Historia y prehistoria de las cosas
Historia y prehistoria de las cosas
Por Julio Anselmi
“Resonancia de las cosas”, de Marcelo Leites. Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2009.
En “La poética del espacio”, Gaston Bachelard estudia la quintaesencia cifrada en la “inmensidad íntima” que la poesía encuentra en la casa (“del sótano al altillo”), en los cajones, los cofres, los armarios; en los nidos, en la concha; en los rincones; en los árboles... Y coincidentemente con el título que Marcelo Leites elige para la segunda parte de su último libro, Bachelard dedica un largo capítulo de aquel ensayo a las “Miniaturas”.
“Trabajos manuales” , de C.O. Paeffgen.
“Las grandes imágenes tienen a la vez una historia y una prehistoria”, sentencia Bachelard, y los poetas más sensibles serían aquellos que prestan una atención siempre renovada a las imágenes que son a la vez objetivas e íntimas. “Toda imagen importante tiene un fondo onírico insondable, y sobre ese fondo el pasado personal pinta sus colores peculiares”.
El poeta es el cantor del paraíso perdido; el canto es siempre resonancia de lo que fue, de lo que no fue y de lo que no tiene voz. Aunque fatalmente “las palabras tergiversan / los nombres de las cosas”, como se duele Marcelo Leites.
Cada objeto es un caleidoscopio en esa resonancia enloquecida de ecos, hasta la mudez. Para aprehender cada manifestación estentórea y caleidoscópica es necesario desmesurar “esos ojos del tamaño del mundo”, pero para la mudez, Leites encuentra la imagen de las voces que se entrelazan para silenciarse, “y sólo queda la repetición / mecánica, vieja, triste / de una cajita de música”.
Dividido en tres partes (“Objetos”, “Miniaturas” y “Constelaciones”), el libro de Leites recorre con inusual densidad y encanto las voces de la sangre que resuenan en el río, los árboles, la casa, el lápiz... Una conquista lograda merced a la pericia de una lírica depurada que, sin estridencias, desde el agraciado interior poético (desde la intimidad y desde el fondo provinciano, Concordia para el caso) que ofrece la mejor literatura que proyecte hoy la Argentina, conmueve al lector con esa magia que sólo los grandes poetas alcanzan en la persecución de la “secreta complejidad / de lo simple”.
Marcelo Leites (1963) es autor de los libros de poesía: “El margen de la aldea” (Ediciones Río de los Pájaros, Concordia, 1992), “Ruido de fondo” (Trópico Sur, Asunción del Paraguay, 2001) y “Tanque australiano” (Gog y Magog, Buenos Aires, 2007). También ha escrito ensayos: “Cuatro poetas entrerrianos” (Eduner, Editorial de la Universidad de Entre Ríos, 2004) y “Percepción de la música” (Fondec, 2005).
De “Objetos”
Por Marcelo Leites
Lápiz
Gradualmente se deshoja
en pequeñas virutas marrones.
Aparece la punta del grafito.
Más pequeño, el lápiz escribe:
Con este olor a madera
te devuelvo la escuela
del guardapolvo blanco.
Las bolitas en el piso de tierra.
Las piedras de la payana.
Los amigos que se fueron
o se borraron.
Una maestra que vendía
caras sucias en el recreo.
El sacapuntas insiste para afinar
aún más el trazo.
Y vuelven
la isla del tesoro de Robinson
y el mar de la ballena blanca
con Gepeto adentro.
Y Alicia se pierde en el reino del revés
y Nippur de Lagash es el héroe
que ha dejado su tierra
en busca de paraísos artificiales.
Finalmente el lápiz dibuja
los contornos
de una niña pecosa
que se llamaba Laura
era peligrosa
y no estaba
adentro del libro
de Petrarca.
De “Constelaciones”
IV
Ya está bien de retórica, eh?
Un poco de silencio, ahora.
A lo lejos el aullido de un perro.
Il pleure dans mon coeur
comme il pleut sur la ville.
Acaso la poesía sea esto: el recuerdo
de la madre de mi padre que recita
el viejo “Garrik” bajo la parra con poetas
y la persistente madreselva que perfuma
el aire. Los poetas aplauden
no ya el tono de su voz
que vibra con justa emoción,
sino la presencia misma de la poesía.
Abuela recupera de su memoria
los versos del homónimo de Dios
y sonríe como ha sonreído siempre
para ocultar el dolor.
Sabe que será la última vez que ríe
llorando con el comediante.
Modula “Garrik” y vuelve a pensar
en sus hijos, en sus nietos y siente
la misma tristeza del comediante.
También ella estaría cansada después
de tanta entrega, después de haber escuchado
tanto a los demás, de haber dejado siempre
una raíz en el corazón de todos.
Estaría cansada de no haber recibido nada
a cambio salvo quizá de los restos del amor
inmenso que todos le debíamos.
Hastiada de no mostrar jamás
su tristeza, hastiada como Garrik
de estar atravesada por los fantasmas
y por sus queridos verdugos.
Sólo ahora comprendo cómo
se puede desear la muerte
por amor a la vida.
“Migraciones” (1980, detalle), de Adolfo Nigro.