoridades a evacuar la ciudad durante meses. Actualmente, si se tiene buena suerte, pueden verse por las noches chorrear algunas coladas incandescentes y elevarse columnas de vapor. Este volcán está siendo monitoreado en forma permanente y la población sabe ahora que está al pie de un infierno de dudoso futuro.

Mientras aprovechábamos nuestra visita a este hermoso lugar, los pronósticos decían que en Cotopaxi, una leve mejoría climática nos daba algún margen de posibilidades. Por lo tanto, no había opciones para nosotros: intentaríamos ascender esta montaña.

En viaje hacia el Parque Nacional Cotopaxi, otra vez la desazón se apoderó del grupo. La montaña estaba cubierta de nubes e incluso llovía en algunos sectores del páramo.

Con esas desalentadoras condiciones, llegamos por la mañana al refugio Tambopaxi, un fantástico centro de aclimatación ubicado a 3700 msnm en el que sus propietarios dan un alojamiento de primera y donde supo hospedarse el gran Reinhold Messner cuando ascendió el volcán en 1992.

El lugar, un paraíso de la naturaleza, era un imán para recorrerlo a pie. En silencio y solo, por la tarde me alejé a caminar. Llevaba conmigo caramelos, masitas, café, hojas de coca y yerba mate. Cavé un hoyo y deposité mi ofrenda a la tierra para que nos protegiera, tal como se acostumbra en los pueblos andinos y lentamente, mirando cada tanto ese paisaje estremecedor, volví con mi gente. ¿Querría la Pacha Mama ayudarnos con la montaña?

Temprano cenamos, no más allá de las 6 de la tarde. Después de preparar el equipo, cerca de las 7 y media, nos fuimos a acostar.

A subir de noche

Estas montañas ecuatorianas, llenas de agrietados glaciares, se suben por seguridad bajo el frío de la noche. Apenas el sol comienza a calentar, su acción produce el derretimiento de las capas superiores y consecuentemente es muy riesgoso caminar por aquellas pendientes. Las placas de nieve, los puentes de hielo y las profundas grietas que los caracterizan, se tornan un peligro objetivo que no debe descuidarse.

A las 12 de la noche y bajo una intensa llovizna, nos subimos a la camioneta para dirigirnos hacia el parqueadero, como le llaman a los lugares para estacionar vehículos.

Mientras desandábamos el camino que nos acercaba a la base del volcán, debimos encender los limpiaparabrisas. El cielo era sólo un manto gris oscuro que descargaba agua en pequeñas gotas que lo mojaban todo. Recuerdo haber pensado en lo corto que sería nuestro ascenso.

Repentinamente, el agua dio lugar a la nevada. Estábamos aproximándonos a los 4000msnm cuando observé por la ventanilla que en un sector se percibían estrellas. ¿Se agrandaría ese agujero y sería posible todavía subir?

Dejamos la camioneta a 4500 msnm bajo una intensa nevisca y comenzamos a caminar por la pendiente que nos llevaría hasta el refugio José Rivas, ubicado a 4800 msnm. Mucho más arriba, se percibía muy tenuemente una hilera luminosa que por momentos desaparecía de nuestra vista bajo breves ráfagas de viento que levantaban la nieve recién caída. Eran otras cordadas que habían partido más temprano desde el refugio.

Ganando altura

Rápidamente alcanzamos el albergue y en un breve intervalo nos colocamos otro par de guantes y acomodamos nuestras mochilas. Ya encordados y a ritmo continuo, fuimos alcanzando y sobrepasando a los otros andinistas. Alcanzamos a contar unas 7 cordadas que luego de unas 2 horas de ascenso, fueron mermando. Vimos volverse en silencio a dos grupos que estaban afectados por la altura. El saludo se redujo a un breve gesto con la mano.

A medida que sumábamos metros, las nubes iban quedando debajo. Habíamos alcanzado los 5500 msnm y ya no nevaba. Ahora se veían estrellas y los pocos metros que las luces de nuestras frontolámparas iluminaban, dejaban adivinar extrañas formas de hielo. Gigantes blancos de formas retorcidas y chorreantes. Cascadas heladas, profundos abismos y estrechos puentes de hielo eran las imágenes de un paisaje que comenzaba a desplegarse ante nosotros como prueba de que la madrugada se acercaba.

El terreno glacial, siempre inclinado entre los 35º y 40º, no nos daba la posibilidad de descansar y la altura producía un cansancio lógico en todos los que como hormigas insignificantes, transcurríamos el camino hacia la cumbre.

Llegando a los 5700 msnm, alcancé a divisar la inmensa y magnífica pared de Yanasacha, un muro de roca desnuda de unos 120 metros de altura que por su verticalidad, no deja acumular el hielo y es visible desde Quito. Parece el ojo de un inmenso cíclope blanco. Su visión era indicio de que estábamos llegando a los pasos más complejos del ascenso.

Luego de rodearla por la derecha, pude ver el característico sérac gigante que tantas veces había visto fotografiado. De aspecto intimidante y chorreado de miles de columnas de hielo, generaba la visión fantasmagórica de otro mundo frío y sombrío. A sus pies, comimos algo y repusimos energía por unos pocos minutos. Otra vez en marcha, faltaba una travesía ascendente y más empinada. A mi derecha, como si fuera el dibujo de un chico de escuela primaria, aparecieron entre las nubes que habían quedado muy abajo, los primeros rayos de sol.

Momento cumbre

Hacia los 5800 msnm tuvimos que escalar en hielo una pendiente de aproximadamente 50 metros de largo y unos 65º de inclinación, que consumió las fuerzas que iban quedando. Luego de este paso, quedaba una parte crítica, en la que el acceso a la cumbre sólo dependía del estado de la nieve. Había que travesear sobre una pendiente de 50º en la que el riesgo de romper una placa de hielo y generar una avalancha es muy grande si la nieve no está bien compactada. Con cuidado la transitamos y cerca de las siete de la mañana, subimos los últimos 70 metros hasta que el terreno se hizo horizontal y entonces, repentinamente apareció el cráter. Un agujero fantástico de 800 metros de diámetro y más de 200 m de profundidad, desde donde salen fumarolas con un fuerte olor a azufre. Una vista impresionante nos esperaba a las 3 cordadas que llegamos hasta allí: la boca gigantesca, los Illinizas que habíamos subido antes, el explosivo Sangay y el Chimborazo asomando lejano sobre un mar de nubes, fueron la recompensa a tanto esfuerzo. Algunas fotos, abrazos de varias nacionalidades y poco más en aquél punto. Otra vez las nubes comenzaban a subir y cerrar el camino. Era hora de bajar.

El descenso requirió agudizar los sentidos. Lentamente, bajamos de esta increíble montaña cruzando las grietas y sus puentes, pero a plena luz del día. Había ocurrido una vez más. La montaña nos había abierto sus puertas. La madre tierra, Pacha Mama, había sido benévola con nosotros. Y nosotros, nos embriagamos de aventura y paisaje.

Dijo hace tiempo un poeta que aquellos que no amen las nubes, no vayan a Ecuador. Ecuador es un país extraño. Con gente amable y diversa. Cubierto de montañas heladas, de verdes diferentes, de ríos con cascadas, de mares con islas increíbles. Y lleno de nubes. Ecuador, es un país con poesía.

 
metros kilómetros kilómetros msnm metros metros grados

Merecido descanso más cerca del cielo. En plena cumbre del Cotopaxi, los montañistas se relajaron y permitieron disfrutar del logro alcanzado Foto: ricardo solari.

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Al fin se abrió la montaña! Parece expresar en su gesto el Pony Solari, en la cima del Cotopaxi. Después de un comienzo lleno de dudas, las nubes se disiparon y el santafesino consiguió su objetivo, la cumbre Foto: Ricardo solari.

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EN NÚMEROS

5900

metros

La altura del volcán Cotopaxi, uno de los 3 más altos del mundo.

60

kilómetros

Al SO de Quito se encuentra ubicada esta montaña.

18/20

kilómetros

El diámetro de la montaña en su base.

3700

msnm

Se encuentra el refugio Tambopaxi, un fantástico centro de aclimatación.

800

metros

El diámetro del cráter que emana vapor.

200

metros

La profundidad del agujero en la cima de la montaña.

65

grados

La inclinación de algunas pendientes.

/// AGRADECIMIENTOS DE MOÑAÑA

A Susana, la compañera que ha sabido comprender y aceptar esta pasión en mí.

A Diego Castillo, guía de montaña. Amigo de montaña.

A Horacio Pernicano, amigo, profe y confidente, que se empeña para que mi cuerpo pueda cumplir sus objetivos, a pesar de los años.

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1

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2

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3

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4

1)Vista del Cotopaxi desde la ciudad de Quito. 2) Con Diego, el compañero de montaña, disfrutando de la cumbre. 3)El refugio abajo, confundido entre la llanura y la nieve, lugar deseado de los montañistas en pleno descenso. 4) El volcán y “sus” nubes a lo lejos hacían dudoso el ascenso. Una vista repetida la mayoría de los días. Foto: Ricardo solari.