Futuro agrícola argentino

Ing. Víctor Trucco

Los argentinos deben saber que, entre 1905 y 1930, la superficie sembrada en la Argentina crecía a un ritmo de un millón de hectáreas por año. Así, para 1930 se sembraban alrededor de 20 millones de hectáreas, 15 millones más que en 1905. En 15 años se había incrementado la superficie agrícola en 15 millones de hectáreas. Se producían por entonces 20 millones de toneladas, entre trigo y maíz. Es bueno recordar que, en esa época, la agricultura se realizaba con tracción animal. Para tener una idea de lo que esto representa, puede mencionarse que, en un tiro de 2.500 metros, el hombre se levantaba antes de la salida del sol -para encerrar a los caballos-, partía con el arado al amanecer; almorzaba cuando llegaba a la punta; después, volvía, para llegar a cenar y acostarse. Así era la vida del chacarero. La productividad de la tierra era de una tonelada por hectárea. Sería bueno que los abuelos que recuerdan estas historias se las contaran a sus nietos, para que éstos no se dejen engañar por los cuentos fáciles, esos que relativizan la revolución de las pampas y el hito que representó, cuando se hablaba de la Argentina como “granero del mundo”. No fue un mito, fue una realidad, tiene que ver con la historia de Santa Fe, la historia de las Bolsas de Rosario y de Santa Fe.

En los últimos 50 años, la población mundial se ha duplicado, pero la producción agrícola se ha más que duplicado. Esto se relaciona con la Revolución Verde; es decir, con la incorporación de nuevas semillas, fertilizantes y productos químicos para controlar malezas y enfermedades de los cultivos.

Tecnologías de la producción y competitividad mundial

Nuestro gran fenómeno agrícola se origina con la incorporación de la siembra directa en los ‘90, ya que produjo una expansión espectacular del cultivo de soja. A esto se sumó una serie de medidas económicas, como la privatización de los puertos, la apertura económica, la desaparición de retenciones a las exportaciones, las inversiones en la industria aceitera, que han hecho de Rosario el complejo aceitero más grande y competitivo del mundo.

La llegada de la biotecnología a fines de los años ‘90 terminó de darle a este proceso un impulso que asombra al mundo. Argentina pasó de ser un país que no sembraba soja en los años ‘50, a ser el principal exportador mundial de proteínas y aceites vegetales.

El sistema productivo nacional experimenta grandes transformaciones, como mencioné, relacionadas con las tecnologías de producción (siembra directa, biotecnología, maquinaria, informática, etcétera), e innovaciones organizacionales.

En este sentido, la agricultura familiar da lugar a otra, empresaria y organizada en red. Esto significa que la actividad agrícola se segmenta: sembrar es un negocio; cosechar es un negocio; transportar los insumos y los cereales es negocio. Esto no llama tanto la atención, como sí lo hace el hecho de que la sola gestión sea un negocio, lo que conocemos como pooles de siembra. Creo que es un fenómeno de esta etapa. En la medida en que las empresas medianas o pooles chicos crezcan, éstos serán más competitivos que los grandes pooles. Es una opinión.

He querido contar estas historias y reflexiones antes de hablar del futuro de la agricultura.

La historia nos muestra una cultura agrícola, una actitud innovadora del sector productivo e industrial argentino. Esto nos coloca como grandes jugadores en el mercado mundial en lo que respecta a la oferta de productos alimenticios.

Por otra parte, observamos que el mundo demanda alimentos. China, en particular, con un poder de compra muy importante.

Vencer la irracionalidad

Actualmente, nos separa del mundo una actitud irracional, incompetente, de nuestras autoridades políticas, que parecen estar ocupadas en una batalla final por el poder del gobierno. Ha dejado de importar el país; lo que importa son los intereses del gobierno, sin medir el costo. Ésta es una situación muy preocupante, que espero que pase. Es más, pasará.

Lo relevante es tomar en cuenta esta situación y no permitir que se repita. Hay que dejar que las aguas vuelvan a su lugar, ya conocemos el daño que una mala gestión puede producir. Ya sabemos de la capacidad de destrucción del poder político cuando usa al Estado con fines propios. Se pueden destruir las actividades más rentables, como está ocurriendo con la lechería, la ganadería y la agroindustria.

Tenemos que advertir, con preocupación que, en el momento en que participamos de un tramo histórico caracterizado como la Era del Conocimiento, la ignorancia trata de ocupar su lugar. Me refiero a las campañas malintencionadas que intentan destruir las bases de nuestra actual competitividad, como la de tener acceso a los productos que nos vuelven sustentables y eficientes, caso glifosato; y al cultivo de soja, por nombrar sólo los casos más llamativos. En uno de ellos se ataca a un producto fundamental en la agricultura sustentable, del que nada de lo que se dice resiste un análisis responsable, por eso está autorizado para usar. En el otro, se cuestiona a la principal fuente de proteína vegetal del mundo y al producto más demandado a la Argentina.

El futuro puede ser muy bueno para la nación porque, sin duda, una agricultura pujante, rentable, será fundamental para el desarrollo de un país genuino y que ayude a resolver los problemas más serios.

Tanto el futuro de la agricultura como el del país aparecen preocupantes si no se llega a entender estos problemas. Ojalá primen la cordura, la racionalidad, el conocimiento científico. A partir de ello, todo sería más fácil.

La agricultura familiar da lugar a otra, empresaria y organizada en red. La actividad se segmenta: sembrar es un negocio; cosechar es un negocio; transportar los insumos y los cereales es negocio.

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El futuro del país implica necesariamente la existencia de una agricultura pujante y rentable.

foto: archivo el litoral

Tenemos que advertir con preocupación que, en el momento en que participamos de un tramo histórico caracterizado como la Era del Conocimiento, la ignorancia trata de ocupar su lugar.